Desde hace aproximadamente un
siglo, con una sociedad que empezaba a ver más allá de los límites
provinciales, que se abría a los viajes y al turismo, las celebraciones de la
Semana Santa pasaron a ser algo más visible, más regulado en cuanto a lo externo
y más llamativo para estos turistas. Desde las distintas entidades responsables
de la divulgación cofradiera se buscó, se busca desde entonces, la mejor forma
de publicitar y pregonar ‒para propios y foráneos‒ la sucesión de procesiones
que van a encontrar y los elementos principales de cada una. Sin extenderme
más, sirva para muestra el despliegue que vivimos en nuestra Salamanca durante
los primeros meses de 2022.
A este respecto, quiero quedarme
con el enorme vinilo que durante un año ‒recientemente se ha retirado para dar
paso a otra franquicia de esas que te sacan los cuartos mediante el pecado de
gula‒
ha presidido la tan cofrade calle de Palominos. La imagen del nazareno, asombro
de extranjeros y seña de este país tanto como la flamenca o el torero, es la
marca personalísima de cada una de las cofradías, hermandades, congregaciones, mayordomías,
capítulos, esclavitudes… que recorren las calles patrias. El hábito penitente
es nuestra presentación y así se ha recogido en diferentes formatos y épocas
cuando se ha promocionado la Semana Santa.
Probablemente, a la gran mayoría
de quienes hayan pasado ante estas imágenes de nuestros salmantinos hábitos,
pues ni fu ni fa. Pero habrá alguno que, como yo, haya tenido esa sensación de «que
no»,
que si tan escaso cuidado ponemos en algo tan sencillo, estamos demostrando eso
de que antes las cosas se hacían mejor teniendo unos medios infinitamente
menores. Cuando veo ese vinilo, pienso en esas fotografías de estudio, ya
centenarias, en las que aparece plantado un miembro de nuestras más señeras hermandades,
o en los dibujos con los que Guzmán Gombau y Arístides Mateos ilustraban las
guías de mediados de siglo, con hábitos, insignias y lugares de nuestras
procesiones ‒a
alguno esto le sonará a chino, pero claro, es que los nuestros no eran
Hohenleiter‒.
Y cuando pienso en estos añejos
ejemplos, sobrios, cuidados, hechos con esmero, miro en el gigante póster a
quienes se presentaron aquella mañana en la catedral y han quedado anónimamente
(o casi) para la posteridad con esos capirotes informes de dudoso patronaje,
con túnicas embutidas sin garbo y cíngulos a medio anudar, de tejidos y colores
inventados ‒a
veces desoyendo incluso lo que mandan sus Estatutos‒ en pro de una supuesta
necesidad y economía, todos con esa anodina postura de quien espera su autobús
en la marquesina, y no puedo evitar el desagrado de que, en el fondo, estamos
mostrando en el papel lo que ponemos en la calle. Con no mucho esfuerzo,
podemos ver en nuestras procesiones que hay un todo vale incompatible con ese
espíritu que buscamos de solemne recogimiento, de transmitir a otros la
importancia que para nosotros mismos tiene lo que estamos haciendo, de rendir
al Creador un culto con lo mejor que podemos ofrecer.
Tenemos en esta Salamanca nuestra
un continente para las procesiones que muchos quisieran. ¿Por qué no volvemos a
cuidar el contenido con todo mimo y respeto? Somos pocos, con algo de empeño no
nos ha de ser difícil hacer que, lo que hagamos de aquí en adelante, se haga
bien. Seguro que no pocos nos resistimos a que el buen hacer y la belleza
esmerada queden en nuestros baúles como meras reliquias, pero eso ya es otro
artículo.
P.D.: Cuánto debemos todos, por
la gran labor que lleva años haciendo en pro de esta festividad nuestra, al
amigo Fernando Pena, a quien desde aquí mando un afectuoso y agradecido abrazo,
y que no es ni debe ser objeto de la crítica arriba compartida.
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