De un tiempo
a esta parte, la mayoría de ciudadanos compartimos una sensación exasperante de
vivir en permanentes elecciones. Creo que no hay descripción más gráfica que el
lamento sordo de Angels Barceló escuchando en directo a Pedro Sánchez convocar
elecciones generales para que los ciudadanos se pensaran mejor lo que habían
votado en las municipales, al día siguiente de votar en las municipales. Y a
partir de ahí, todo lo demás.
Con ser
lógicamente las de mayor impacto colectivo, en la democracia representativa en
la que en principio todavía vivimos, no han sido las políticas las únicas
llamadas a las urnas de estos últimos meses. También en el mundo cofrade votar
ha estado a la orden del día. Se renuevan las directivas de varias cofradías y
con el voto de los hermanos mayores y presidentes, se inicia un nuevo mandato
en la Junta de Semana Santa de Salamanca.
Un proceso
que irá llegando a algunas hermandades más, pero que de momento deja un dato
curioso en tres de las votaciones más relevantes celebradas en los últimos
días. Todas se han resuelto con un significativo apoyo al ganador, pero en
todas se daba la circunstancia de que había una candidatura única.
Ya la
Universidad de Salamanca había abierto camino en una convocatoria electoral
exprés que, al parecer, a todo el mundo le pilló con el pie cambiado menos a
Juan Manuel Corchado, que se presentó sin rival a unas elecciones en las que
ganó por poco al voto en blanco.
Pero las
entidades cofrades no son una universidad. Tampoco un partido político, donde es
bien sabido que los procesos electorales internos, también llamados «primarias»
por su inspiración norteamericana, son más bien escenario de batallas
truculentas y mezquinas, puñaladas traperas y mucha hipocresía.
En la
historia reciente de nuestras cofradías hemos tenido procesos de todo tipo,
pero es verdad que hacer elegir entre dos candidaturas fuertes y bien
elaboradas a menudo es someter a las hermandades a una tensión que puede dar
como resultado heridas de difícil cicatrización y terreno abonado para las
bajas en caliente, en vez de, su verdadero objetivo, abrir un proceso sereno de
reflexión y debate de ideas sobre lo que se quiere y cómo se quiere.
Pero esta vez
poco han tenido que dudar los hermanos del Despojado, los de la Soledad y,
antes que ellos, los hermanos mayores a la hora de elegir al consejo rector de
la Junta. Una candidatura y listo. Una situación que, sin duda, quita emoción
para el espectador externo, pero que, supongo, es más tranquila para los
implicados.
Tampoco, lo
que es más importante, resta legitimidad a los investidos. Francisco Hernández,
Javier Hernández y Pablo Martín se han sometido a los procesos y sus
respectivos censos han hablado. Los tres, y algunos más que tendrán que
enfrentarse, solos o en compañía de otros, al escrutinio de las urnas tienen
ante sí retos mayúsculos. Respectivamente, gestionar la hermandad de mayor
tamaño, administrar una de las de mayor empuje y crecimiento sostenido y ser el
paraguas para una Semana Santa que, aunque se nos puede llegar a olvidar, está
asediada por todo tipo de problemas.
En plena
Transición, época dorada de las revistas satíricas, hizo enorme fortuna una
viñeta de Hermano Lobo: «O nosotros o el caos», advertía un orador ante el que
la masa respondía «¡el caos, el caos!». Pero ahí se jugaba con las cartas
marcadas: «Es igual, [el caos] también somos nosotros», confesaba el mismo
orador.
Aquí, posiblemente la advertencia era más real. Inquieta pensar qué ocurriría si ninguno de los tres hubiera dado el paso y en vez de candidatos únicos estuviéramos ante la ausencia de candidaturas. Eso ya es algo que, además de desearles mucha suerte y aciertos, hay que saber reconocer. Basta pensar, si no, lo cerca que está el caos.
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