“… y muy poderoso Dios verdadero que es padre e hijo y Spiritu Santo, tres personas y una esencia divina (…) Nos el Cabildo y confrades de la Hermandad de la Cruz (…) la qual fue principiada y hordenada el día de la Santa Cruz de mayo del año de Nuestro Salvador Jesucristo, de mil y quinientos y seis años”.
Al comienzo de las ordenanzas de la Cofradía de la Vera Cruz de 1566, sesenta años después de su fundación, se alude a aquel suceso original, la predicación del franciscano Diego de Bobadilla el 3 de mayo de 1506 «por la qual fuimos encitados y atraidos a la dicha hermandad y cofradía en número de ciento y cincuenta confrades». Cuando se cumplen quinientos dieciocho años de tan memorable predicación del misterio de la Cruz, la más antigua de entre las cofradías salmantinas sigue celebrando, en su calendario anual de cultos y actividades, la fiesta fundacional. Esa referencia al primer momento de la historia aparece, de diversos modos, en otras cofradías. Por ejemplo, la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz escogió su fecha, el 2 de febrero, para programar el triduo en honor del titular. La del Vía Crucis incluyó su 29 de septiembre, incluso con la presencia del santo del día, el Arcángel Miguel, en la pintura del estandarte trinitario realizado por Jesús López. La Dominicana apuesta en la lotería navideña por su 27 de marzo de 1944. El Despojado, en cambio, recuerda no tanto la fecha de la aprobación como la de la bendición de sus imágenes titulares, en febrero y septiembre. Seguramente omito más casos.
Tanto apego tenemos por las efemérides en las hermandades, algunas buscadas con lupa en lo que parece un rastreo de motivos para una procesión extraordinaria, que raro es el año en que no se festejan aniversarios. Esto, en sí mismo, nos podría ayudar a reencontrarnos con nuestra historia, con nuestros orígenes, con los motivos fundamentales que llevaron a la creación de la cofradía, al encargo de la imagen, al inicio de una tradición que no lo era cuando nació, aunque acaso pronto recibió tal nombre, pero que ha ido consolidándose en el tiempo. Preparar con mimo y moderación estos aniversarios, al igual que celebrar anualmente el día de la fundación, como hacemos hoy los cofrades de la Vera Cruz, nos sirve, en definitiva, para contemplar lo que nuestros predecesores vivieron y cómo su trabajo, y el de los que vinieron después, continúa ahora en el presente y se nos ofrece como un legado que cuidar y transmitir a los que lleguen más tarde.
La mirada hacia el pasado desde una perspectiva orientada al futuro, que aúna la gratitud por lo que sucedió con la esperanza de lo que habrá de venir, nos remite también a esa llamada, leída o escuchada con frecuencia, a fijarnos en las primeras comunidades cristianas, en los tiempos apostólicos. En ese primer siglo, en el que aún quedaban testigos oculares de la resurrección de Cristo, no faltaron dificultades para vivir y anunciar el evangelio. No se trata de mitificarlo, sino de aprender de lo que aquellos experimentaron, todavía tan recientes los hechos centrales de nuestra salvación. Esa misma mirada puede dirigirse, salvando las distancias, hacia el origen de cada cofradía: contexto histórico, entorno social y eclesial, espiritualidad, usos y costumbres, modas, personas presentes en el proceso…
En algunos casos, nuestras cofradías penitenciales siguen avanzando en el período que podríamos llamar fundacional, pues buena parte de los fundadores siguen vivos. Así ocurre en Amor y Paz, Yacente, Silencio, Vía Crucis, Despojado, Franciscana y Rosario. Por cercanía a la fundación, o porque no ha terminado de darse una transición natural, algunos de los fundadores pueden seguir asumiendo tareas directivas. Tampoco es raro que otros se hayan desvinculado de la cofradía o de las responsabilidades de gobierno, pero mantengan y expresen una opinión, más o menos influyente, sobre la institución que contribuyeron a alumbrar. Estas circunstancias, que inevitablemente tienen un peso en el devenir de la hermandad, afectan también a las fundadas décadas o siglos atrás, pues en todas ellas ha podido haber recientemente períodos con características «re-fundacionales»: salida de una crisis, institución de un acto notable, algún proyecto patrimonial relevante, un cambio legal complejo… Sin ir más lejos, el que reivindicaba el 29 de abril en este mismo espacio Julián Alcántara al referirse a su presidencia de la Junta de Semana Santa, a caballo entre los siglos XX y XXI.
Las tensiones entre épocas próximas y sus protagonistas, algo natural, pueden devenir en un conflicto que separe y aleje, o en una integración que armonice y vaya solidificando la continuidad histórica de la cofradía, sin bandazos ni vuelcos extemporáneos, con fidelidad al espíritu fundacional pero una debida adaptación a los tiempos. Porque el mandato misionero de Cristo, por supuesto vigente, demanda que su Iglesia, y en ella las cofradías, sepa dirigirse con renovado vigor a los hombres y mujeres de cada época. Lo que no cambia es la necesidad de buscar, como Elena, la verdad en la Cruz. Nos lo enseña nuestra santa Teresa de Jesús: «Ella sola es el camino para el Cielo».
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