- F. Javier Blázquez
Detalle belén barroco del monasterio de la Purísima Concepción |
06-12-2024
El adviento es, tradicionalmente,
un tiempo de bastante actividad cofrade. Muchas hermandades, fieles a la
costumbre, colocan el nacimiento en sus capillas y sedes sociales o se lo
brindan a la ciudad, que es lo que hace la Cofradía de Cristo Yacente en la
Torre de los Anaya gracias a Javier Pedraz, José Caraset y Benjamín Llorente,
veteranos en esto de montar belenes y que siguen superándose año tras año.
Las hermandades seráficas con
mayor motivo, por eso de aunar el arraigo franciscano y la tradición cofrade,
deberían cuidar este aspecto. La Cofradía de la Vera Cruz, fundada in illo
tempore en el convento de San Francisco, dispone de capilla propia y
siempre lo ha preparado. Este año ha inaugurado un belén monumental en
colaboración con la Asociación Belenista Virgen de la Peña de Francia. También
la Cofradía del Cristo de la Agonía, fundada cuatro siglos y pico después en el
mismo lugar, pero al amparo de los capuchinos, lo ha potenciado mucho durante
los últimos años. Nadie discute la pericia de Pepelu para instalar los
nacimientos.
Pero lo mismo en Vera Cruz que
Agonía, igual que en otras con origen o arrimo seráfico, como Jesús Nazareno o
Yacente, el transcurrir del tiempo, con las emancipaciones, cambios de sede,
afecciones y desafecciones, ha ido diluyendo el vínculo con los franciscanos.
Hoy en día, solo la jovencísima Hermandad Franciscana mantiene la unión real
con la familia franciscana y se nutre de su espiritualidad. Por ello la
celebración de la Navidad forma parte de su idiosincrasia. Al margen de la
marcha penitencial, la Navidad Francisca es uno de los cuatro actos propios que
jalonan el curso cofrade, junto al clamor y oración por la paz y el camino
hacia el Calvario recorriendo la Vía Dolorosa.
Después de las dramatizaciones de
la primera representación de la Navidad, interpretadas extraordinariamente en
la iglesia de San Martín, ante el Cristo de la Humildad, por el actor Jes
Martin´s, con los guiones escritos por Isabel Bernardo inspirados en los
relatos sobre san Francisco de Asís, la hermandad ha dado un giro al acto y lo
ha trasladado a su sede canónica, el monasterio de la Purísima Concepción, de
las clarisas descalzas. Lo hizo ya el año pasado, aprovechando que se cumplían
los ochocientos años de la Navidad de Greccio, cuando el Poverello por
primera vez representó, en medio de la eucaristía, el nacimiento de Cristo.
Este cenobio franciscano cuenta
además con uno de los mejores belenes conventuales de nuestro entorno. En la
línea del belén barroco de origen napolitano, aunque con figuras distintas que
se fueron añadiendo en épocas posteriores, las hermanas franciscas facilitan todos
los años su contemplación. La recoleta y silenciosa capilla permite una visita
muy distinta a la de otros belenes ubicados en espacios bulliciosos, con
aglomeraciones, colas y hasta empujones para poder apreciarlos. En este lugar
todo es silencio, un silencio que invita a la oración ante el misterio más
grande de todos los tiempos, el de un Dios humanado y débil que sigilosamente
entra en la Historia con la misión ineludible de ser el Redentor.
Este año será distinto. Las
figuras principales se colocarán en el presbiterio, en línea con el sagrario y
el crucificado, de manera que los tres misterios salvíficos aparecerán
alineados en el mismo eje. Algunas de las restantes figuras estarán este año en
Zamora para formar parte de la exposición «Con buena devoción. Belenes
Barrocos»,
que desde hoy mismo puede contemplarse ya en la sala de la Diputación
Provincial. Pero gracias al grupo diocesano Fe y Arte, que dirigen Tomás Gil y
Juan Andrés Martín, el belén completo podrá verse en el documental que se está
terminando de producir, por encargo de la Hermandad Franciscana, para ser
proyectado en la capilla del convento durante el transcurso de la Navidad
Franciscana de 2024.
Estas, y otras, son formas de
vivir la Navidad en el ámbito cofrade. Sin Navidad no hay Semana Santa, pues
estos dos misterios, los supremos en la historia de la salvación, van
intrínsecamente unidos. Y además, en ambos se refleja a la perfección la
humildad de Jesús el Cristo, primero en la pequeñez e insignificancia de la
gruta de Belén, después en el abandono y soledad del Gólgota.
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