miércoles, 6 de noviembre de 2024

Crucifixiones de Pablo Picasso

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F. Javier Blázquez

Crucifixión
06-11-2024


Pocos son los artistas que en el arte occidental han eludido en su obra la figura del crucificado. Hasta en aquellos que, como Picasso a priori parecería imposible encontrarlo, cuando se busca se encuentra. Ciertamente, en el malagueño universal, el artista más completo del siglo XX, el crucificado es un tema marginal en su obra. No obstante, desde los primeros tiempos y a lo largo de su evolución artística, podemos documentar bastantes óleos y dibujos. Uno de ellos, realizado en 1959, fue utilizado para el cartel anunciador de la Semana Santa de Málaga en 1998.

Especialmente significativas son las representaciones realizadas al inicio de los años treinta. Avanzada la década de los veinte, Picasso se acerca al surrealismo promovido por Breton. Él nunca se consideró realmente surrealista, pero muchos de sus principios se abren camino en su obra hasta hacer olvidar, de manera concluyente, la etapa neoclásica. Es un tiempo en el que las inquietudes de un espíritu agitado por las incertidumbres que surgen durante la Europa de entreguerras crispan su pintura. En 1930 realiza sus dos obras más importantes con el tema de la crucifixión, un óleo y carboncillo sobre papel, que se expone en el Museo Picasso de Barcelona, y el óleo sobre lienzo del Museo Picasso de París. Los estilos son muy distintos, pues el primero mantendría aún el gusto por lo tradicional, mientras que el segundo se adentra plenamente en la concepción pictórica del surrealismo picassiano.

Por qué Picasso realiza en estos momentos varios dibujos y pinturas de Cristo crucificado sigue siendo hoy en día objeto de debate. Él para nada era religioso. Incrédulo, comunista e irreverente son algunos de los calificativos inherentes a su personalidad. Y, sin embargo, no puede liberarse de la tradición hispánica que ha permeado indeleblemente su personalidad. Y se es español, al menos antes era así, en la medida que el cristianismo forma parte de la vida y la expresión del ser. Para afirmarlo o para negarlo. Para defenderlo o para intentar destruirlo, porque la visceralidad del anticlerical solo puede brotar en el seno de una sociedad en la que el catolicismo ha arraigado con fuerza.

Hay quien asocia las representaciones del crucificado en Picasso a sus momentos de crisis, pues para él, a decir de Lourdes Peláez, la escena de la crucifixión «no representa solo la muerte de Cristo, sino que va más allá en su búsqueda de mostrar la angustia vital, la capacidad del ser humano de infligir dolor, el sufrimiento que ese dolor causa a su vez y, sobre todo, el sacrificio». Las procesiones de su infancia, en la Málaga natal, quedaban ya muy atrás. Pero sí es cierto que, durante algunos momentos de dolor en la vida del artista, aflora la memoria del Cristo crucificado. Esto se constata por primera vez con la enfermedad y muerte de su hermana.

Hacia 1930, cuando realiza las obras aludidas, Picasso no atraviesa uno de sus mejores momentos. Le preocupa el avance del fascismo por Europa al inicio de la Gran Depresión y su vida se desenvuelve entre la contradicción por la pasión que en él despierta Marie-Thérèse Walter, su nueva musa, sin haber dejado aún a su primera esposa, Olga Khokhlova. Al respecto, hay también asociaciones muy interesantes que demuestran cómo las siete mujeres con las que estuvo Picasso condicionaron su evolución artística. La etapa surrealista estaría vinculada a la presencia de la jovencísima Thérèse Walter. La pasión desmedida que sintió por ella, unida a los nubarrones políticos que él veía en Europa, dan lugar a unas figuras agudas y descoyuntadas, influidas en lo estético por el arte oceánico que estaba por entonces tan de moda en Francia. Las bañistas, inspiradas por Thérèse Walter, son las obras más conocidas de este momento.

En consonancia con estas pinturas, tendríamos que considerar la segunda crucifixión de 1930, que ilustra esta columna. La distorsión de las figuras es tan acusada que apenas se reconocen. Cuesta distinguir, aunque aparecen también, la Virgen y María Magdalena. Se incluyen asimismo varias escenas de la Pasión, como el sorteo de la túnica, la sed, con un hisopo de enormes dimensiones, el descendimiento y la lanzada con un Longinos asimilado al picador de la corrida de toros. Como podemos apreciar, la tauromaquia, otro signo de lo hispánico, nunca desaparece en la obra de Picasso. Y como la piedad resultaría impensable en el malagueño, en uno de los característicos arrebatos de cinismo, tan señalados por Dalí, el autor incluye, como si fuera la tercera María al pie de la cruz, el perfil dibujado de Marie-Thérèse Walter.

Esta crucifixión aglutina muchos elementos. Y aunque la devoción queda excluida por razones obvias, en todo caso sí apreciamos que la figura de Cristo en el momento supremo, el de la crucifixión, estuvo presente en la ingente obra de Picasso, casi siempre en aquellos momentos que sus inquietudes le llevaron a ahondar en ese sustrato hispánico del que el hecho religioso forma parte indisociable de su ser.

 


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