lunes, 23 de diciembre de 2024

Siempre nos quedará el belén

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Conrado Vicente

Belén de las Franciscas Descalzas en el monasterio de la Purísima Concepción

23-12-2024


Como Vargas Llosa respecto al Perú, en su novela Conversación en la Catedral, me pregunto cuándo se jodió la Navidad. Y ya de paso, y para justificar la reflexión en este digital de Pasión, cuándo la Semana Santa, ya que ambas celebraciones, alfa y omega del tiempo espiritual más importante de la cristiandad, pueden someterse a los mismos criterios de análisis en torno a la banalización de su esencia religiosa y a su instrumentalización por cuantos agentes de todos los ámbitos pueden hincarle el diente. Pero hoy toca la Navidad, mañana vuelve a nacer un nazareno en el corazón de quienes se acercan al portal, pero también, aunque ellos no lo sepan, o no lo quieran ver, en el de quienes se avergüenzan de utilizar la palabra Navidad en sus felicitaciones festivas, pero disfrutan del asueto con el mejor manjar o en la más lejana playa tropical, bajo la licencia de la festividad.

Así parecen estar las cosas: la globalización, fenómeno consustancial al ser humano en general y al español en particular, ha favorecido la creación de un totum revolutum de modas navideñas que ocultan casi al completo el mensaje esencial de la Navidad. Y lo más curioso es que, salvo las comidas, el jolgorio y los regalos que arrancan de la dominación romana, los últimos reconducidos por la Iglesia hacia la epifanía de los Reyes Magos, las demás son todas foráneas, pero bien asimiladas. Los adornos florales y los calendarios de adviento proceden de Centroeuropa, las luces de los países nórdicos (decídselo a los niños, no crean que las han inventado en Vigo como los pollos en el supermercado), y todas las versiones de Papá Noel nos llegan, al parecer, desde Turquía después de un largo y dilatado periplo por medio mundo. ¿Algo más? Pues sí, la nueva moda de los elfos americanos que en pocos años invadirán todos los hogares españoles por gentileza de El Corte Inglés, el que cambió el nombre de la calle Federico Anaya por María Auxiliadora. ¡Quién lo diría!

Para quienes tuvimos una infancia con una Navidad humilde y hogareña quizá fuera el belén familiar o el parroquial, en ausencia del otro, el único símbolo decorativo navideño. Y el de mayor legitimidad, el que otorga sentido a la festividad incluso para quienes no ven en sus escenas evangélicas más que una bella elaboración artística o artesanal. Porque más allá de las interpretaciones teológicas de cada una de ellas, que sustentan la fe de los creyentes, el nacimiento de un niño transmite, siempre y para todos, un mensaje de esperanza. Esperanza en el más acá para unos, y en el más allá para otros. Incluso esperanza en la nueva luz que llegará para quienes gustan de aplicar la celebración al solsticio de invierno. Apenas una mención hace el papa Francisco en su carta apostólica Admirabile signun sobre El significado y el valor del belén a este concepto cuando lo refiere a la esperanza que otorga Jesús desde el pesebre a los desheredados y marginados. Qué oportunidad perdida, pontífice, para ahondar más en este gran mensaje navideño, del que tan necesitada está la humanidad entera y que busca desesperadamente durante estos días entre las luces, el espumillón y el cava. No se me va aquel meme viral que avisaba a la población del final del simulacro de amor y paz después de Reyes. Pero el belén permanece y debería permanecer al menos algunas semanas más como símbolo de esperanza hasta entregar el testigo a la Cuaresma.

La autoría y el origen del belén esta certificada: Francisco de Asís en Greccio, Italia, hace 800 años, como el de los villancicos, inseparables del portal, más modernos, y posiblemente la única aportación española a la Navidad. Me sorprende, dada la secularización galopante de la sociedad, que todavía esta tradición belenística esté tan viva y se encuentre, en versión completa o reducida, en las casas, hoteles, comercios, centros de trabajo, escuelas, calles y plazas, instituciones… A veces es la disculpa para una sesión de terapia ocupacional de la tercera edad, para las clases de plástica escolar en diciembre, motivo para practicar el reciclaje con sus figuras de plástico o cartón, incluso para aprender oficios antiguos con sus figuras secundarias o la expresión de maravillosas producciones artísticas. Pero ahí sigue, contando el primer cuento de Navidad con todos los ingredientes dickensianos.  Alguien dijo que quien ha puesto el belén de niño, aunque se vaya muy lejos, siempre encuentra el camino de vuelta al hogar. Quizá por eso volvemos todos a casa, a nuestra infancia, a nuestros recuerdos y nostalgias por Navidad, a recobrar la esperanza junto a las figuras del belén.

Alguien nos ha ido robando, como a Sabina el mes de abril, la auténtica celebración navideña entre el alboroto y el gasto. Quizá convenga salir por algunos momentos del parque temático en que se ha convertido la Navidad y volver a mirar al portal como si fuera la primera vez, con la confianza de que entre el ruido y el caos su relato siempre nos acompañará por dentro. Aunque el niño Jesús sea de Playmobil. Feliz belén y Feliz Navidad.

 


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