Recientemente, Europa, una de sus múltiples comisiones,
nuestra querida Uropa, ha aprobado
una directiva sobre transporte de animales que requiere de unos descansos con
esparcimiento físico para todo transporte animal que se precie.
Cualquiera que conozca el mundo taurino sabe de las
distancias que recorren los bureles cuando son embarcados en las fincas de las
distintas dehesas de nuestra piel de toro. Así tenemos que, salvo en contadas
ocasiones, donde ferias como la recién celebrada en la querida Glorieta charra,
los toros deben transitar por un sinfín de kilómetros por caminos, carreteras, autovías
y autopistas hacia el destino de los corrales y chiqueros repartidos por
Portugal, España y la nación gala, cuna de la mejor afición del mundo.
En verano son muchas las localidades francesas que
celebran corridas de toros. Básicamente son dos zonas, la zona atlántica (con
la euskaldún Iparralde y Landas–Lanes–Landes) y la zona mediterránea con
Occitania (Occitanie–Occitània) y el
Rosellón (Roselló), esa Catalunya Nord de corte libre,
republicana y cívica agraria donde sigue vigente el «prohibido prohibir» de
mayo del 68.
Imaginen, al estilo de Lenon, que en el transporte desde
las dehesas próximas al Estrecho de Gibraltar (¡español!), los Montes de
Toledo, la Salamanca leonesa, Castilla la Vieja, la Frontera andaluza y demás…
tenemos que transportar ganado bravo hasta esas zonas de clima suave y gente
bravía donde el toro sigue siendo la aldea gala de Astérix y Obélix frente a
una ciudadanía pija y urbana parisina, y dizque «insumisa» más pastueña que la
vaca de Milka; ¿qué zonas de esparcimiento dejamos al toro bravo? ¿tal vez
algún parlamento o alguna sede de los cientos de oenegés verdes y «ecologetas»?
Porque sacarlos del camión es muy fácil, pero volverlos a meter…
De la misma manera que en el transporte de toros bravos
es inviable esta absurda normativa, en nuestra Semana Santa, muchas veces las juntas
de gobierno y sobre todo los priostes y grupos de montaje tienen que bregar,
más al engaño que a la verdad, con las absurdas normativas de tráfico que
pululan por todas las tierras de la DGT. Así, la mayor parte de las veces,
cuesta mucho trasladar tronos, enseres, pasos, imágenes por las calles y
carreteras secundarias. Porque hay que pedir una infinitud de permisos. Además,
hay vías que son competencia de la Guardia Civil y otras de los distintos
cuerpos de la Policía Local y además de enfrentamientos consabidos entre ambos
cuerpos a lo Ventura y Pablo Hermoso (que parece que se va retirando igual que
Ponce), tenemos la última palabra del alcalde o del delegado de gobierno de
turno con su implacable traje y su tiesa corbata en presidencia de lo absurdo.
Todos quieren ser invitados a pregones, fogones,
procesiones, actos y cortejos, pero ninguno pone soluciones sobre la mesa para
facilitar obrar el milagro cada año. Y este problema, antaño inexistente, se ha
convertido hogaño en una contingencia de tamaña magnitud que inunda de
ibuprofenos las cabezas y más aún los estómagos de todos los que intentan
(intentamos) echar una mano en la preparación de la otra gran fiesta que tiene
lugar en la primera luna llena de primavera (con permiso del ebúrneo argentino).
Quizás tengamos que empezar a plantearnos si merece la
pena que después de preparar con mimo, como preparan los mayorales y vaqueros
los astados que serán lidiados en los alberos de las diversas y variadas
geografías, todos los elementos litúrgicos y paralitúrgicos que conllevan una
estación de penitencia, nos vengan con normativas absurdas para trasladar unos
elementos cuyos orígenes se remontan a muchos siglos antes de que alguien
pudiera pensar o imaginar el desarrollo de un vehículo autónomo.
Porque no es de recibo que hermandades y cofradías
estemos pagando, además del transporte, seguros, permisos, trámites,
contingencias y muchas veces favores (a portes debidos la mayor de las
ocasiones), los numerosos costes y costos que supone para las menguadas arcas
cofrades la salida a la calle, guste o no guste, el denominado culto público,
principal razón de ser, junto con la social y la votiva de recuerdo por los
fallecidos, de nuestras penitenciales.
Señores políticos (de todo signo, signe, signa, signu…), pónganse las pilas, mejor dicho, pónganse
bajo el banzo, el palo o el templete y empiecen a dar soluciones reales y
realistas (no monárquicas) a esta serie de problemas. Sino, quizás, algún año,
con un sol espléndido de mañana de Jueves Santo, podrían encontrase con que no
haya más salida que un farol para alumbrar sus vergüenzas en la madrugada de la
incontinencia verbal y gestual.
Este debe ser un problema que se ha de tratar en todas
las mesas sectoriales, puesto que ni el gran transportista Marce podría ir solo
a Europa a exponer la problemática del transporte de ganado bravo. Es labor de
congresos, mesas redondas, encuentros y desencuentros cofrades y políticos. Es
comparación entre tierras meridionales y septentrionales. Porque lo que en
Andalucía son todo ventajas, en las tierras de los viejos e históricos reinos
de Castilla y de León son inconvenientes y cortapisas.
Y no digamos a la hora de hacer traslados o mudás. Tenemos otro agente de movilidad
que muchas veces se dedica a poner vallas, cercas, muros, cepos y clavos en los
traslados de la ilusión: la autoridad eclesiástica. Pero de eso hablaremos otro
día.
Lo dicho. Transporte. Transporte con gallardía. Con
ilusión. Con cabeza y sí, con corazón. Que transportamos en nuestras
conciencias siglos de veneración, devoción y vivencias para todos de forma
totalmente gratuita, pero no estúpida. Que somos cofrades, no gilipollas.
Que es ahora, en septiembre y en octubre, cuando hay que
pensar, preparar y discutir toda la logística previa y posterior a nuestras
estaciones de penitencia. Que todos debemos poner de nuestra parte; pero aquí
son otros los que deben de hinchar las ruedas de los camiones y coger el
volante como los demás cogemos al toro por los cuernos de la sensatez. No
siempre lo sensato es cumplir normas hechas para el siglo XXI y no para los
siglos XV, XVI, XVII y XVIII donde se gestaron las heroicidades de lo que hoy
conocemos como Semana Santa.
A nadie se le ocurriría hacer el arrastre con un camión
cabeza tractora por nuevo que este fuera. Las mulillas del común de los alberos
o la yunta de bueyes en tierras norteñas, son el complemento perfecto al final
de la faena, con o sin trofeos. En sí mismo el arrastre del cornúpeta es todo
un espectáculo menor del mayor teatro de la vida hecha muerte y la muerte hecha
vida, como lo que celebramos en la Pasión de Cristo. Quedan tiempos, esperas y
demoras hasta abril. Pero las lluvias que caen ahora anticipan que la Semana
Santa está próxima. Al menos en los que gestionan el milagro para sentir los
únicos clavos y espinos que deben atravesar nuestra cristiana existencia, los
de Jesús el Nazareno.
Feliz curso cofrade.
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