miércoles, 10 de abril de 2024

Procesiones y procesiones

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 J. M. Ferreira Cunquero  

Cristo de la Buena Muerte. Zamora | Foto: jmfcunquero

 10-04-2024

 

De la pasada Semana Santa de las procesiones y las cofradías poco puede decirse, aunque de esa reducida posibilidad de unir unas letras sobre la misma podrían resaltarse algunas insensateces dignas de ser expuestas en el gran ferial del disparate.

Comentar lo que se mantuvo dentro de la normalidad sobra, pues ya ha sido más que difundido en los hogareños ecos de la más que rimbombante autocomplacencia. Lo importante es que la cosa turística funciona y eso a fin de cuentas, en este tiempo, es lo que prima frente al hecho religioso, como ha dicho algún ilustre monseñor con criterio, tratando de denunciar que seguramente estemos haciendo aguas estos días en las trastiendas del cristianismo cofrade. Claro que otros monseñores callan e incluso participan del verbeneo con tal de salir en la foto de fin de fiesta.

Este punto de vista cítrico, objetivamente defendible desde un prisma religioso no demasiado exigente, lo expresaba de forma muy atinada hace unos días en su columna de La Gaceta el sacerdote Manuel Muiños, en un artículo que titulaba Vuelta al baile. Y es que mi buen amigo y hermano Manolo, mira por dónde, puede, por los hechos que le avalan, hablar claro y sin rodeos.

Y como cada vez me suscita menos interés volver con la burra a esta parva, me salgo de la era para recordar una conversación que mantenía a pie de calle antes de la Semana Santa con un amigo contertulio, que como fue monaguillo antes que fraile con galones, conoció y vivió como un servidor el ocaso cofrade de principios de los años setenta.

Por culpa de aquella feroz crisis desaparecían algunas cofradías para siempre y otras muy tocadas vieron tambalear sus estructuras durante años. Recordábamos cómo aquellos penitentes mantuvieron el tipo saliendo a la calle para portar valientemente un claro espíritu cristiano frente a las mofas y críticas, propias de aquel momento histórico. Se hizo frente, con las escasas fuerzas que se tenían, a la imparable acometida social que nacía para luchar contra el agonizante nacionalcatolicismo que, amparado por una gran parte de la Iglesia más rancia, pretendía seguir succionando con signos de eternidad la insufrible casquería de la dictadura.

Es verdad que otra parte de la Iglesia se hizo imprescindible desde los distintos movimientos cristianos en todo el proceso que lentamente nos fue llevando, en aquella década inolvidable, hacia los aledaños de la Transición. No reconocer esto sería faltar a la verdad histórica tan trafullada estos días por los intereses políticos que la comercializan cual si fuera un producto de un mercadillo partidista de andar por casa.

Aquella era la época de los auténticos héroes de la Semana Santa. Personajes a los que les debemos todo lo que tenemos. Destacados salmantinos que, desde las cofradías más importantes a las más humildes, lo dieron todo por salvar una tradición que cabalgaba hacia la sima de los desastres.

Cómo no recordar a Bernardo García San José, cuando a través de mi capirote de la Seráfica pude observar cómo pagaba a los portadores del Cristo capuchino de la Agonía por la realización de su trabajo por las calles salmantinas. Desde aquel tiempo, ya mezclado con las nieblas de los años, fui conociendo en mi amigo y hermano Bernardo la ejemplaridad de un hombre leal a sus cofradías, apoyado por su mujer, Maruja y su hermano. García San José puso su empeño en bregar contra aquellas situaciones dantescas que se padecían ante un desamparo clerical ciertamente asqueroso y lamentable. Recordando a Bernardo no puede quedar fuera de esta humilde remembranza la familia Moneo con su comprometida descendencia en la figura de Julián, ni todos aquellos dirigentes y cofrades, que con el esfuerzo de don Froilán García, como máximo responsable de la Junta Permanente en aquellos años catastróficos, se exponía ese sentido religioso que justificaba con dignidad la salida de las procesiones a la calle.

Estas personalidades que son leyenda viva de nuestra Semana Santa, deben ser, más que reconocidas, mimadas, queridas y agasajadas, no solo en sus propias cofradías, sino en el armazón penitente del que todos formamos parte dentro de la religiosidad popular salmantina.

Está claro que estos son otros tiempos y seguramente hemos de admitir y reconocer como inevitables los diversos y variopintos intereses que se mezclan en la batidora imparable de la trasformación social, que ampara y protege la avasalladora epidemia de las mayorías, mientras se relega el extracto de lo sustancial —que unos pocos defendemos— a un baldío testimonio que es fácil ignorar sin mayor problema, gracias a unas ineficaces autoridades en la materia, que no se sabe si están o si pasaron por aquí algún día.

 

1 comentarios:

  1. Gracias por tu artículo y tus acertadas palabras.
    Es cierto luchamos puerta a puerta resucitamos devociones dormidas, allanamos duras pendientes, recuperamos ilusiones, e intentamos resucitar causas perdidas. Sin Bernardo García Sanjosé sin Jose Ángel Pérez Ciudad y su familia padre Pepe, su tío y hermano Arturo los dos, sin Jose Carlos Hernández , Santiago Velázquez y un largo etcc.....que formamos la comisión gestora de aquellos años, mi Hermandad, nuestras Hermandades, hoy serian otras en el recuerdo.
    Hoy es fácil apuntarse a un caballo ganador, pero olvidar y renegar de esos tiempos, dice muy poco en favor de las personas que hoy rigen esos designios con altivez y prepotencia.
    Gracias Jose Manuel por ser la luz en las tinieblas de lo que pasa en esta Semana Santa e intentar poner a cada uno en su sitio y dar al César lo que es del César.

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