martes, 29 de octubre de 2024

Cristo o la perfección del hombre

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Álvaro Gorjón Losa

Vidriera de la iglesia de San Juan Bautista en Nueva Gales del Sur (Australia) realizada por Alfred Handel en 1946

29-10-2024


Imaginemos a Cristo en las florecientes praderas de Galilea. Es primavera y las prímulas se mecen con lentitud en las laderas. El clima es agradable y suave. La pobreza de sus gentes es la humildad de quienes necesitan poco; en su alma no está la mancha corrupta de quien conoce la abundancia. Son gentes sencillas, que son lo que son, como los troncos de los bosques, como la brisa en el trigal. Imaginemos ahora Jerusalén, con su inmenso trajín de serpientes, con un vientre insaciable que no cesa de escupir, con sus fariseos que fingen ser lo que no son, con sus mercaderes que comercian con las almas. Sus gentes están atadas al peso terrible de la propiedad. Los que son pobres quieren más, lo que son ricos también. Todo su ser se dirige hacia la acumulación de bienes terrenales. ¿Por qué? Porque está en sus corazones el fuego indomable del poder. El poder externo ata y subyuga, y es como un viento que impulsa al hombre por la vida hacia un camino que no es el suyo. De este modo, impide que alcance su perfección.

¿No fue acaso en la ciudad, con su jerarquía superior de poder, donde se condenó a Cristo? Pero no exculpamos a sus habitantes, solo señalamos que vivían presos en una estructura superior de poder. Allí donde el poder más fácilmente se acumula, más ejerce su tiranía sobre el individuo y más endurece con el desprecio su corazón. En este sentido, Wilde apuntó sabiamente que cuando Cristo se dirigía a los ricos y les instaba a que se desprendiesen de sus bienes, dándoselos a los pobres, no lo hacía precisamente para el alivio de los pobres, sino principalmente para el alivio de los propietarios, quienes estaban tan sometidos a la infinitud de cargas que se derivan de la propiedad, que no podían realizar su perfección. Esta actitud de Cristo nos dio muchos siglos más tarde a san Francisco de Asís, como es bien conocido, y yo veo una clara relación entre este santo pastoral y el Cristo de Galilea. A ambos los atraviesa la misma brisa fresca de los campos que más tarde sería el perfume propio del Renacimiento, esa belleza indolente de los niños y las flores. San Francisco huyó de Jerusalén a Galilea, esto es, abandonó la ciudad y sus riquezas por el campo y la pobreza. 

Galilea y Jerusalén son dos etapas diferenciadas en la vida de Cristo, su jardín de luz y su jardín de sombras. Renan expone maravillosamente las diferencias geográficas entre ambos parajes. Jerusalén es una ciudad rodeada de aridez. En este caso, incluso la geografía de ambas zonas sirve de símbolo para ejemplificar lo que sería la vida de Cristo en cada lugar y es curioso que el último sitio donde hallase paz fuese un huerto de olivos, quizás un recuerdo lejano de su tierra, de lo que pudo haber sido y ya nunca será. 

Porque Cristo no eligió su perfección, fue el hombre y su corazón quien determinó el modo en que habría de realizarla. Cristo, por esencia, contiene todos los tipos de perfección posibles, pero tuvo que ser perfecto según el hombre, y por ello únicamente le quedó el camino del sufrimiento y el dolor. Este es el Cristo medieval, el Cristo propiamente de la Pasión, que ha de realizar su perfección en la muerte y en la cruz. Ese es el camino que el hombre elige para él. Mas, fijaros hasta qué punto son profundos los significados del símbolo, esto es solamente porque el hombre no estaba preparado para otro camino superior.

Cuando se narra su condena se evidencia que el individuo es el verdadero legado de Cristo aún más si cabe que en sus palabras. Hay que entender el término individuo como aquel que es lo que es, es decir, aquel que es uno mismo y realiza así su perfección. En definitiva, aquel que no es conducido por fuerzas externas, sino por la voluntad divina de su interior. A Cristo, como iba diciendo, lo condena el pueblo, aunque el Individuo (Pilatos) trate de salvarlo para acabar cediendo a la fuerza todopoderosa de la masa, hecho que lo convierte en una de las figuras más trágicas de la historia, con su mancha escarlata que se lava eternamente en una fuente cuya agua no la puede borrar. Es el fracaso del individuo frente a la multitud. Y es bien sabido que la multitud tiene su propia alma diferente a las almas de aquellos a quienes integra, a los que doblega y reprime.

El individuo puede o no ser un tirano, pero el pueblo lo es siempre. Fue el pueblo el que eligió la perfección del Calvario para Jesús porque la Masa ha de ser en toda época la voluntad triunfante, o al menos así sentirlo, pues de lo contrario el poder se encarna en ella y la sangre comienza a correr. El ejemplo más terrible de esto es la Revolución Francesa y desde entonces los detentadores del poder han aprendido bien a respetar al pueblo y se han cuidado de adormecerlo bien. Pilatos habría elegido el perdón porque sentía simpatía hacia una naturaleza extraordinaria como la de Cristo. Pero el poder dirige diabólicamente a la masa, incluso en contra de sus propios dirigentes, pues al poder le trae sin cuidado quien lo ostente. Su naturaleza es acumulativa, sus únicos fines son concentrarse y ser.  

Entonces nos preguntamos: ¿Qué hubiese ocurrido si cada una de aquellas almas le hubiese juzgado individualmente? ¿Cuál sería la perfección de Cristo? ¿Sería la del Cristo de Galilea, con su temperamento amable y dulce? ¿Sería el Cristo pastoral, recostado en un lecho de flores? ¿O el Cristo artista que descubre en las almas el misterio del amor? Nunca podremos saberlo, a mí me gusta pensar que hay un camino más refinado que el sufrimiento y la muerte para que el hombre halle luz en su interior. Pero la aprehensión estética es una facultad que poseen solo algunos individuos, mientras que hasta la masa conoce el dolor. El pecado, he ahí la única forma de santificar al hombre, siempre que lleve a comprender, esto es, al arrepentimiento. Esta es la verdad eterna y universal del cristianismo. Por fortuna, san Francisco completó con su vida el símbolo, y por ello se dice, y no en vano, que ha sido la persona más parecida a Cristo desde Cristo. Hoy que la masa es más fuerte que nunca, como un Titán ciego y terrible al que dirigen oscuras manos, quizás sea conveniente hacer esta reflexión.

 

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