Nada sabía de este personaje histórico hasta
que el padre Miguel Ángel, de la Orden Mercedaria, nos habló de ella en uno de
los cursos monográficos organizados por la, no sé si desaparecida o en
funciones Coordinadora Diocesana, en la Casa de la Iglesia hace ya un par de
años. Viniendo de Miguel, el tema impartido no podía ser de algo mejor que
liturgia y piedad popular. Fiel defensor de las mismas y de los símbolos que
las rodean, nos expresaba la importancia de explicar y entender por qué se
hacen las cosas como se hacen ya que el fin último no es otro que dar culto a
Dios y que, si no cuidábamos esos ritos ancestrales, acabarían por desaparecer.
Para aquellos que tuviésemos curiosidad en
estas materias, nos sugirió unos cuantos libros a los que acudir de forma
genérica, como son el Directorio de
piedad popular y liturgia (tomado como libro de cabecera de estos temas); Paganos y cristianos de J.F. Dölger, y como
obra más que excepcional por su temática, el del Viaje de Egeria, entre otros. El personaje enseguida me fascinó,
pues es sorprendente que una mujer de finales del siglo IV hiciese miles de
kilómetros (realizados a lo largo de tres años) acompañada nada más que por una
pequeña cohorte y con el único propósito de visitar y venerar los Santos Lugares.
El encuentro de sus relatos, de una manera
casi fortuita, revela la importancia de Egeria pues se trata de la primera
viajera cristiana de origen hispano (los escritos sitúan su nacimiento en la
Gallaecia romana, probablemente en Segovia) de la que tenemos constancia y cuya
crónica ha llegado a nuestros días a modo de notas de viaje escritas a sus
amigas, considerándolo el primer «libro de viajes» español. Si bien es cierto
que el libro fue redactado con otros propósitos como son los de la piedad religiosa
y popular, en realidad constituye una verdadera hoja de ruta que comienza en
Hispania a través de la Via Domitia hasta
Constantinopla, visitando también lugares tan simbólicos como el Monte Sinaí, Jerusalén,
Nazaret, Belén y otros parajes bíblicos para retornar a Constantinopla, lugar
donde se pierde la pista de nuestra protagonista.
Esta piedad popular, que comienza a germinar
en forma de peregrinaciones masivas, se debía sobre todo a santa Helena y su
empeño por ensalzar los Santos Lugares, así como la aparición, en estas fechas,
de varios libros piadosos. Egeria, interesada por todo lo que estaba sucediendo,
decide emprender el viaje y con ella, su relato dividido en dos partes bien
diferenciadas. La primera, centrada en la descripción de todo cuanto veía y la
segunda, en los rituales que allí se iban haciendo.
Esta última parte es sin duda la más interesante
para historiadores y estudiosos de la liturgia. Nuestra viajera repasa los
oficios y las celebraciones que se producían durante la semana en Jerusalén
hasta culminar en la fiesta dominical. Nos introduce también en los ciclos y
las festividades a lo largo del año litúrgico para después centrarse, con todo
lujo de detalles, en la Semana Santa y los ritos celebrados cada día en la
ciudad. El colofón de su relato son las fiestas de la Pascua, la Ascensión y Pentecostés.
Se pierde su huella en Constantinopla. En las
últimas hojas que se conservan, nos cuenta que planea seguir viajando hacia
Asia Menor y visitar el sepulcro del apóstol Juan, en Éfeso. Promete seguir
mandando cartas a sus amigas para seguir contándoles todo cuanto vea, pero ahí acaba
su relato. Se desconoce cuándo y de qué manera regresó a su hogar. Lo que sí es
cierto es que, gracias a sus epístolas, podemos saber cómo se realizaban los
primeros rituales litúrgicos cristianos.
Que interesante a la par que adelantada a su tiempo estos viajes de esta mujer...como siempre gracias por sembrar la curiosidad de seguir leyéndote!!!
ResponderEliminar