12-03-2024
Nos parece hoy en día impensable ‒especialmente
a la gente más joven‒ imaginar un mundo como el de nuestros abuelos (o
bisabuelos, en algunos casos), en el que el cómputo del tiempo, parcial o
total, diario o anual, se realizaba sin relojes ni calendarios. Resulta tarea
más que ardua intentar explicar a los mozalbetes de hogaño que la gente se
guiaba por las campanas de iglesias o conventos ‒del pueblo o del vecindario‒
para saber en qué momento del día vivía. O que cifraban las fechas dignas de
recordar, no por número de día y mes («tú naciste el 13 de octubre…»), sino por
santorales («nos casamos tu padre y yo por San Andrés…») que no necesitaban de
almanaques colgados en las paredes o metidos en las carteras… y menos en el
móvil… porque se recordaban de memoria.
Viene esto a cuento de que siempre, al
llegar la Cuaresma, se me viene a las mientes el delicioso remoquete aprendido
de los mayores que se usaba para ir recontando los domingos previos a la Semana
de Pasión, en aquellos tiempos sin calendarios ni relojes.
Me atrajo desde siempre, no solo por su
sencillez y aplicación, sino por el misterio de su origen, que aun hoy en día
no tengo yo completamente desvelado. Desde su inicio hasta el final, la
claridad de explicación se va a haciendo progresiva, siendo los primeros los
que menos diáfanos son en cuanto a su significado y clarísimos los últimos,
cada vez más. En todo caso, a mí me ha servido, desde tiempos inmemoriales,
para ir desgranando el paso de estas semanas cuaresmales.
Rezaba, en efecto, la susodicha
cantinela, que ponía nombre propio a cada uno de los domingos ‒y semanas
correspondientes‒ que van del Miércoles de Ceniza al Domingo de Resurrección:
Ana, Badana,
Rebeca, Susana,
Lázaro, Ramos…
y
en Pascuas estamos.
Para poder comprender la etimología de
cada uno de ellos, siempre se ha recurrido a lecturas litúrgicas que se hacían,
ya sea en dichos domingos, ya en días inmediatos. Y, por supuesto, no hay que
olvidar (si queremos contrastar la veracidad con textos actuales) que los
leccionarios se han ido modificando con el paso del tiempo, y quizá las
lecturas que se proponen hoy en día no son las mismas que hace 150 o 200 años.
Con todo, la adecuación de las citas bíblicas al mensaje del tiempo litúrgico
es ajustada.
· Ana: Primer domingo de la Cuaresma, tras el
Miércoles de Ceniza. Se refiere a una lectura que se haría ese domingo o más
probablemente el sábado anterior, narrando la presentación del Niño en el Templo
(Lc 2,22-40), en que es reconocido no solo por el anciano Simeón, sino también por
la sacerdotisa Ana. Coincide con la fiesta de la Presentación (o de las
Candelas) del día 2 de febrero, que es una fecha normalmente bastante cercana
al inicio de la Cuaresma.
· Badana: Es esta la más oscura y enigmática de
las denominaciones. Es la única que no coincide con un nombre propio. La
explicación que se da más habitualmente ‒y que a mí nunca me ha convencido‒
tiene que ver con la expulsión de los mercaderes del templo (Jn 2,13-25), en
que Jesús les «zurra la badana». Ni es propio de la época litúrgica, ni es una
expresión muy asentada históricamente. Demasiado traído por los pelos.
Prefiero
otra versión que dice que procedería en realidad de Vadana, contracción de «Vade
retro, Satana», exclamación propia
del evangelio de las tentaciones en el desierto (Mt 4,1-11), que siempre se ha
leído al inicio de Cuaresma.
Como
curiosidad, en mi estancia laboral en Benavente (ya el siglo pasado), conocí de
boca de uno de los profesores de religión del instituto, curita de pueblo, de
grato recuerdo, la variante Reana
para el nombre de este domingo. Ignoro la posible elucidación de su origen; se
me antoja una mezcla de Ana y de Rebeca, que sería el siguiente domingo.
· Rebeca: Que da nombre al tercer domingo de la
Cuadragésima. Resulta evidente que la lectura que rememora esta denominación
tiene que ver con el episodio del engaño a Isaac ‒ya anciano y ciego‒ por parte
de Jacob y su madre Rebeca, en detrimento de su gemelo Esaú (Gn 27,1-40). Dicha
lectura se hace aún por estos días en alguno de los ciclos actuales.
· Susana: También estos días suele leerse en
determinados años el episodio de la casta Susana, la calumnia que lanzan los
dos viejos jueces de Israel contra la esposa de Joaquín, hija de Jilquías, lo
cual se narra en el capítulo 13 del libro de Daniel, y que ha sido tan
abundante y maravillosamente representada a lo largo de toda la historia del
arte por innúmeros artistas. Coincidiría con nuestro domingo de laetare.
· Lázaro: Aún en la actualidad suele reservarse
este quinto domingo para la lectura del evangelio de la resurrección de Lázaro
de Betania, hermano de Marta y María, los mejores amigos del Señor (Jn
11,32-45). Este episodio es claramente una prefiguración de la propia
resurrección de Jesucristo y por eso suele dejarse para el último domingo antes
de Ramos.
Que
será este próximo, Dios mediante, a la sazón, último siempre de Cuaresma, en
que (por poner un ejemplo) es tradición inmemorial celebrar la Comunión General
‒o Fiesta Principal‒ de la Ilustre y Venerable Congregación de Nuestro Padre
Jesús Nazareno y Santo Entierro.
El último verso de remate de la
coplilla, no hace falta que sea explicado de ninguna manera, pues nos habla de
los dos domingos propios de la Semana Santa, el de Ramos y el de Pascua (o
Resurrección).
Ojalá que estos tesorillos de nuestros
mayores se transmitan y mantengan a las nuevas generaciones. No ya solo por
gozar de estas rarezas de ingenio tan antañonas, sino también para ir viviendo
más intensamente la práctica cuaresmal al tiempo que profundizando en el
conocimiento de las Sagradas Escrituras.
No conocía la colilla, pero está muy bien. Gracias "tito" Nacho
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