miércoles, 14 de febrero de 2024

Perdonar y ser perdonados

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 P. P. Mateos

Jesús ante Pilatos | Fotografía: Pablo de la Peña


  14-02-2024

  

Comenzamos con un cuento de Melanie Klein: «Había una vez un hombre que vivía envidiando a su vecino. Un día recibió la visita de un hada que le ofreció la posibilidad de concederle un deseo, por grande que fuera, en ese mismo instante, con una condición: “Puedes pedir lo que quieras con la condición de que tu vecino reciba lo mismo pero doblado”. El envidioso, entonces, respondió: “Deseo que me arranques un ojo inmediatamente”».

Kierkegaard, en su Tratado de la Desesperación, nos dice: «La envidia es una admiración disimulada. El admirador que presiente que no va a ser feliz si se entrega a lo que admira, escoge enfrentarse a ello envidiándolo. Entonces, naturalmente, se pone a hablar de otra manera y dice a todo el mundo que aquello –que propiamente admira‒ no es nada, o solamente una cosa tonta e insípida, extraña y extravagante. La admiración es un abandono feliz, la envidia, en cambio no es más que una desgraciada reivindicación personal».

Esta reivindicación del yo, esta afirmación del amor propio, es, sin duda, contraria al amor fraterno. Y en esta disyuntiva nos movemos los cristianos: humanos, como todos, sentimos las mismas pulsiones, etc. Tomando el modelo del Señor, como lo hemos tomado en nuestra vida, hemos de gestionar las pulsiones a semejanza del Señor. La envidia es la madre de todos los pecados, desviaciones de la manera de gestionar las pulsiones humanas según el modelo de Nuestro Señor Jesucristo, puesto que dice el libro de la Sabiduría: «Por la envidia del Diablo entró la muerte [que es consecuencia del pecado] en el mundo» (Sb 2,24).

Al final del capítulo quinto de la Carta a los Gálatas encontramos: «No seamos vanidosos provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente». Previamente se nos ha hablado de los frutos de la carne, deseos humanos y de la búsqueda de la libertad verdadera de una manera extensa. Podemos leer este capítulo desde el v. 13 al v. 25, hoy Miércoles de Ceniza, antes de optar por nuestra penitencia personal para volver a la vida conforme al bautismo que recibimos.

Tres son las penitencias clásicas, que brotan desde el Evangelio, a saber: ayuno, limosna y oración (cf. Mt 6,1-6.16-18).  Las tres se entienden sin más explicación. Nos llevan a trabajar por el dominio de nosotros mismos, para vivir el mandato divino del amor al prójimo, preferentemente a los pobres, por ese trato exclusivo con Dios, donde encontraremos la ayuda que necesitamos, porque «sin mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).

Para terminar, tomando pie de la encíclica del papa Francisco El Rostro de la Misericordia, que en su número 13 dice «Sed misericordiosos como el Padre vuestro es misericordioso». ¿Podemos intentar esta Cuaresma de 2024 vivir una experiencia de perdón y de pedir perdón? Sin duda que en las tres penitencias clásicas el amor propio se duele, pero donde se rompe y se hace añicos es en el perdón. El perdón es contrario a la envidia, porque la envidia es lo contrario de la generosidad. Es un camino de libertad, el perdón, porque pidiendo perdón me libero ya que me hago señor de mí mismo y dejo de ser siervo de mis obras. En el perdón el amor propio, el orgullo, se hace añicos como un objeto de cristal que cae y es entonces cuando queda vía libre en nosotros para vivir el amor fraterno.

¡Feliz Cuaresma!

 

 

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