lunes, 3 de junio de 2024

Salida

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 Álex J. García Montero

Cofrades de la Vera Cruz. Salamanca | Foto: Pablo de la Peña

 03-06-2024


(A mis catecúmenos de Primera Comunión)

 

Buenas sensaciones y extraordinarios momentos están dejando en los paladares taurinos los primeros compases de la temporada en Valencia, Castellón, Sevilla, Madrid… De poco ha servido que un pijo catalán de origen vasco del Neguri haya propuesto, con el rictus etéreo que caracteriza a los de las sonrisas y el buen rollo (y el gobierno de la gente), eliminar de un plumazo el Premio Nacional de Tauromaquia, porque a los de su colla no les va este rollo nuestro.

Recuerdo que cuando en esa Cataluña irreal, se pergeñaba el ataque más antiliberal que pudiera haberse dado tras la transición, la supresión de los toros por decreto escrotal, mucha gente, de los ilustrados afrancesados pirenaicos, decían que daba igual porque eso no iba con ellos. Otros se pusieron de perfil, como el PSOE, y una minoría silente que estaba a favor tuvo que marcharse al mueco de los olvidos e indignidades.

Esa prohibición, en pro de un animalismo cuasi totémico y sectario a partes iguales, fue el inicio de la granizada de prohibiciones que vendrían poco a poco a minorizar, cuasi jibarizar, los ámbitos privados de los ciudadanos.

Ahora, la derecha, muy especialmente los liberales de pro, ven como ese liberalismo hecho felación en tendidos y andanadas, solo sirvió para que los de siempre, los de la gente, terminaran por meterse en la cama de cada uno (literal).

Pero no solo en Cataluña. En Asturias, un conservador muy viajado (él y su señora), de itálico apellido, tuvo a bien decir que por sus redaños no iba a haber toros en Oviedo. Y también una socialista, muy progresista ella, defenestrada no hace mucho, hizo lo propio tras la nomenclatura bautismal campera de «Feminista» a un toro de Morante.

Quizás no nos damos cuenta, pero en nuestras ciudades la Semana Santa y las cofradías son un escaparate político de primer orden. Sea a favor o taimadamente en contra. Qué decir del pregón por un alcalde hecho candidato. Qué decir de aquellos que medran en cofradías para luego buscar un pesebre para dizque representar al pueblo.

En muchos lugares, portar una vara de junta de gobierno es lo más significativo para dar el paso al bastón de síndico en la casa común concejil de Churriguera.

Poco importa si han sido los más antidemocráticos en su junta, si han tomado decisiones totalmente arbitrarias contra los propios estatutos, si se han pasado el derecho canónico por montera (en alguna hermandad hasta con ecos en la calle homónima de Madrid). Total, con la Iglesia solo topamos cuando hay cuestiones monetarias, clericales o conventuales (valga la redundancia).

Y, hasta los hay que, tras mostrar una cara agria en cada milésima de segundo, muestran una sonrisa sempiterna como esos actos donde los políticos besuquean a niños (y niñas, y niñes…), para intentar corromper su inocencia, una vez llegados al poder, una y otra vez.

Llama la atención los que están en contra. En las ciudades donde hay Semana Santa, respetan (básicamente porque si no les darían de hostias), pero cuando están entre sus hienas (muy sumadas ellas), arremeten contra las devociones más íntimas, pero sin dar la cara, con más traición que Islero con Manolete.

Entonces, comienzan a eliminar premios, justifican que prácticamente no va nadie, salvo en el caso del cine español (eso que dicen «Cultura Europea» y es la exaltación de la sandez en acetato), además que, por otra parte, el «No hay billetes» en los toros está más de moda que los vestidos de la Yoli («doña Trapiños»). O lo que es peor, que el animalismo fascista cuasi hitleriano, en eso sí que hemos vuelto a los años cuarenta germánicos, se haga presente hasta en la cría de canarios por parte de delicados cuidadores a los que, en pro del progreso, de la “progrhez”, se les requisan y mueren dichos pájaros por mor de la desidia, previo acta del Seprona. Ante todo (H)urtasun pidiendo que rebajen el IVA de las obras de arte contemporáneas a lo pijo progre de Barna, pero crujiendo bien al taurino.

Cualquier día, veremos a agentes medioambientales y al Seprona yendo a las ganaderías de bravo a precintar cerrados en función de no sé qué orden.

Imaginen, pues, todo lo que hemos pasado las cofradías y hermandades. La reciente flamante ex consejera de Sanidad decía que había entregado su vida a la medicina. Y añado, a cerrar cualquier atisbo de libertad más allá de las prescripciones monclovitas, junto con su compañero de tándem de liberticidio. No olvidemos cómo el partido naranja (ya exprimido en zumo azul y verde) controlaba (más bien pitufeaba) al abanderado del pendón de los Salzillos murcianos para que no se moviera ni un milímetro aquel Viernes Santo aciago de 2021, en el cual se dictaron las absurdas normas de hacer la Semana Santa dentro de los templos. Creo que el incienso hizo su papel purificador de la Edad Media.

Pero si hay algo más liberticida que estos naranjitos autoritarios es cuando en una cofradía, el hermano mayor (o mayora) se cree embarcado en una misión mesiánica cuando es elegido o designado. Y, peor aún, cuando sus consejeros áulicos le dicen amén a toda tropelía y fechoría. En dichos consejeros también están, pero no se les espera, los mitrados, prestes y priores conventuales para quienes el caer de las monedas en los cepillos es tan excitante como la campana de los perros de Paulov.

Si hay algo que me ha dado la libertad en una hermandad es cuando, designado para ser miembro de su junta de gobierno, tras intentar desde dentro cambiar las cosas, y, habiendo recibido desprecios y faltas de respeto con más romana que los toros de rejones de Las Ventas, he decidido irme, dimitir y marcharme (con mucho dolor, a la par que satisfacción). Porque los que estamos en este mundo servimos a Dios y a los hermanos a partes iguales. Y, cuando empieza a fallar una de las dos patas, es mejor irse. Les confieso que ha sido la experiencia más gozosa, después de tener a mi hijo, y la experiencia más triste, después de perder a mi padre y años más tarde a mi tío (eran gemelos y mi tío siempre ejerció de un segundo padre, pues mi padre falleció cuando yo era bastante joven).

Uno entra en una junta para encaminar el Bien Común. Y sí, cuando el Bien Común es el bien personal de alguien con ínfulas mesiánicas, lo mejor es marcharse. Con elegancia y sin dar un portazo, pero asegurándose de que la puerta de chiqueros queda bien cerrada para que ni salga un manso ni entre un bravo.

Porque, lo normal, aunque no sea reglamentario, es que, si durante la lidia un toro se quiebra uno de los pitones, se suele devolver a corrales. Y aquí, las defensas están claras: Jesucristo y los hermanos (o hermanas). Y nada más. Y si quiebran las defensas, a casa; que a la lumbre del invierno en los chamizos de la dehesa y al sol de la primavera tardía bajo la sombra de las encinas, se está… no sé si mejor o peor. Pero al menos con dignidad.

Exit, Ausfahrt, Uscita, Sortie, Sortida, Irten, Saída, Salida….

 

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