Domingo de Resurrección | Foto: jmfcunquero |
11-06-2024
Alguien muy cercano a este humilde contador de cosas sufría, hace tiempo, a punto de salir la procesión, dentro del templo, un desafío amenazante cargado de violencia por parte de un ¿hermano?
Como no se dio la satisfacción esperada en forma de disculpa o petición de perdón lógica, el agraviado abandonó la cofradía, inscribiéndose en otra, mientras juraba que huiría de cualquiera de esos aledaños del poder o dirección que en algunas ocasiones, dentro del mundillo cofrade, junto a capillitas, tuercebotas y zaranganos, confabulan y alimentan los territorios de las discordias que tantas veces dejan en pelotilla picada a quienes, fomentando esas situaciones chocantemente incomprensibles, se insultan a sí mismos llamándose cristianos.
Y es que -fíjate tú- a cuenta de repasar aquel pasaje me ha dado por pensar en toda esa gente valiosísima que se vio forzada a irse de las cofradías a lo largo de los años. El caso es que, unos por acoso y otros por necesidad de proteger su salud mental, abandonaron la Semana Santa procesional, tan importante desde siempre en sus vidas y después de haberle dedicado con pasión mucho más que su tiempo.
Lo curioso es cómo, al repasar los fotogramas de esa procesión de destacados cofrades, coincide, cual fenómeno delatador en todos ellos, el haber abanderado algún movimiento crítico frente a la línea aborregada que tantas veces marca caminos y senderos en todas las facetas de la vida que bendice este tiempo de iletrados y comensales del momio.
Lo más dramático es que no haya un verdadero tono de fraternidad en el mundo cofrade, que dejase ver con más claridad ese gesto de grandeza que habríamos de ostentar al amparo de algún sedimento evangélico que se nos debería haber pegado a la matrícula de lo que somos. Falta ese rastro de generosidad que reconociese, en quienes se vieron obligados a dejar cualquier cofradía, el esfuerzo regalado y el valor de cuanto atesoran, para reforzar lo que, por mucho que se nos llene la boca de grandezas inexistentes, puede estar haciendo aguas en los trasfondos de la militancia penitente.
No estaría de más ver en las propuestas de los aspirantes a ser hermanos mayores o presidentes de cualquier hermandad semanasantera, como parte fundamental de sus programas, el propósito de recuperar a quienes, hartos de padecer señalamientos y faltas de consideración, se vieron obligados a desistir en alzar la bandera de su verdad. Estamos en otro tiempo, con directivas nuevas que podrían eliminar ese lastre que señala con claridad uno de los inconvenientes que pone en duda el significado de lo que es o debe ser una cofradía, hermandad, congregación o cualquier otra nomenclatura que recuerde la fraternidad entre los seguidores del Maestro universal del amor.
Esperemos que poco a poco vayamos asimilando que la crítica tiene el gran valor de remarcar aprendizajes y conocimientos y que cualquier grupo que se forme dentro de cualquier cofradía tiene el derecho de ejercer, por medio de la palabra, lo que considere oportuno. La ley está para quien trasgrede la normativa estatutaria, pero mientras tanto nadie tiene el poder de la verdad sobre nadie y bajo la carpa cristiana de la fraternidad hay sitio para todos, sin excepción alguna.
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