11-11-2024
Si el refranero no excluye a ningún
cerdo, pues a todos les llega ahora su hora, la de claudicar para que pronto
los fríos hagan su trabajo, el diccionario recoge el diminutivo de verano,
veranillo, para refrescar la memoria de los que ya han olvidado el santoral, y recordarnos
a todos, incluidos los que no hace mucho festejábamos a san Miguel y hoy lo
hacemos con san Martín, el de Tours, que el tímido sol está a punto de rendirse
ante el otoño.
En el volumen insignia de la RAE me
quedo para subrayar en su día el vínculo que une capa y capilla. Capilla: del
lat. mediev. capella, «trozo de la
capa de S. Martín», «oratorio con esta reliquia», «oratorio, capilla». La
etimología nos invita a sumergirnos en la Historia para saber que, de aquella
capa que el santo partió para compartir, un fragmento se veneró, a modo de
reliquia, en la Capilla Palatina erigida por Carlomagno, punto de partida de la
catedral de Aquisgrán. Aachen leemos ahora en los mapas; mejor pista sería si
leyéramos el topónimo francés, Aix-la-Chapelle.
De la parte, la capa, o para ser exactos
la parte de la capa, al todo, la capilla donde se custodia. Del contenido, la
capa del santo, al continente, la capilla en su honor. Un hecho tan emblemático
que podemos admirar tanto en la portada románica, la del Corrillo, como en la
renacentista, la de Quintana, en el templo dedicado a san Martín en nuestra
ciudad, la parroquia que por antigüedad y solera puede tomarse como primus inter pares de las salmantinas,
bajo la catedral.
Porque si de sedes hablamos, a los
cofrades no se nos cae de la boca la palabra capilla. Todas aquellas que, en
iglesias mayores, son cuidadas con esmero por las hermandades, como espacio en
el que volcar su esfuerzo. También las capillas que, legadas por las anteriores
generaciones, reflejan una espiritualidad que no se ha congelado en el tiempo,
sino que avanza y se adapta sin perder ese sabor tan propio de cuando se
tenían, en palabras teresianas, «ánimos para grandes cosas».
En la capilla, su capiller, «muñidor de
cofradía». Y alrededor de la capilla, el capillita, adjetivo de los que se
utilizan más como sustantivo: «dicho de una persona: que vive con entusiasmo
las actividades organizadas por las cofradías religiosas a lo largo del año y
participa en ellas». No les ha quedado mal la definición a los de los sillones
mayúsculos y minúsculos, aunque el entusiasmo, de vez en cuando, desemboque en
afición, evasión, obsesión.
A lo largo de todo el año se puede
participar en la cofradía partiendo la capa como san Martín.
Institucionalmente, en la comunión cristiana de los bienes, aportando lo que se
pueda, aunque sea un trozo de capa no mayor que una esclavina, al fondo común
diocesano, el famoso «diezmo» con el que viene titulando la prensa cuando de
normas diocesanas de cofradías se trata (no han sido nada originales los
vecinos del norte). Hacia dentro, asegurando que la capa de la cofradía a todos
los cofrades arrope un poco; hacia fuera, respondiendo con generosidad a urgencias
como estos días y comprometiéndose de forma más continuada y callada con
necesidades que siempre están.
Porque la capa que el año pasado el niño
arrastró, la primera vez que salió de capuchón, ya se le ha quedado corta con
el estirón. Podríamos entonces torcer el gesto y lamentarnos porque se ha
descuidado y se le ve la túnica. Antaño la manchó, hogaño no roza el suelo.
Pero también podemos ser indulgentes y reconocer que la capa que nos procuramos
nunca está verdaderamente hecha a nuestra medida, que Cristo siempre irrumpe en
nuestra vida para cortar una parte de su capa y dárnosla, o para pedirnos que
partamos la nuestra y se la demos a él.
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