viernes, 21 de junio de 2024

El camino de la cruz

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Ramiro Merino

Alonso Cano: Aparición de Cristo crucificado a santa Teresa de Jesús, 1629. Museo del Prado

21-06-2024


Siempre que don Víctor García de la Concha nos hablaba de Teresa de Jesús sus ojos se encendían de entusiasmo. Era indudable que sentía predilección por ella, no solo en el aspecto humano, sino —y sobre todo— en el literario. Por aquel entonces él colaboraba como asesor literario de la extraordinaria serie «Teresa de Jesús» que Televisión Española rodaba en Ávila, y completaba sus explicaciones con multitud de anécdotas vividas durante el rodaje, casi todas relacionadas con la protagonista, Concha Velasco, por quien sentía una gran admiración.

Pocos ejemplos podemos encontrar en que literatura y vida se fundan de un modo tan intenso, tan inseparable. Su experiencia vital marcó su peculiar estilo, y a su vez, el estilo es el reflejo de esa experiencia vital. De ahí que ella lo califique de «desconcertado», que viene a ser, en la vida y en la literatura, una total falta de moderación. Así, le escribe a su confesor, que le ha pedido que le relate su vida: Sea solo para vos algunas cosas de las que viere V.M. salgo de términos, porque no hay razón que baste a no me sacar de ella cuando me saca el Señor de mí, ni creo soy yo la que hablo. En una época en que la condición de mujer añadía una importante dosis de trabas ―sospechas y acusaciones de embuste, milagrería―, la espiritualidad y la actividad cultural suponían un inmenso reto. Pero, lejos de paralizarla, el entorno hostil fue para Teresa un estímulo para la acción. Y aquí entra de lleno su voluntad de estilo, como su vida: complejo, desmedido, desaliñado, desmesurado. Todo lo opuesto al ideal renacentista racional, armónico, moderado. Teresa escribe por obediencia, a sus monjas y confesores, pero a la vez para entender su propia experiencia. De ahí el dramatismo que inunda sus escritos, la tensión entre la necesidad de aclarar su experiencia y la de dirigirse a sus monjas y a Dios mismo, que es el verdadero protagonista. Afirmaba Azorín que Teresa es «más lección, en cuanto al estilo, que Cervantes, porque en Cervantes tenemos el estilo hecho y en Teresa vemos cómo se va haciendo».

Todos los modelos que, sin duda, tuvo en cuenta para expresar su intimidad le fueron insuficientes, porque lo que deseaba transmitir era tan único, tan inefable que tuvo que «crear su propio lenguaje», tuvo que liberarse de los límites convencionales.

Es importante tener en cuenta las anotaciones previas para entender cómo un poema, tan sencillo en la forma como «El camino dela cruz» concentra en pocos versos el dramatismo y la riqueza expresiva que surge de la vivencia más íntima: «En la cruz está la vida / y el consuelo, / y ella sola es el camino / para el cielo». La cruz es símbolo del dolor extremo, pero también de la redención que colma la felicidad más absoluta. Así, el poema se va construyendo con imágenes antitéticas: representa la muerte del Cristo-hombre a manos del hombre, pero es también «camino deleitoso», «gloria», «honor». De ella surge una amalgama de símbolos que remiten al Cantar de los Cantares: la Esposa (el alma). El Querido, el Amado (Dios). De ella «dice la Esposa / a su Querido / que es una palma preciosa (...) una oliva preciosa (...) el árbol verde y deseado». Todo acaba siendo hipérbole o paradoja para engrandecer a Dios, para expresar esa lucha del alma: «gozar de mucha paz / aunque haya guerra» (...) «en la cruz está la gloria / y el honor, / y en el padecer dolor / vida y consuelo».

Cruz (dolor), camino deleitoso, camino más seguro para el cielo, suelo, cielo... imágenes corpóreas que tocan los sentidos y conectan con la intimidad del modo más sencillo y directo. El sentido de la Pasión concentrado en el verso corto, fragmentado y ligado a las formas tradicionales de la poesía popular, pero también a la espiritualidad más profunda, alejada de la retórica ampulosa.


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