02-12-2024
Quien se asome mañana al oficio de lectura,
en la Liturgia de las Horas, se topará con una carta de santo a santo. O de
español a español, como bromearían en Roma el día de la canonización. En la correspondencia
entre dos gigantes de la Historia, que se nos permite leer, hay hechos y
anhelos, crónicas y desahogos, testimonio y celo apostólico. Le dice Javier a
Ignacio que «muchos cristianos se dejan de hacer, en estas partes, por no haber
personas que en tan pías y santas cosas se ocupen», y le confiesa que el cuerpo
le pide «ir a los estudios de esas partes» para exhortar «a los que tienen más
letras que voluntad» y ponerles en frente la cuestión de la salvación de los
que no conocen a Cristo porque nadie ha ido a anunciárselo.
La memoria litúrgica de san Francisco
Javier en este 3 de diciembre, recién iniciado el camino del adviento, nos
invita a pedir la intercesión del que es patrono de las misiones para la
nuestra, para nuestra particular misión de bautizados que, a lo mejor, tenemos
más letras, o más orgullo, o más pereza, o más pequeñeces humanas, que
voluntad.
De un reciente tiempo a esta parte es
frecuente leer o escuchar noticias acerca de hermandades que se plantean «hacer
una misión». Los esquemas pueden admitir variaciones, pero suelen incluir el
desplazamiento temporal de imágenes de devoción a templos distintos a los habituales,
por ejemplo a parroquias de zonas más periféricas o deprimidas, y contemplan la
salida extraordinaria en procesión de las mismas. Responden a la idea de que
durante la misión se sale, a lo largo de un período de tiempo, para anunciar el
Evangelio fuera de nuestros territorios cotidianos. Estoy seguro de que a
muchos miembros de estas cofradías la experiencia misionera comunitaria,
acotada en lo temporal, les habrá servido para esa otra misión que es anterior a
la emprendida por la hermandad, porque va de suyo desde que fueron bautizados,
y porque les compromete individualmente.
No es casualidad que en el corazón del
documento programático del papa Francisco, Evangelii gaudium, tras
referirse a la fuerza evangelizadora de la piedad popular, que las cofradías
canalizan como asociaciones eclesiales sin restarle nada de su esencia sino
enriqueciéndola, se desarrolle la evangelización persona a persona, la tarea
misionera diaria que incumbe a cada cristiano, aunque tengamos a menudo más
excusas, más acomodamientos, más pecados que voluntad. Concreta Francisco que consiste
en «llevar el Evangelio a las personas que cada uno trata, tanto a los más
cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede
realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero
cuando visita un hogar. Ser discípulo es tener la disposición permanente de
llevar a otros el amor de Jesús y eso se produce espontáneamente en cualquier
lugar: en la calle, en la plaza, en el trabajo, en un camino».
¿No sucede esto con frecuencia entre los
propios miembros de una cofradía? Pueden ser cercanos o desconocidos, porque de
todo hay. Pueden ser los que siempre están o los que casi nunca vienen, porque
todos necesitamos volver a recibir ese rico tesoro que se nos ha entregado en
pobres vasijas a los que somos barro. Precisa el papa que «es el anuncio que se
comparte con una actitud humilde y testimonial de quien siempre sabe aprender,
con la conciencia de que ese mensaje es tan rico y tan profundo que siempre nos
supera».
Es posible que tengamos más miedo, más
dudas, más límites que voluntad, para ser explícitos en el anuncio misionero dentro
de la cofradía, mientras hacia fuera, a nuestro estilo, nos cuesta menos. Quizá
no somos conscientes de que la procesión es también una misión, de unas pocas
horas por unos pocos sitios, en la que también ayudamos a hacer cristianos «en
esas partes», las aceras. Quizá no terminamos de creernos que la misión persona
a persona, cofrade a cofrade, es «en estas partes», nuestras cofradías, lo que mejor
responde a su finalidad, la salvación de las almas.
0 comments: