En el segundo fin de semana de noviembre, finalizaba su
existencia terrena, Conrado, el maletilla de Ciudad Rodrigo, al que he citado
en diversas ocasiones en varios de mis escritos en este medio.
Tuve la oportunidad de conocerle en los viejos Sanjuanes
de la extremeña Coria. Allí, entre polvo, gritos, soplillos, banderillas,
sombreros, alpargatas, mozos, barrotes, y navajas imponentes de los toros
lidiados cada tarde y cada noche en el coso popular cauriense, resaltaba el
blanco del pelo de Conrado para realizar la única faena seria que tenía lugar
en aquel albero.
También me pareció verlo en alguna capea del Carnaval del
Toro mirobrigense y poco más. Conrado era más farinato que el Museo del Orinal.
Conrado siempre fue el eterno maletilla. El eterno
aspirante a torear en serio en alguna plaza, aunque fuera de tercera. Creo que,
según me dicen, alguna vez se vistió de luces (dato ignoto por mi parte), pero
cualquiera que le viera, sabía que su auténtico traje de luces para exponerse a
peligros de los de verdad, eran sus roídos pantalones vaqueros y una
chaquetilla que muchas veces hacía más de espantafríos
que de vestimenta. No era precisamente cuidado, aunque sí bastante elegante,
tanto en la pose (muy torera, por cierto), como en los pases que daba a
cualquier bravo que se le pusiera por delante, vaquilla, añojo, novillo o toro,
que en Coria son terroríficos y sus pitones se confunden con las enhiestas
palmeras próximas a su Catedral.
En nuestra Semana Santa, son muchos los maletillas que se
han enfrentado a numerosas tientas y se las han visto tiesas con directivos de
juntas y platajuntas. La junta por
excelencia es cualquier barra de bar y la platajunta,
como en tiempos del alopécico dictador, es la Junta de Semana Santa. Son muchos
los que, sin estar tocados de la hispalense vestimenta de ceremonia (pelo
alquitranado, trajé tipo chaqué, pañuelo y corbata a juego, algo llamativo,
gemelos que sean algo horteras y camisa de cuellos más largos que la calle la
Rúa en un día de fiesta), han dado su vida por la Semana Santa en capeas y en
encierros de los de verdad. Han sido ásperos (no esperen ninguna palabra amable
de ellos), pero en esa aspereza han mostrado el cariño y la devoción de cientos
de salmantinos hacia una imagen o han creado y mantenido, que es lo difícil,
devoción a través de los tiempos. Siempre han sido tocapelotas y no se han
mordido la lengua a la hora de espetar verdades como pases dio Conrado incluso
ante la adversidad de la tenue luz de la nocturnidad lunera.
Pero, cuando ha habido que coger al toro por los cuernos,
allí estaban ellos. Y cantidad de cofrades, de los de silencio y buen hacer,
que acudían, acudimos a ellos, a buscar consuelo, consejo y confrontación, por
este mismo orden. Y, cuando se han ido apartando poco a poco de la vida cofrade
normalizada (siempre anormal) de ceremonias, fastos, pregones y birretes,
siempre, siempre, siempre, poblaban los rincones más insospechados de nuestras
aceras para musitar una humilde oración al paso de cualquier procesión,
especialmente de aquellas que muestran la sobriedad de nuestras gentes en su
silencio de frío y unamuniana niebla. Don Gonzalo Torrente Ballester, hubiera
escrito con ellos otra novela de Los gozos y las sombras.
A ellos les debemos que la Semana Santa siga aquí, y son
pocos o muy escasos los que han recibido la lisonja de reconocimientos, salvo
el muy español del «A título póstumo» que suele ser un postureo de los que lo
dan y una putada para los que lo reciben; o más bien para sus herederos.
Creo que Conrado nunca dio un pregón del Carnaval del
Toro; ni un pregoncillo. Pero, allí
donde ibas, con verle torear, sentías el eco de los sones de la campana grande
dentro de ti. Conrado no figuró en cartel alguno de renombre, pero cuando daba
un pase a un morlaco cauriense olía a huevos fritos con farinato en las tablas
de cualquier cerrado que se prestara a la lidia popular.
Dicen que Pérez Galdós era descuidado en el vestir. Que
al final murió ciego. Ciego de ceguera y ciego de la invidencia de una patria
que no supo canalizar su legado literario al que vetaron con inusitada
violencia verbal y gestual por mor de envidias dizque conservadoras porque don
Benito era anticlerical y progresista. Desde luego, su vestir no era del de los
intelectuales y toreros que tarde tras tarde pontificaban de la cultura en el
madrileño Café Gijón. Una bufanda roída musitaba su cuello y ensalzaba su
testuz y su bigote en una España desagradecida y vindicativa a partes iguales.
Murió arruinado, pero más ruinosa aún fue su desagradecida sociedad que veinte
años después tendría que despertarse con la posguerra de una terrorífica Guerra
Civil.
Conrado, farinato de verdad, mirobrigense de corazón,
nacencia y docencia (enseñaba cátedra taurina de campo allá donde iba), se nos
fue sin reconocimiento alguno del mundo del toro. Blasco Ibáñez escribió Cañas
y Barro, toda una metáfora de la vida en el campo valenciano, donde
recientemente, poco antes de morir Conrado en Ciudad Rodrigo, ha tenido lugar
una tragedia, en gran parte evitable si no hubiera tanto felón e inútil. Pérez
Galdós, narró como nadie la historia de España. Y Conrado, el eterno maletilla,
nos legó la ilusión infantil de coger una muleta y un capote en cualquier parte
del orbe y torear la fuerza del aire o la furia del lodo.
Cuantos y cuantos conrados, benitos, vicentes… hay en
nuestra Semana Santa a los que debemos todo y les hemos otorgado el gran
galardón de la nada de la indiferencia. Ni un triste pregón, no sea que
cantaran y contaran las verdades del barquero. Que no queremos sombras que
tiñan de negro los gozos ni barro que ahogue las cañas. Ni una faena bien hecha
sin alharacas, que narre la inmundicia del mundo taurino (o de la Semana Santa
de interés galáctico interplanetario). Igual, porque ni Coria ni Ciudad Rodrigo
son ya diócesis con nombre propio, tan solo de apellido, y pronto ni siquiera
de nombramiento. Pero ahí siguen las torres de sus catedrales recordando lo que
fueron. Ahí seguirá Conrado, tocado de pelo plata, para seguir toreando tras la
Quema del Capazo en Coria. Ahí seguirán esperando los vetados hermanos que
vamos formando esa cofradía lúgubre pero honesta de tantos y tantos quemados
por los prohombres (no sé si podré decir gramaticalmente promujeres, pues se ha puesto de moda en los pregones la cuota
femenina) de nuestra Semana Santa.
Adiós, Conrado. Hasta luego. Hasta siempre.
Feliz Navidad. Bon
Nadal i bon any nou. Zorionak. Nos vemos en 2025.
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