lunes, 25 de marzo de 2024

Emblemas

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Iván Marcos


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25-03-2024

Pensaba hace unos días, mientras devolvía el brillo perdido a un precioso escudo de nuestra ciudad, de esos con las varillas a la izquierda que aún pasean en la chapa algunos coches con solera, en lo mucho que me gustan a mí, ya viniendo al ámbito eclesiástico y cofrade, los motivos heráldicos y los que llamamos, dependiendo del contexto y la tradición, emblemas, escudos, anagramas, etc. de nuestras hermandades.

Pensaba también, paseando después por delante de los reposteros, tan esperados por todos año tras año, en la gran diferencia existente entre los barrocos y rebuscados simbolismos modernos (o modernizados) y la sencillez concisa de los de toda la vida, entre los que yo, inconscientemente, incluyo tres más porque me han acompañado siempre desde la inmaterialidad del olvido general.

A mí, aunque me encante coger un lápiz y desvariar sobre el papel en invenciones intrincadas, signos y formas de todo tipo, llegado a cierto punto me gusta más ese diseño llano que, mondo y lirondo, viene a decirte en un vistazo rápido lo que es y a quién representa. En Salamanca tenemos (y teníamos, valga aquí que los tiempos aparezcan en el orden inverso) grandes ejemplos. De la Cruz que es cruz y punto, que mayor enseña no hay, sobre fondo inmaculado y calvario mariano para terminar de contarnos lo que auspicia, hasta la trinitaria perfección equilátera del Vía Crucis que en su sencillez no necesita más, pasando por un Amor y Paz que antaño bajaba en rayos dorados desde su cruz de palo; la catedralicia jarra de una Real Cofradía que ya en su Cruz nos muestra la hondura de su carácter; rescates y rescatados en dos pares de cadenas; sanitarios; Batallas…

Puestos en el gran repertorio de escudos de esta tierra nuestra, en el que demostramos que somos de pocas palabras si nos comparamos con los equivalentes de otras latitudes, conviene ver y considerar el uso que cada uno hace de su insignia, y el respeto que se le guarda a la historia que lleva consigo. Por cierto, que para la Junta de Semana Santa las que no están no merecen ni el decoro en su recuerdo, en vista de las líneas temporales que nos ha puesto por las calles, en las que sus tres cruces son como el cocodrilo y el caimán, que son parecidos pero no son igual. De las aguas que hacía el muaré verde en unas cruces de San Lázaro sobre el raso blanco de 1948 no voy a hacer más que mencionarlo, porque me puedo dispersar y porque con el tiempo se varió el material, como tampoco me entretendré en la Cruz de Santiago de un hábito que fue reclamo de nuestra Semana Santa hasta décadas después de haber dejado de verse, y que en su capa llevaba otros emblemas del que guardo el familiar recuerdo de uno especial que no se repetía en otros hombros.

De la importancia que internamente cada hermandad da a su representación simbólica no podemos ni debemos juzgar, aunque parece que quienes incluyen un monte estrellado están muy unidos a su comunidad, quienes tienen el cuerpo y sangre del Señor promueven con sinceridad la adoración a él debida, pero quienes tomaron su enseña de otra agrupación ya existente no recuerdan del mismo modo sus fines de sacralidad y contemplación. Respecto a lo procesional, recientemente se ha añadido a nuestra nómina de emblemas un maravilloso JHS encarnado, que le da a su cortejo el punto de unción necesario para redondear aún más la casi perfección que la caracteriza. Cuidado y sereno en sus formas y materiales, este símbolo, me consta, ha salido de quien hace las cosas con la cabeza y la mano puestas en Cristo y, creo recordar, es la misma mano que plasmó para otros capirotes un escudo que no hemos llegado a ver realizado todavía, a pesar de llevar años presentado. De otras hermandades más entradas en años se intuye la antigüedad de sus miembros por el tratamiento de su correspondiente emblema, como puede ser el caso de la Dominicana (para mí el más estético de los veintiuno), en el que por los materiales y procesos de realización varían en gran medida un mismo emblema de los años cincuenta, de los noventa o actual, ya no hablamos de su filial tan presente en este 2024, cuya cruz antes bien cosida en sus formas se ha venido a sustituir sin ningún acierto ni criterio por una «galleta» postiza. En otras, más que por materiales, el cambio ‒desgraciadamente a peor‒ se debe al poco conocimiento de quienes nos han ido vendiendo los anagramas sueltos, para coser o incluso pegar, y cuyo aspecto es el hermano raquítico del original, como puede comprobar rápidamente un ojo mínimamente detallista que compare ‒en formas y en el color del fondo‒ un emblema concreto en sus versiones de 1927 y de las últimas décadas.

En definitiva, creo que tenemos un gran patrimonio heráldico que debemos cuidar, preservar y respetar tanto en lo material como en lo que espiritualmente representa para cada uno de nosotros, del mismo modo que debemos cuidar la estética de nuestros hábitos, pero eso ya es otro artículo.


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