viernes, 24 de mayo de 2024

Pan con vino

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24-05-2024

La tradición de las costumbres de antaño mantiene vivo el recuerdo de nuestros antepasados.

El pan y el vino han formado parte de la mesa del hombre rico y del hombre pobre desde los más sublimes banquetes al más humilde de los zurrones. Ese mendrugo de pan duro en el morral de difícil digestión era el huésped perfecto para ser regado por una generosa botella o bota de vino y si se contaba con un poco de azúcar para ser cubierto, a modo de copos de nieve, se convertiría en un quita hambres con sabor a manjar.

Hay una tradición en innumerables pueblos de España llamada sopeta que consiste en regalar vino, por parte de los ayuntamientos, a los ciudadanos y allí, en la plaza, unos bañan el pan, otros lo introducen en pequeños recipientes o bandejas y lo cubren con azúcar. Quizá esta tradición provenga de los griegos en honor al dios Dionisos, o de los romanos al dios Baco, como ofrenda o celebración por la recolección de los frutos y cosechas. Posteriormente, al igual que con otras tradiciones paganas, se intentaron sacralizar y adaptarlas a las diversos tiempos y situaciones religiosas dependiendo de cada época y cultura.

La sopeta se celebra el 16 de agosto, coincidiendo con la celebración de san Roque. En algunas localidades se le conoce por la Caridad de San Roque. Esta ofrenda al Santo representa, quizá, la ofrenda de pan y vino (cuerpo y sangre de Cristo) en honor a dicho santo por su caridad en vida. La historia cuenta que se echaba el pan en los barreños de vino y que el perro de san Roque, Melampo, le llevaba todos los días un poco de ese pan, ya que el santo estaba en retiro de soledad debido a que contrajo la peste.

También se atribuye esta tradición culinaria a los judíos en la antigüedad, que ofrecían estas rebanadas de pan con vino y azúcar a los huéspedes en señal de respeto y humildad. En Cataluña, esta receta es más antigua que el pan tumaca. Se sabe que era muy común en las masías catalanas.

En la localidad zamorana de Peñausende, a estas rebanadas o mendrugos de pan bañados en vino con azúcar, se les llamaba obispos. El párroco de la localidad las preparaba con esmero, con vino que los habitantes de dicho pueblo le aportaban junto al típico y sabrosísimo pan que elaboraban en los hornos familiares. En la procesión del Jueves Santo se hacía un receso junto a la ermita del Humilladero y colocaban unas bandejas con el suculento manjar sobre unas peñas que aún siguen allí. Los niños aprovechaban el barullo y los descuidos para llevarse a su boca todo lo que podían. Esa tarde noche del Jueves Santo sería recordada todo el año como algo mágico, donde todos compartían ese pan (Cuerpo de Cristo) con el vino (Sangre de Cristo) como símbolo de hermandad, respeto y humildad. Es el más claro ejemplo de transubstanciación que según las enseñas las de la Iglesia Católica es la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre.

Esta costumbre o tradición, que por desgracia, se ha perdido, nos llega por los relatos de nuestros abuelos. El refrán pan tierno y vino añejo, dan vida al viejo aún permanece en la memoria de nuestros mayores y si se le ponía un poco de azúcar por encima, el estímulo era mayor

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