12-11-2024
«Noviembre, bendito mes, que
empieza con Todos los Santos y acaba con san Andrés», rezaba el dicho popular.
Que empieza con Todos los Santos. El día 1, en efecto, es día para conmemorar a
todos los que ya gozan de la presencia y contemplación de Dios en la morada
celestial. A pesar de lo cual, la inmensa mayoría de la gente (y esto mucho
antes de que existiera el jalloben ese…) asocia ese primer día de mes con la
visita al cementerio.
Esa conmemoración de todos los
que han muerto es en realidad el día 2, el día de los Fieles Difuntos. Y tanto
la Iglesia como la tradición (como en tantas muestras de piedad popular, qué
fue primero, la gallina o el huevo…) enseñan que ese recordatorio, en forma de
oración, de memoria, de revitalización de las vivencias compartidas, debe
extenderse a lo largo de todo el mes; como así se hace presente en oraciones
diarias, en jaculatorias o en celebraciones propias.
Y precisamente por esa
celebración de los que ya nos han dejado, quizá fuera buena ocasión para hablar
un poco de nuestro Grupo de Exequias del Cristo del Amor y de la Paz. De cuya
existencia más o menos todo el mundo tiene una vaga idea (o ha visto en función
en algún entierro o responso en el tanatorio), pero casi nadie sabe exactamente
a qué responde o cómo funciona.
Siendo obispo de Salamanca don
Braulio (quien después ocuparía las sedes arzobispales de Valladolid y Toledo,
primada de España), solicitó a la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz su
colaboración para algunas tareas propias del cementerio. Y esto porque ya tenía
su sede canónica allí ‒en la capilla del camposanto‒ la imagen del Santísimo
Cristo de la Liberación de esta Hermandad.
Además de colaborar en la
limpieza de viales y señalización de las distintas parcelas, se requirió la
ayuda en la celebración de responsos, inicialmente centrados en los fines de
semana, pues don Isidro (a la sazón capellán titular) tenía que atender pueblos
en las misas dominicales y sabatinas. Se creó así un grupo inicial (del cual a
día de hoy no queda ningún miembro), que recibió una somera formación
capacitadora y empezó, hace más de veinticinco años esta labor.
Poco a poco (y por tandas) fuimos
sumándonos otros hermanos, cuando hacía falta, o cuando la necesidad así lo
requiriera. Y de este modo algunos llevamos más de dieciséis años en la brecha.
En los últimos tres años hemos
asumido también las celebraciones en días laborables (cubriendo así todo el
calendario), pues los diáconos que se hacían cargo han fallecido o se han
retirado por imposibilidades físicas. Igualmente y como asunto destacable, tres
mujeres de la hermandad se han incorporado al grupo desempeñando las mismas
tareas, con bastante éxito, por lo que en la actualidad, formamos el grupo diez
personas (en algún momento hemos sido cuatro miembros nada más).
Básicamente, la labor principal
que realizamos consiste en la oración de un responso cuando llega el cuerpo (o
las cenizas) al cementerio, ya sea en la recepción de entrada, ya en la propia
sepultura durante el sepelio, cuando las circunstancias lo permiten. Al mismo
tiempo y por supuesto, el acompañamiento y consuelo a los deudos.
Acompañamiento que es tanto espiritual como asistencial, si necesitan resolver
algún trámite. Ese seguimiento puede realizarse también después del funeral
propiamente dicho, si así lo requieren las familias, aunque ciertamente esto no
es nada frecuente.
Asimismo, también en los
tanatorios ‒en
los casos en que no lo hace el propio servicio pastoral encomendado‒
podemos realizar ese rezo de responso y acompañamiento a la familia, cuando así
se solicita o siempre cuando se trata de personas cercanas a nosotros,
familiarmente o por cofradías.
Otro servicio que tenemos encomendado, aunque se han dado
muy pocos casos, es el de asistencia a personas de fuera de Salamanca en todo
lo referente al momento del óbito. Gente que está de paso por Salamanca, en
tránsito o desplazadas temporalmente aquí, y por cualquier desgracia (un
accidente de tráfico, una enfermedad repentina…) sufren un fallecimiento. Los
miembros del grupo de exequias nos encargamos de ayudar a la familia en los
trámites (papeleo, hoteles, traslado, funerarias…) y prestarles acompañamiento,
consuelo y oración en momentos tan delicados y duros.
Después de tantos años, es imaginable que las anécdotas se
acumulan y darían para escribir un pequeño librito. Anécdotas de todo tipo:
simpáticas, crueles, estrambóticas, cómicas, tristes… Pero no es el momento
ahora de comenzar tal relato (entre otras cosas por falta de espacio). Quizá en
un futuro.
Para todos los que formamos (o han formado) parte de este
grupo, es un orgullo y un honor el poder desempeñar esta función de entrega a
los demás. Aunque esta tarea requiere de una madurez emocional, de una
formación litúrgica estricta, de una empatía ilimitada, de una fortaleza de
espíritu, de una templanza a prueba de nervios, y si bien los instantes que se
viven habitualmente son muy duros, la satisfacción personal que obtenemos vale
por todos los sinsabores. La mayor recompensa (más que suficiente) para poder
volver a casa complacidos es el abrazo, el beso o el agradecimiento sincero de
las personas que en ese momento sufren una pena tan lacerante.
0 comments: