Parto de la base de que no
vi la exposición de fotografías concursantes para ser cartel de nuestra Semana
Santa que estuvo a mi disposición en la plaza del Liceo hasta hace unas
semanas.
Igualmente digo que espero
que mi sesgo por la excelente calidad como fotógrafo de Manuel López Martín no sea
impedimento para mis palabras.
También he de decir que,
aunque sea cofrade de la cofradía que acompaña a la imagen protagonista del que
será cartel anunciador de nuestra Semana Santa el próximo 2025, mis
preferencias (al menos sentimentales) siempre fueron por otro lado más yacente,
lo que creo que no sirva como acicate negativo para lo que quiero comentar.
En fin, que con tanta
premisa no sé si seré capaz de resolver el silogismo, teniendo en cuenta que la
lógica de mis matemáticas comunes quedó totalmente olvidada mucho antes de que
la vida me llevase por vericuetos en los que la lógica es cuchara de palo en
casa de herrero.
Y de eso, de lógica, entre
otras cosas, quisiera escribir esta columna más dórica que corintia por aquello
de la simplicidad de formas. Pero vamos al asunto, que parece que la entradilla
es más dispersante que aglutinante.
Venía a decir, en primer
lugar, que me gusta mucho este cartel en el que la foto de Manolo es
protagonista. Lo veo, más allá de la gran calidad de la imagen en cuanto a
técnica (enfoque, grano, encuadre, exposición…) y arte, impactante e
informativo –cosas que se piden a un elemento de comunicación como este–, en el
que la imagen acompaña a un escueto texto que dice todo cuanto hay que decir,
que no viceversa. He aquí la lógica de lo que ha de ser un cartel. Pero quiero
ser prudente y voy a dejar los análisis que se puedan derivar de todo esto a
quienes tengan un criterio más lógico, adecuado y sólido que el mío, que no
pasa del de simple aficionado; aunque con esto, quizá se podría volver a abrir
el melón de si el cartel debe llevar tal o cual «elemento» (siempre relacionados
con algún monumento o con la imagen de nuestra devoción en formato estampa), de
si este cartel no muestra que sea Salamanca ni su Semana Santa la protagonista
(insisto en lo del texto como elemento fundamental) o si –y aquí sí que me he
mojado otras veces hasta arrugar toda mi epidermis cofrade– el concurso
fotográfico como mecanismo para seleccionar el motivo del cartel ha quedado
obsoleto o sigue siendo plenamente vigente y actual. Como siempre pensé que hay
otras vías para confeccionar un cartel para nuestra Semana Santa (véase por
ejemplo el método seguido por la asociación que ampara esta página), y
aprovechando que para el curso que viene el nombre del concurso se amplía incluyendo
el nombre de «Lorenzo Rodríguez» como recuerdo-homenaje a quien tantas veces
captase con su cámara nuestras procesiones y cuanto las rodea, no estaría mal
dejar el concurso en concurso y hacer del cartel cartel, explorando otras vías
que enriqueciesen el proceso.
Por otro lado, una bendita
casualidad nos lleva, además, a que la imagen del Cristo de la Agonía Redentora
sea la protagonista de la fotografía ganadora. Magnífica la coincidencia con
ese quinto centenario (más o menos aproximado) de la ejecución de esta
excelente talla por Juan de Balmaseda o alguien cercano, de la que disfrutamos
cada madrugada de Jueves Santo, que será el próximo 2025 y para el que la
cofradía (bueno… su junta de gobierno, por ahora) ha diseñado toda una serie de
actos y actividades que ocuparán gran parte del mismo. Charlas y encuentros,
exposiciones, trabajos musicales, conciertos… y una procesión extraordinaria.
Ahí lo dejo, que quienes me conocen ya saben de mi opinión acerca de este tipo
de eventos y de su necesidad por estos pagos en los que ni rogativas hacíamos
antes de la globalización del TikTok y de la invasión doméstica de esa enciclopedia
visual llamada YouTube.
Claro que también es
cierto que si tenemos unas Normas Diocesanas que regulan estos eventos extraordinariamente
cofrades, y que si lo pretendido cumple con el articulado de las mismas (más
allá de si se están cumpliendo con escrúpulo otros artículos cuya enjundia me
parece bastante mayor –con diferencia– que la de esto que ahora nos atañe),
pues quién soy yo para limitar, señalar o siquiera criticar estas «pasiones»
fuera de calendario.
Todo sea por el valor
añadido que supone este beneficio catequético para nuestras cofradías y
cofrades, todos solícitos a colaborar en cuanta actividad misional se proponga
para bien del pueblo, siempre y cuando sea fuera de los templos, que el
interior huele demasiado a cerrado y no hay nada como «pasear la fe» entre esas
monumentales piedras que todos echan de menos en las fotos de los carteles
anunciadores de nuestra Semana Santa.
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