¿Saben esa
típica situación en la que estás hablando en un entorno bastante ruidoso y has
adoptado un tono de voz muy alto y de repente se calla todo el mundo y lo que
dices retumba como por un altavoz? Pues el otro día pasó en un momento casi
solemne.
Situación:
convocada la prensa por las autoridades competentes antes de presentar la
exposición con las fotografías aspirantes a ser el cartel de Semana Santa.
Conversaciones cruzadas. Cuánto tiempo. Qué bien te veo. Oye, hay cosas chulas.
Nos ponemos aquí mejor. Vamos, que al final nos llueve. Y de repente ese
«empezamos cuando queráis» que suele actuar como contraseña de silencio e
inicio del acto.
Justo en ese
momento, mientras se hacía la calma, una voz nítida y contundente: «que a mí
esto no me importa, Manu, pero tú que sabes no dejes que elijan una porquería».
Una compañera gráfica, algo desentendida del acto que estaba ya por comenzar
daba así las últimas indicaciones a un colega, que no es otro que el último
ganador del cartel y, en virtud de tal, jurado de la actual edición.
Aunque no
necesariamente fuera «porquería» la palabra, desde su buena fe ‒la fotógrafa en cuestión es una persona extrovertidamente
encantadora‒, la protagonista de esta pequeña anécdota da en el clavo de lo
que ocurre un año más con este certamen: a casi nadie le importa hasta que se
produce el fallo, momento en el que automáticamente la foto ganadora pasa a ser
una porquería.
Hablamos,
sobre todo, de los cabildos digitales donde, por lo que sea, nos sigue saliendo
toda la mala baba social que llevamos dentro. Pero la reflexión se puede
extender a otros muchos corrillos, también físicos de expertos, reales o
pretendidos, en la materia.
Aunque
acertar una quiniela de cuarenta es bastante complejo, tenemos hasta el próximo
día 24 para hacernos más o menos una idea de cuál va a ser la imagen que nos
represente en las grandes ferias turísticas. Y este es un elemento sobre el que
se puede debatir, pero no hay que perder nunca de vista: el cartel es ante todo
un elemento promocional en el que, aunque pueda parecer contradictorio, los
cofrades no son necesariamente su destinatario primordial. Al fin y al cabo
ellos saben perfectamente cuándo es Semana Santa y en qué consiste, no hace
falta gastar mucha energía en anunciarles algo que ya conocen.
Así que
asumiendo ese marco hay que acercarse a este proceso con la apertura de miras
suficiente para entender que un buen cartel puede serlo incluso cuando no
plasme en toda su dimensión todos y cada uno de los valores de la Semana Santa
tal y como la entendemos cada uno de nosotros.
En todo caso,
a mí con el cartel últimamente me pasa que casi nunca se elige la foto por la
que yo hubiera apostado (mi «favorita» de este año, según me cuentan, estuvo a
punto de quedarse fuera de concurso a criterio del jurado de selección) y en
ocasiones hasta es una imagen que yo había criticado previamente y, sin
embargo, el día que se presenta el cartel pasa a parecerme una designación
inmejorable.
Claro que
normalmente me tomo la molestia de conocer qué hay detrás de un disparo. Qué
concepto buscaba el autor, lo que tuvo que esperar en una esquina o simplemente
la suerte que tuvo (y la capacidad de capturar esa suerte en una imagen). Es un
poco más difícil que decir, bah, vaya porquería.
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