Inventó la palabra, pero qué bien lo dijo y qué a gusto se quedó. Así era él, Fructuoso Mangas, el ya mítico párroco de La Purísima que con su energía y ocurrencias recordaba en ocasiones a Miguel Pereña, que en plena efervescencia del nacionalcatolicismo le había precedido durante dos décadas. Fructuoso llegó a La Purísima en 1973, siete años después de la muerte de Pereña. Y allí se mantuvo, junto a José Manuel Hernández, hasta que los jubilaron a la par en 2014. Fue un hombre comprometido con los necesitados y dejó su impronta en Operación Vivienda, Manos Unidas y otras instituciones de marcado carácter social. Y un rebelde. Un cura que jamás calló lo que pensaba y cuando entendía que debía clamar contra la injusticia lo hacía con coraje y resolución. Por eso a nadie resultaba indiferente, o se le quería y defendía con vehemencia o inmisericordemente se le vilipendiaba. Pero, paradójicamente se nos fue de tapadillo, cuando acababan de encerrarnos por el covid, sin posibilidad de despedirle ni velarle para aliviar el duelo.
En sus incontables intervenciones
públicas, Fructuoso dejó unas cuantas perlas dedicadas a las cofradías. Él
nunca lo ocultó. No simpatizaba con las cofradías y las tuvo tiesas con algunas
de las que se arrimaron a La Purísima. Que pregunten a los veteranos de la
Seráfica, o Jesús Amigo de los Niños y la Vera Cruz. Tarifaron con él. Y no le
faltaba razón, las cosas como son. Los tiempos eran complicados y los cofrades
de entonces básicamente querían salvar la procesión y el espectáculo, sin
ofrecer nada más a cambio. Ese afán de penitencias no es religioso, decía. Y
recitaba el versículo de Óseas, «Misericordia quiero y no sacrificios».
Hablaba, sin ambages, de los «temporeros de la fe», que solo acuden al sonar de
las cornetas.
No creía en las cofradías, pero
siempre trató bien a los cofrades cuando se acercaban a él como sacerdote.
Predicó triduos, novenas y todo lo que pidieron. No consideraba a los cofrades
como respuesta válida para la vivencia de fe en nuestros días, aunque reconocía
que no todo estaba mal y había cosas buenas y cofrades muy comprometidos. En su
última etapa, a la vejez viruelas, dulcificó su postura y hasta permitió a
algunas hermandades utilizar la parroquia para organizar el desfile
procesional. No lo hacía por convicción, sentía repelús ante los cofrades que,
genuflexos, ponían los ojos en blanco al dirigirse a la imagen. Era «el
mercadeo de la fe: yo te doy, tú me das», o una especie de magia simpática o
propiciatoria que nada tenía que ver con la religión y que, de manera
inexorable, se adentraba en la idolatría. Unas cuantas discusiones, tan intensas
y apasionadas como enriquecedoras, mantuvimos al respecto. Porque, eso sí, era
un gran conversador y discrepar con él resultaba una experiencia deliciosa y siempre
terminábamos alcanzando puntos de convergencia.
En uno de aquellos encuentros, algo
caliente con el tema, llegó a pedir que nos fijásemos en quiénes ocultaban el
rostro. No se cortó: terroristas, verdugos y cofrades. Genio y figura. En su
última presencia en la tertulia editora de este digital, en diciembre de 2017,
acuñó el concepto «cofradizar» que tanto hemos recordado estos días en algunos
círculos cofrades. Lo soltó con saña, porque estaba en total desacuerdo: «hay
un intento de “cofradizar” toda la diócesis», afirmó. Las veía venir –y eso que
aún no había llegado el furor por las extraordinarias–, porque daba la
impresión de que solo se movían las cofradías en la diócesis. Se refería a los
propios medios diocesanos, que les daban un protagonismo desmedido en
detrimento de las parroquias, delegaciones, colegios católicos, órdenes,
movimientos y otros grupos o realidades eclesiales de lo más variopinto.
Estos últimos días, con el palabro-neologismo
o con otras expresiones, se ha considerado bastante el asunto a causa de la
procesión extraordinaria que, entre villancicos y olor a mazapán, desfiló hace
unos días por nuestras calles acogiendo en su cortejo a los peregrinos de la
esperanza. No debo opinar al respecto, por razones evidentes, y no voy a
hacerlo. Ya lo están escribiendo otros, algunos en este mismo espacio, y me
adhiero a sus atinadas consideraciones. Pero sí me he preguntado qué hubiera
dicho o escrito Fructuoso si hubiera tenido que pasar por este trance. Discrepé
muchas veces de sus afirmaciones categóricas, pero en esta ocasión creo que el
café para comentarlo habría sido anodino al estar de acuerdo en todo.
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