28-10-2024
«El final
se acerca ya; lo esperaré serenamente», así comienza la conocida canción My way (A mi manera), conocida
universalmente en su versión de Frank Sinatra. Un título de canción que nos
sirve de marco iluminador de una realidad, también cofrade, que cada vez más
está siendo relevante en la vida de las cofradías. Y me explico.
En este
inicio de un nuevo curso cofrade, las diferentes cofradías comienzan a perfilar
las dinámicas de cara principalmente a la Semana Santa; y hay una cuestión que
cada vez se hace más presente: los planteamientos de reconfigurar el hacer o
el estar de cada una de las cofradías pero mutando el ser de las
mismas; es decir tratar de re-crearlas o adaptarlas, so capa de decisiones
asamblearias o personales, lo que corre el riego de ser una alteración cardinal
de los elementos esenciales, identitarios y configuradores de cada una de las
cofradías.
Estoy
refiriéndome de modo concreto a cuestiones muy diversas, v. gr., sin pretensión
de exhaustividad: los cultos, la liturgia, los modos de desfilar las cofradías,
los acompañamientos musicales, la organización, frecuencia y distribución de
los desfiles procesionales, gestión... Así, intentando cambiar lo que es propio
y esencial de cada una de las cofradías, y a veces incluso sin mala fe, se
distrae la atención de lo que es el misterio central de Cristo que lleva a
evangelizar, a hacer también de las cofradías un hospital de campaña que acoja
a todos santos y pecadores, evangelización que con todas las limitaciones e
imperfecciones humanas, no se olvide, es y debe ser el único motor de las
cofradías.
Es esta una
cuestión que se presenta como urgente, puesto que la tradición recibida de
nuestros mayores y la identidad de cada una de las realidades cofrades que se
construyen día a día, no pueden ser amoldadas una y otra vez al socaire de
ciertos planteamientos personales o a la moda, que pueden incluso ser legítimos
desde el punto de vista estrictamente legal, pero no por ello dejan de ser
actuaciones gravemente perturbadoras de la naturaleza, identidad e incluso de
los fines de cada una de las cofradías.
Y es algo
que paradójicamente tiene una fácil solución que pasa por la convicción, el
conocimiento y el respeto, por parte de cuantos participan en las diversas
cofradías, de lo que cada cofradía es y representa, debiendo tener la altura de
miras suficiente, e incluso la humildad, de no subordinar la identidad de la
cofradía a los gustos apetencias y aspiraciones del momento o de quienes, de un
modo a veces esnobista, tratan de modificar el ser, el estar y el hacer de la
cofradía. No se trata de anclarnos en el inmovilismo, pero sí de buscar y discernir
los cauces de renovación.
Para ello
hay que acudir a las verdaderas fuentes, que no solamente son la historia de
cada cofradía, sino la forma en la que se vive hoy la fe de la Iglesia en el
seno de estos grupos. Siempre con la formación, participación, comunión y
sinodalidad, caminando juntos, con legítimas diferencias incluso internamente,
pero teniendo como cemento que une cuanto cada cofradía es y representa en su
esencia. Esto debe ser conocido, o en su caso descubierto, por cada uno de
cuantos pertenecen a cada cofradía, no queriendo forzar cambios que son veleidosos
a medio y a largo plazo, y hasta premonitorios de que, haciendo las cosas «My
way», el final se acerque ya y nos pongamos a esperarlo serenamente, pero eso
sí, con mucha apariencia.
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