viernes, 25 de octubre de 2024

El baile

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Andrés Alén


25-10-2024


Traigo hoy la exitosa obra de Edgar Neville donde Adela parece atrapada por el amor de dos entomólogos, Pedro y Julián, uno marido y el otro a la que salta, repletos de esos bichos que la madame, mientras se decide, quisiera deportar. Pongamos que por aquí ese trío pasional lo conforman, también con sus bichos, una pasión sevillana de YouTube y otra pasión sacrosanta, austera y pelín añeja, más tradicional. De todas formas, tanto estas como Adela, lo que quieren es bailar.

Don Andrés Fuentes, memorable párroco de San Martín, no faltaba a la cita cuaresmal sin obsequiarlos con la publicación en prensa de una carta o diatriba, sobre la Semana Santa para, supongo, infundir ánimos ante las celebraciones populares y, a ser posible, hacernos desistir de tanto insustancial desfile. De todas, la que más recuerdo es la del baile: «¿Hay algo más irreverente que bailar a un Cristo o a una Dolorosa?», escribía el buen párroco, cuando ya enfilaba la senda Kika neocatecumenal en su parroquia.

El baile también atañe al cambio de costumbres, a la inflexión del tempo. Recuerdo un día de escuela unitaria, municipal y laica donde se nos dice que hemos de ir al Carmen que venía el Obispo. En fila allí fuimos, ordenados, sin preguntar y sin que nadie nos preguntara. Era la confirmación: «Yo soy el obispo de Roma, para que te acuerdes de mí, ¡toma!». Y cachete. Toda esta casi ridícula función no pasó de una hora. Hoy se eternizan los cursillos para confirmación y primera comunión, más de tres años. Pienso si a nosotros nos convalidaron el cursillo por los siete años cumplidos de nacionalcatolicismo.

Pero volviendo a don Andrés, que estará en la gloria porque en esto de la resurrección entrenó intensamente en unas vigilias pascuales interminables, que acababan en amanecida, que más bien parecía que la resurrección de Cristo se fabricaba allí. Pues eso, que respecto al baile de imágenes sagradas y compungidas sí tenga un tanto de abuso. Un crucificado moviéndose no procede de no asemejar retortijones de dolor y del nuestro sabemos, por Velázquez, de su dulce quietud, que por algo es el Cristo de San Plácido. Hay que llevarlo como al de la Buena Muerte, zamorano o sevillano, como si siguiera en el altar.

Las Vírgenes parecen otra cosa. La verdad es que por allá abajo van todas vestidas de fiesta, como para ir al baile, pero habrá que contener la chicotá. Nada de golpes ni pasos atrás que recuerdan al tango o al foxtrot y que las revirás no se alarguen como la vigilia de San Martín.

Los nazarenos, con su pesada cruz para llegar al Calvario, deben andar. A paso largo y poderoso, como el Señor de Sevilla, a ritmo constante como el de La Salud, Manué de los gitanos. Sin música o con música nunca les falla el compás.

Los pasos de misterio, que siempre van con mucha gente encima, romanos, judíos, Caifaces o Pilatos, parece que tienen bula para elegir sones y cambian el ritmo y cadencia a cada paso en San Gonzalo, casi un ballet cuando no siguiendo en Triana, una especie de rejoneo hasta el punto de que el paso del moreno de las Tres Caídas ha pasado a llamarse el del caballo.

En Salamanca solo nos permitíamos redoblar el paso coincidiendo con el culmen de la música en el turno de bajos de San Julián.

En fin: ¡Bailemos, señores, que el Señor ha muerto!...

…pero resucitará

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