martes, 12 de noviembre de 2024

Noviembre: mes de los difuntos

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Nacho Pérez de la Sota

El entierro, dibujo de Francisco Pradilla (1874)

12-11-2024


«Noviembre, bendito mes, que empieza con Todos los Santos y acaba con san Andrés», rezaba el dicho popular. Que empieza con Todos los Santos. El día 1, en efecto, es día para conmemorar a todos los que ya gozan de la presencia y contemplación de Dios en la morada celestial. A pesar de lo cual, la inmensa mayoría de la gente (y esto mucho antes de que existiera el jalloben ese…) asocia ese primer día de mes con la visita al cementerio. 

Esa conmemoración de todos los que han muerto es en realidad el día 2, el día de los Fieles Difuntos. Y tanto la Iglesia como la tradición (como en tantas muestras de piedad popular, qué fue primero, la gallina o el huevo…) enseñan que ese recordatorio, en forma de oración, de memoria, de revitalización de las vivencias compartidas, debe extenderse a lo largo de todo el mes; como así se hace presente en oraciones diarias, en jaculatorias o en celebraciones propias.

Y precisamente por esa celebración de los que ya nos han dejado, quizá fuera buena ocasión para hablar un poco de nuestro Grupo de Exequias del Cristo del Amor y de la Paz. De cuya existencia más o menos todo el mundo tiene una vaga idea (o ha visto en función en algún entierro o responso en el tanatorio), pero casi nadie sabe exactamente a qué responde o cómo funciona.

Siendo obispo de Salamanca don Braulio (quien después ocuparía las sedes arzobispales de Valladolid y Toledo, primada de España), solicitó a la Hermandad del Cristo del Amor y de la Paz su colaboración para algunas tareas propias del cementerio. Y esto porque ya tenía su sede canónica allí en la capilla del camposanto la imagen del Santísimo Cristo de la Liberación de esta Hermandad.

Además de colaborar en la limpieza de viales y señalización de las distintas parcelas, se requirió la ayuda en la celebración de responsos, inicialmente centrados en los fines de semana, pues don Isidro (a la sazón capellán titular) tenía que atender pueblos en las misas dominicales y sabatinas. Se creó así un grupo inicial (del cual a día de hoy no queda ningún miembro), que recibió una somera formación capacitadora y empezó, hace más de veinticinco años esta labor.

Poco a poco (y por tandas) fuimos sumándonos otros hermanos, cuando hacía falta, o cuando la necesidad así lo requiriera. Y de este modo algunos llevamos más de dieciséis años en la brecha.

En los últimos tres años hemos asumido también las celebraciones en días laborables (cubriendo así todo el calendario), pues los diáconos que se hacían cargo han fallecido o se han retirado por imposibilidades físicas. Igualmente y como asunto destacable, tres mujeres de la hermandad se han incorporado al grupo desempeñando las mismas tareas, con bastante éxito, por lo que en la actualidad, formamos el grupo diez personas (en algún momento hemos sido cuatro miembros nada más).

Básicamente, la labor principal que realizamos consiste en la oración de un responso cuando llega el cuerpo (o las cenizas) al cementerio, ya sea en la recepción de entrada, ya en la propia sepultura durante el sepelio, cuando las circunstancias lo permiten. Al mismo tiempo y por supuesto, el acompañamiento y consuelo a los deudos. Acompañamiento que es tanto espiritual como asistencial, si necesitan resolver algún trámite. Ese seguimiento puede realizarse también después del funeral propiamente dicho, si así lo requieren las familias, aunque ciertamente esto no es nada frecuente.

Asimismo, también en los tanatorios en los casos en que no lo hace el propio servicio pastoral encomendado podemos realizar ese rezo de responso y acompañamiento a la familia, cuando así se solicita o siempre cuando se trata de personas cercanas a nosotros, familiarmente o por cofradías.

Otro servicio que tenemos encomendado, aunque se han dado muy pocos casos, es el de asistencia a personas de fuera de Salamanca en todo lo referente al momento del óbito. Gente que está de paso por Salamanca, en tránsito o desplazadas temporalmente aquí, y por cualquier desgracia (un accidente de tráfico, una enfermedad repentina…) sufren un fallecimiento. Los miembros del grupo de exequias nos encargamos de ayudar a la familia en los trámites (papeleo, hoteles, traslado, funerarias…) y prestarles acompañamiento, consuelo y oración en momentos tan delicados y duros.

Después de tantos años, es imaginable que las anécdotas se acumulan y darían para escribir un pequeño librito. Anécdotas de todo tipo: simpáticas, crueles, estrambóticas, cómicas, tristes… Pero no es el momento ahora de comenzar tal relato (entre otras cosas por falta de espacio). Quizá en un futuro.

Para todos los que formamos (o han formado) parte de este grupo, es un orgullo y un honor el poder desempeñar esta función de entrega a los demás. Aunque esta tarea requiere de una madurez emocional, de una formación litúrgica estricta, de una empatía ilimitada, de una fortaleza de espíritu, de una templanza a prueba de nervios, y si bien los instantes que se viven habitualmente son muy duros, la satisfacción personal que obtenemos vale por todos los sinsabores. La mayor recompensa (más que suficiente) para poder volver a casa complacidos es el abrazo, el beso o el agradecimiento sincero de las personas que en ese momento sufren una pena tan lacerante.


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