miércoles, 3 de abril de 2024

El otro miércoles

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 Tomás González Blázquez

El pasaje de Emaús es llevado a las procesiones del Resucitado en la Región de Murcia

 03-04-2024

 
¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino? ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabes lo que ha pasado allí estos días?

Vaya preguntas tiene Jesús. ¿Pues de qué, si no, íbamos a conversar? Donde dice Jerusalén léase Salamanca, sin ir más lejos, y, como Cleofás y el otro discípulo, podemos despachar con otra pregunta, la que nos hace el que hoy se nos aparece a nosotros en el camino a nuestro Emaús de turno. Porque este miércoles de la octava pascual no deja de ser «el otro miércoles», una suerte de polo opuesto de ese miércoles que nos marca la cuenta atrás mientras se nos dice, lo escuchemos o no, que nos convirtamos y creamos en el Evangelio (cada día vale la exhortación aunque no haya gesto penitencial). Parece muy lejano el reciente 14 de febrero cuando miramos hacia un horizonte de Ceniza aún más distante, pues el calendario lo señala el 5 de marzo de 2025. Detengámonos, entonces, en la segunda pregunta de Jesús en el evangelio de hoy, del otro miércoles: ¿Qué?

Nuestra versión sobre «lo de Jesús el Nazareno» no debería ser ya la de Cleofás y el otro discípulo, pero quizá también mostremos en el semblante algo similar a su «aire entristecido». Las suspensiones, los contratiempos, el estrés de estos días santos y a la vez largos, la anual clausura de nuestra esperada semana grande, se nos notan en la cara. Sin embargo, seguro que también nos daremos cuenta de que, de diferentes formas, ese caminante que siempre nos acompaña nos revela en primera persona su versión de lo sucedido y consigue que arda nuestro corazón cuando nos explica las Escrituras, que guardan la palabra precisa para cada situación particular. No hemos dejado, no obstante, de ser torpes y necios: nos cuesta creer que la liberación pasa por el padecimiento, que el itinerario, ya sea el previsto o el acortado por la lluvia, va de la cruz a la luz.

Si los de Emaús, además de conversar, discutían, el que se pone a caminar con ellos va dirigiendo esa discusión hacia la comprensión, hacia la aceptación de los errores ajenos y de los propios, y eso debe ocurrir también cuando discrepamos, debatimos, confrontamos opiniones en nuestras cofradías, en cuyos órganos de gobierno, juntas generales y directivas, se puede y se debe hablar de todo con respeto y firmeza, seriedad y serenidad, como le pedía al Resucitado una hermana cofrade este domingo al felicitarnos la Pascua.

El peregrino, otras veces, se explica a través de caminantes que nada dicen pero todo enseñan: la discordia entre hermanos que clama por la reconciliación, la ofensa que el perdón demanda, la soledad que parece invisible, la enfermedad que nos resquebraja, la pobreza que no puede seguir siendo anónima. Cada estadio, hasta los sesenta, esos doce kilómetros que separaban Jerusalén de Emaús, es lección de vida que el Resucitado desgrana paso a paso, levantando sigilosamente el velo de nuestros ojos ciegos ante Moisés y su ley que no comprendíamos, y despejando nuestra mente embotada ante unos profetas de los que no nos fiábamos: «Os daré un corazón nuevo, y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne» (Ez 36,26).

El corazón de carne empieza a latir, a abrir los ojos, a dibujar el claro en la nublada mente, cuando la Carne se parte y reparte, y esto es lo que ocurre en la mesa de Emaús, en el altar de la Eucaristía que se prepara explicando el primer y único altar, la Cruz. Lo cantábamos en la hermosa vigilia pascual la otra noche en la Vera Cruz: Ya no falta nada, lo tengo todo, te tengo a ti… Por delante, todo un año en el que nuestras cofradías pueden vivir este otro miércoles, el de la octava pascual, pidiéndole que se quede con nosotros, sentándonos en su mesa, reconociéndolo y saliendo sin pereza ninguna a anunciar que ha resucitado. Domingo a domingo, día a día, llegará un nuevo Miércoles de Ceniza con su cuenta atrás mientras nuestro corazón de carne irá latiendo en esa otra cuenta no sometida al calendario: hacia adelante, hacia el Cielo, hacia nuestra propia pascua. 

 

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