viernes, 18 de octubre de 2024

Llenar el calendario

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Jesús A. Alonso Cuesta

Procesión de la Virgen de la Vega | Fotografía: Pablo de la Peña

18-10-2024


Cuenta una conocida canción, Caballo viejo, del compositor venezolano Simón Díaz (popularizada en España por Julio Iglesias), que «quererse no tiene horario, ni fecha en el calendario, cuando las ganas se juntan». Comparto la idea de que el amor, como muchas otras emociones profundas, trasciende los límites del tiempo y las convenciones sociales. Sin embargo, en nuestra querida ciudad de Salamanca, esos versos podrían parafrasearse, lamentablemente, de la siguiente manera: «Celebrar actos cofrades no tiene horario ni fecha en el calendario».

Aunque quizá sí quede algo de horario, ya que se han ido perdiendo las pocas procesiones matutinas que quedaban, lo cierto es que en los últimos veinte años hemos asistido a una ampliación considerable del calendario cofrade, extendiéndose desde el mes de septiembre hasta junio. Solo los dos meses del implacable verano parecen haber quedado, de momento, al margen de las celebraciones organizadas por nuestras hermandades, cofradías y congregaciones.

Para ilustrarlo, basta con observar los escasos cuarenta y cinco días que llevamos de curso cofrade. Ya hemos tenido, o estamos a punto de tener, cuatro desfiles procesionales (si contamos la tradicional procesión de la Virgen de la Vega y la malograda procesión del Santo Rosario). No hace tanto tiempo, para asistir a cuatro procesiones era necesario esperar al mismo Domingo de Ramos. Este fenómeno no es exclusivo de nuestra ciudad; por ejemplo, en Andalucía se celebraron en 2023 unas 360 procesiones más que en 2022. Pero en nuestras latitudes, este crecimiento exponencial resulta relativamente reciente.

Aunque comprensible desde el punto de vista del deseo de muchas cofradías, y especialmente de sus dirigentes, de aumentar su visibilidad pública, el riesgo de generar una sensación de saturación y desgaste es patente. No solo para los cofrades, que son quienes más se implican en la organización y desarrollo de estos actos, sino también para el público general, que puede terminar percibiéndolos como algo repetitivo y predecible.

Es innegable que las cofradías deben evolucionar con su tiempo. Y el tiempo que nos ha tocado vivir es el de la desestacionalización. Al igual que el fútbol ha dejado de ser un evento reservado para los fines de semana, o que los turrones comienzan a aparecer en los supermercados en pleno septiembre. Las procesiones y eventos cofrades parecen haber perdido su carácter extraordinario, convirtiéndose en una presencia continua a lo largo del año. Esto, inevitablemente, diluye su impacto y simbolismo.

No seré yo quien no defienda las manifestaciones públicas de fe cristiana. En un mundo cada vez más alejado de los valores fundamentales del cristianismo, como la humildad, la solidaridad o el perdón, es esencial seguir evangelizando y dando testimonio. Sin embargo, cabe preguntarse si este aumento en el número de actos responde realmente a una demanda, no ya de la sociedad en su conjunto, sino incluso de los propios cofrades.

Un buen amigo suele decirme, en tono jocoso, que el mundo de la Semana Santa en Salamanca le recuerda a Springfield, la ficticia ciudad de la famosa serie animada Los Simpson, porque en todos los actos siempre aparecen los mismos personajes (sin ánimo peyorativo... o tal vez con un poco de ironía). Y es que, a menudo, vemos cómo los mismos rostros, los mismos discursos y las mismas poses se repiten una y otra vez, en un ciclo que corre el riesgo de volverse agotador.

¿Hay que limitar por tanto la celebración de actos cofrades a la cuaresma o festividades muy concretas? Rotundamente no, pero sí hay que hacer los actos precisos, sin caer en redundancias (cuantos pregones, oraciones, vía crucis, rosarios y via lucis se celebran con menos de un 20% de la nómina de hermanos) y potenciando los que tienen cierta ascendencia dentro de cada cofradía.  

Si no logramos racionalizar este crecimiento, el riesgo de que la devoción se diluya en una maraña de actos cofrades podría terminar por generar un sentimiento de vacío entre los propios fieles. No sería extraño que, en el futuro, alguien se viera tentado a escribir versos como estos:

Por la calle van los santos,
procesión sin fin ni cuento,
más iconos que creyentes
¿Es devoción o es tormento?

Que si el mando, que si el paso
que si el incienso bendito,
tanta fe en lo que cargan
¡y en el alma un hueco escrito!

Tratemos de completar el calendario, en vez de llenarlo, porque como acaba la canción con la que empezábamos el artículo «Después de esta vida, no hay otra oportunidad».


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