miércoles, 22 de mayo de 2024

«Ya sabes pa qué he venío»

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Manuel J. Grilo

Ermita de la Virgen del Rocío | Foto: Rocío Pérez Escudero

22-05-2024

Cantaba un rociero de la Hermandad de Huelva al cruzar la Charca: «Ya sabes pa qué he venío». Y sí, ella lo sabe, y entiende la flaqueza también que en muchas ocasiones manifestamos, claro que sí, incluso en su fiesta. Pero es nuestra condición.

Hace unos días las hermandades emprendieron su camino hacia la aldea.

Fueron llegando y el sábado 18 tuvo lugar la presentación de las mismas ante la Virgen del Rocío. La puerta de su templo abierta y una tras otra iban presentándose respetuosamente. El camino de ida había terminado, ahora sí. Vivencias personales, motivos y razones que en la conciencia individual están, pero que se manifiestan con sudor, con lágrimas, con alegría. Es la vida de fe del rociero. Pero, sobre todo, tiene conciencia de la necesidad de ser salvado, y la primera que está ante su hijo, intercediendo, es ella.

Lo dicho, ante la Reina de las marismas llegaron.

Vueltas por las calles de la aldea, idas y venidas a la ermita. Gritos, vivas, cantes ante su altar; lágrimas, palabras mudas, salves. Es un universo propio y muchas veces incomprendido, quizá porque no se alcanza a vivir desde la raíz de quien sí lo comprende, de quien sí lo vive.

«Junto a la verja hay un hombre, la Virgen sabe quién es», cantaban los Romeros de la Puebla hace años. Era a un almonteño a quien se referían, pero ¿cuántos no hay esa misma noche junto a la verja, y cuántos no a lo largo de todo el año? Hay que hacer un esfuerzo y poner en valor lo que allí pasa y trasciende, justamente aquel momento, aquel lugar. Sí, hay muchos y ajenos momentos a la vida de la fe también en estos días de esta romería, pero no ensombrece lo fundamental: el encuentro de cada rociero con su Madre, y ella lo acoge bajo su manto, y lo guía todo el año.

Parecéis, Señora, más a la alba, porque así como al alba cae el rocío en los campos, y se para húmida la tierra, y se tiempla el calor, y se conservan las hierbas en su frescor, ansi en vos, Señora, llovió y cayó aquel bienaventurado rocío.

Palabras del sermón 61 de san Juan de Ávila que parece que describen lo que pasará al amanecer del Lunes de Pentecostés: la Señora se confunde con el alba, con el rocío está cubierta, con la fe de sus hijos llevada en volandas. Y esa fe se esparce, porque no acabará en los que la llevan, le cantan ahora, sino que se perpetúa esta vivencia. Ves a un niño llorar cuando sus mayores la llevan y sabes que el tiempo por venir será testigo de esta manifestación de fe, como lo fue, como lo es.

«Ya repican las campanas de la Virgen del Rocío», es la señal de que la aldea no ha dormido, de que la aldea no duerme porque la Blanca Paloma está volando por sus calles, literalmente volando porque en volandas la llevan. Se romperá un varal, y un pañuelo del cuello de un hijo suyo valdrá para ajustarlo, parecerá que se cae, pero ahí sigue.

Los que estamos lejos no lo vivimos igual, claro que no, no tragamos el polvo de los caminos igual; no pisamos la Charca, no montamos en la barcaza, no cruzamos el Ajolí. No la miramos cara a cara la noche del Domingo de Pentecostés, no vivimos el misterio desbordado del lunes. Pero también somos sus hijos.

Ahora queda el camino de vuelta, es otro mundo. Para otra ocasión queda.

¡Viva la Blanca Paloma!

¡Viva la Madre de Dios!

¡Viva la Virgen del Rocío!


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