viernes, 5 de abril de 2024

Reta

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 Álex J. García Montero

Hermandad Franciscana. Salamanca | Foto: José Manuel Casado
05-04-2024

Parece que empiezo embistiendo. Pues no. Esta vez no es para tanto. La expresión «Reta», que podía indicar una tercera persona en singular del presente del verbo retar, en este caso dista mucho, lingüísticamente hablando, de lo que pretendo exponer en este albero virtual.

Reta es una de las ganaderías más conocidas e importantes de Navarra. Hablar de toros de Reta, es acudir a Estella-Lizarra, al Reino euskaldún de Navarra, y mirar frente a frente a esos últimos vestigios del uro ibérico, hoy casta navarra, que hizo que los pueblos bañados por las riberas y meandros del Ebro se enfrentaran al invasor romano para construir esta Hispania nuestra devenida en la actual España.

Estos toros son bravos, pero no domeñados (en el mismo sentido que mi amigo Blázquez presentaba semanas atrás). Por ello, no son del gusto del toreo actual del «toro artista» que, a pesar de lo negado, conlleva, cual razonamiento cartesiano, un «torero artista» que pueda dar pases sin ser atornillado por las querencias y embestidas broncas de un toro molesto.

Es un toro, el navarro, que no suele cumplir en varas, pues romanea y suelta gañafones al cielo del castoreño, impidiendo hasta en banderillas la vistosidad. La vistosidad de este toro está ligada a sus estrechas sienes, que recuerdan a los cráneos de vacas famélicas ya muertas de los desiertos de los westerns americanos rodados en Almería.

Pero es un toro bravo; y aquí debemos matizar que la noción de bravura es tan cambiante a lo largo de los siglos como las opiniones de un tal Sánchez. Lo que antes era bronco ahora es una blandura que, tras la humillación en varas, tiende a las series dibujadas con el compás de simetría debidamente estudiada. El peligro actual es el de la confianza ante semejante Toro de Falaris, enorme en su romana y parco en su malicia. No digamos ya el toro de rejones, encaste Murube, donde el tranco ha sido sustituido por la coreografía de un ballet de doma clásica frente a un carretón ralentizado por los hierros y farpas.

Con el toro de Reta, pasa lo que pasa. Es un toro que rompe todos los esquemas. Incluso algún entendido, cuando no embiste en el primer tercio, tiene a pontificar que es un mansurrón. Y no es así. Si no, que se lo digan a los novilleros, recortadores, cuadrillas y demás gentes que pululan las plazas vasconas de Navarra y País Vasco (y alguna maña, también). El principal peligro de este toro es la improvisación continua. Y ahí está la gracia; mantiene, como si de una genética antigua se tratara el espíritu indomable de los primeros pobladores de esta piel de toro. Con dignidad, paciencia, escarnio y belleza. No tiene hechuras de cornúpeta venteño o maestrante, pero su bravura se mide en un recorrido de fondo que empieza con cada embestida soñando cada derrote en la siguiente.

En nuestra Semana Santa actual, con el apoyo innegable de prestes, solideos, frailes, presidentes y juntas, perdura por aplomo el encaste Murube. Son muchas las cofradías que apuestan por unas hechuras gruesas, cornamenta escasa, negro zaíno brillante y tranco de costero a costero. Son cofradías en las que ha triunfado el costal, la faja, la zapatilla, la sudadera, el andalucismo histriónico de Blas Infante (a lo mejor también le nombran honorario de algo sin haber ejercido) llevado a cabo por juntas autoritarias debidamente arengadas desde Palacio o desde salas capitulares. Es lo que se lleva, dicen; y cualquiera osa a plantar cara a dichos nichos de vergüenza blanqueados por la cal de paredes construidas con las mentiras del papel y de la paja.

Todos los que nos hemos tiznado de capote y maestría para lidiar situaciones tremendamente injustas hemos salido por la puerta de Enfermería y no por la Puerta Grande. Hasta somos vetados en diferentes ámbitos en los cuales antaño (y no hace tanto tiempo) éramos solicitados ante la falta de maletillas que tiraran de este carro gratis et amore.

Y en ese panorama surgen propuestas de volver a lo antiguo; más que a lo antiguo, a lo ancestral. A Reta y su casta navarra. Y es aquí donde, por ejemplo, contra corriente y contra todo sentido mundano, surge la penitencial más cátara (y posiblemente más valdense y albigense), la Hermandad Franciscana.

Que unos cantan oros, ellos bastos. ¡Y vaya bastos! Un Cristo de Mayoral, gubia charra de parquedad. Que otros hacen tronos que cuestan potosís de inmundicia, ellos sueldan parihuelas con los rescoldos del silencio. Que otros aprenden a «hacer ropa», ellos visten harapos penitenciales, como la capa parda del toro navarro, de noches oscuras del alma recordando que tan salmantino es Unamuno como la Santa Andariega o el propio Juan de Sahagún sin tener nacencia en estas tierras. Que el ruido apodera cada rúa entre acordes de fanfarrias, ellos musitan silencios de levedad mortuoria. Que mucha caridad con la boca y obras sociales por doquier aprovechando cualquier encuentro entre alcoholes y chanfainas, ellos elevan su paz y oración por Tierra Santa, crepitando velas con la cera de los buenos propósitos.

Porque si san Francisco, el Poverello de Asís, vino a reconstruir una Iglesia derruida, quizás la Franciscana, con su Cristo de San Martín, haya venido a renovar, desde un ejemplo sobrio y penitente, las pocas almas que queden para servir de acicate a una Semana Santa olvidada y retratada. Mientras que los demás acompañamos a nuestros titulares, la Franciscana compadece con ellos. Y es ahí donde se diferencian. Ya no hay flagelos como en otras épocas, donde los hermanos de la Santa Cruz del Redentor hastiaban sus lomos con fastiginia. Pero a los de la Franciscana de ahora les caen los exabruptos sacramentales desde las altas instancias para que sepan verdaderamente lo que es la penitencia burocrática y autoritaria de los consejeros de fomento de la A-62.

Todos aquellos que esperen una tanda de series de pases naturales con un astado de la casta navarra de Reta, que sepan que ni tandas, ni series ni naturales. Gañafones con el ímpetu de la verdad en cada cuarto de intención de milésima malicia tornada en embestida. Porque si algo tiene la Franciscana es que su Senatus proclama, cual voz de centurión, clamada por el joven discípulo amado devenido en Hijo del Trueno: «La verdad os hará libres». Y vaya si les ha hecho libres. Tan libres que su única cadena es el silencio (muchas veces administrativo y canónico). Como esos toros íberos que pueblan los pastos del Valle de Yerri-Deierri en Navarra. Y que, debidamente embolados con el fuego de la tradición, hicieron frente al imperio más culto del mundo.

Lo dicho; Reta para retar durante muchos años en cada noche de Sábado de Pasión salmantina. Cada luna llena de primavera será parche de timbal para anunciar la salida del silencio al tumulto. La dignidad de lo sobrio. Humildad Franciscana.

Feliz Pascua de Resurrección. Feliz blanco (o negro, o gris, o pardo, o colorado…).


 

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