El
toreo es lo más democrático, socráticamente lo más injusto que pueda darse en
una vivencia pública que trasciende metafísicamente el espectáculo cultural. (H)Urtasun,
maleducado donde los haya, suprimiendo de un plumazo izquierdoso, el Premio
Nacional de Tauromaquia, ha pensado que sin ver no se vive, y siempre quedarán
honrosos taurómacos que recojan, como Julián López «El Juli», esos premios sin
recibir la anuencia del pijo progre catalán de turno, con apellido vasco. Ni
falta que hace.
Recientemente,
hemos sufrido las ausencias de toreros punteros en nuestras plazas. Destaca una
por inmediata y otra ya por lejana en la lontananza del horizonte taurino. La
inmediata, la de Morante de la Puebla. Sonadas son sus intervenciones a favor
de la Fiesta, hasta que un tal Abascal decidió seguir la senda de los
bolcheviques del antiguo imperio austro-húngaro para juntarse con las sandías,
verdes por fuera, rojas por dentro, propagadoras del imperialismo soviético por
doquier. Destaca, dentro de este grupo, un tal Alvise, que ahora, tras declararse
anti taurino en el Parlamento Europeo, al igual que todos esos comunistas
reconvertidos en aguacates, evita declarar ante Hacienda (somos todos los que
pagamos). Ya te lo alvisé que nunca
votaría a un partido cuyo símbolo es una máscara (solo ha habido otro más, que
en tiempos mataba, secuestraba, torturaba y amenazaba con máscaras blancas y
serpientes negras). Hay que reconocer una sola verdad semántica en el nombre de
su banda electoral: “Se Acabó la Fiesta” es literal para la Fiesta Nacional.
En
fin, que viendo todo esto, siempre, cual judíos del siglo I de nuestra
historia, acudimos a mesías; a salvadores irredentos que sean capaces de
salvar(nos) el culo, con independencia de las almorranas que nos puedan ir viniendo. Que si Morante, que si José
Tomás, que si la Fundación Toro de Lidia, que si Sabina, que si Jorge Javier,
que si Alvise, que si Abascal, que si Mazón, que si Santonja, que si Mañueco,
que si Feijóo, que si Asirón, que si Pradales o Andueza, que si….
Y
lo que se ha ido demostrando es que muchos que presumían de taurinos en redes
sociales (más redes de palangre que sociales) es que, de la noche a la mañana,
según con quien yacieran, se hacían antitaurinos furibundos o bien, lo peor,
que seguían siendo taurinos con tal de seguir vistiendo lencería fina.
Algo
así pasa en nuestra Semana Santa. Tenemos siempre que soportar las embestidas
locuaces de los enemigos de la religión, que son pocos, pero bien aposentadas
sus posaderas en concejos y poridades; Y, repentinamente, acudimos a nombrar
pregoneros y mandamases a quienes mostraron un amor inusitado a la Semana
Santa. Y, cuando llegan a sus cargos, dimiten cognitivamente del tema, porque
ya sabemos que hay amores que matan. Y no digamos cuando les nombramos para
dirigir una hermandad. Monipodio a su lado era el vástago primogénito de Hello
Kitty y el Osito Mimosín.
Viene
a cuenta todo esto de todos aquellos que vinieron a salvar una cofradía o a la
Semana Santa y cuando menos te lo esperas, te dejan en pelotas con una estación
de penitencia a punto de asomar al dintel o bien, que eran los más demócratas
en los cabildos y, cuando están arriba, no hay Piedad para tanta Esperanza
convirtiéndose en un Rosario de imprecaciones lamentables. Lo bueno, es que nos
hemos Despojado de tanto Desconsuelo sin comer ni Cenar, que eran las antiguas
banderillas negras de los infantes de antaño.
Y
así, seguimos idealizando personajes que nos quiten, cual veterinarios avezados
tras un indulto, todas las puyas y banderillas recibidas, para volver a padrear
a la dehesa.
Pero,
sinceramente, toros, toros, toros, como Cobradiezmos, solo hay uno. Y, encima
el pobre, murió tras una pelea. Al menos, será recordado con dignidad.
No
así, todos los bravos mansurrones y corraleados,
que, tras pasar por un sinfín de chiqueros de plazas de todas las categorías,
terminan pontificando, sin haberse enfrentado en una lidia auténtica a su
oponente.
Se
imaginan, que un toro, siempre yendo de sobrero de plaza en plaza, de chiquero
en chiquero, con más kilómetros en un camión que un retrovisor, se dedicara a
dar sentencias a sus hermanos sobre la salida, la acometida al peto, la cara en
banderillas, los embroques en la muleta y la agonía en la estocada. Que
pontificara sobre la vida y el padreo de dehesa mientras sus hermanos ya
lidiados cuelgan en las cunas de los desolladeros. Que cada feria a la que
acude solo tenga como recuerdo el buen chapuzón refrescante de los manguerazos
que recibe al llegar a besar suelo de chiquero sin pisar ni oler albero alguno.
Así
son la mayoría de los mesías que pontifican sobre la Semana Santa. Disertan,
hablan, charlan, dan consejos sin llegar a viejos y gastan salivas y dineros
(siempre ajenos) en reconducir la Semana Santa, hasta que pisan por el albero
por ansias denostadas repletas de ambición, avaricia y ordeno y mando a partes
iguales.
Se
convierten en reyezuelos, como mansos de dehesa que apuran su vasta falsedad
para hincar sus navajas en los que fueron de verdad y se la jugaron y
resultaron indultados como el bueno de Cobradiezmos.
Encargan
tronos fastuosos, meten el costal donde nunca se imaginó, organizan fastos y
viandas, promocionan obras de caridad impostada, excluyen a todo aquel que pise
el albero con firmeza y prontitud.
Y,
sí, seguiremos aclamándoles como a José Tomás o a Morante. El uno, muy
republicano él, torea en España cada década bisiesta. El otro, se pone de
reclamo de perdiz en carteles de plazas segundonas, para una vez llena la
faltriquera de taquilla decir que corta la temporada (con más cortes que puros
fuma). Ambos, siguiendo la estela de tantos mesías que poblaron estas vacuas
tierras del toro bravo.
Porque
la Semana Santa no precisa de mesías. Ni siquiera de grandes toreros de
dinastía. Con gente de plata que bregue bien el día a día y con terceros
capaces de apuntillar tanta estulticia, entre respiraderos y cresterías, sería
más que suficiente.
¿Y,
la Autoridad? Ni está ni se la espera, al estilo del Rey (dizque emérito y
archivado defraudador) el 23-F.
Hace
tiempo que, como decía un buen amigo sacerdote, cuando vamos a celebrar la eucaristía
dominical, en el momento en que el presbítero que preside dicho sacramento,
omite el nombre de su obispo y dice que «cuidan de tu Iglesia», hace un
genérico tan falso como el título de la película de terror de Alvise: «Se acabó
la Fiesta». Para él empezó. Y, por ahora, muy bien. Con sueldo de eurodiputado y todo. Y
aforamiento. Y, alguno hasta con un título nobiliario. «Marqués de Almarza» con
mando en el Delfinado.
¿Mesías?
Ni en una acémila. Que ya vimos cual fue el resultado artístico y económico del
paso homónimo charro de Domingo de Ramos.
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