Los mensajes en mi teléfono no
dejan de sonar, es el grupo de WhatsApp «Martes
Santo… a comer». Ese grupo
de amigos que, ya hace algunos años, creamos para celebrar nuestro Martes Santo,
como miembros de la Hermandad Universitaria del Cristo de la Luz y Nuestra
Señora Madre de la Sabiduría, para planificar nuestro día importante, donde nos
unimos en la fe y en la academia.
Es el día de nuestra hermandad
universitaria y con esmero organizamos la comida de amistad y fraternidad que,
de la mano de Beatriz, está siempre reservada y garantizada. Alrededor de mesa
y mantel, se inicia nuestro día, comemos con la satisfacción de estar juntos un
año más y con la ilusión de que dentro de unas horas cargaremos con nuestra
cruz de basta madera y enfilaremos el camino de esa plazoleta cuadrangular
donde se abren las fachadas de los edificios históricos de la Universidad, para
unirnos, a través del silencio prometido, a esos muros centenarios.
Bajo mi capillo, percibo la
solemnidad del momento y escucho con atención la oración que, desde esa fachada
plateresca, nos hace llegar la luz y la sabiduría de la esencia universitaria haciéndose
una para conmemorar la muerte de nuestro Cristo reflejada en los dolorosos ojos
de su madre.
Ahora, las risas de la comida, se
vuelven ecos que se alejan para dejarnos disfrutar de una serenidad cofrade que,
arropada por los cantos del coro y las notas del Gaudeamus ‒el himno
universitario por excelencia‒,
nos pondrá en el camino de nuestra marcha penitencial, en la que repararemos en
la brevedad de la vida, cargada de pasado y de futuro sencillo, marcada por
nuestro carácter de austeridad y penitencia. Una hermandad que mantiene por
encima de todo y de todos, sus principios fundacionales, haciendo valer esa
esencia universitaria que es seña inequívoca de la identidad de esta ciudad.
Algo que en estos tiempos no se valora lo suficiente y se vulnera con demasiada
frecuencia: el espíritu que los fundadores quisieron imprimir a estas asociaciones
públicas de fieles cuando acordaron su constitución.
Cualquier imitación la damos por
buena y perdemos en el camino las señas de identidad, esas que nos hacen ser
únicos y que deberíamos conservar con orgullo.
En fin, son las nueve y cuarto,
el templo del Espíritu Santo abre sus puertas, inicia su procesión penitencial
mi Hermandad Universitaria. Formo parte de la misma. Me siento dichosa. Otro Martes
Santo fraterno y sentido.
Post data (N. del E.): Esta columna
fue escrita el Martes Santo por la mañana, antes de la suspensión del desfile
por causa de la lluvia.
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