miércoles, 8 de enero de 2025

Exilio

| | 0 comments

Tomás González Blázquez

Detalle del estandarte de la Huida a Egipto en la iglesia de Sta. Mª Magdalena, PP. Carmelitas Descalzos

08-01-2025


He de reconocer que mis primeros pasos por la nave de la epístola, después de atravesar la catedralicia Puerta del Obispo, adoptada como puerta jubilar en la celebración del reciente 29 de diciembre, no fueron lo jubilosos que podría haber imaginado. Los que llegábamos desde La Purísima por el afluente procesional, con medallas, banderas, estandartes, y hasta cirios y varas, nos habíamos reunido con los que, disuelto el orden, accedían ya en masa al templo mayor de la diócesis. Ni cantábamos por la alegría de que nuestros pies estuvieran pisando aquellos umbrales ni acertábamos a saborear el profundo significado de un rito que ocurre cuatro veces al cabo de cada siglo (aunque con los jubileos ya pasa como con las extraordinarias de las cofradías).

Lo bueno es que mi escaso júbilo pronto lo remontó un agradable encuentro a la altura del crucero, justo allí donde antaño se colocaba el Santo Sepulcro con Cristo Nuestro Bien, cuando Descendimiento y Santo Entierro estaban disociados en tiempo y espacio. Por esa época dejó de ponerse la túnica blanca y la capa azul quien me saludó y felicitó la Navidad antes de anunciarme que teníamos que hablar, porque quiere volver a casa, vestir de nuevo su hábito y no hacerlo solo sino acompañado por su hija. Una conversación más que añadir a las muchas pendientes en la agenda, pero no una cualquiera, porque cada vez que un cristiano manifiesta su deseo de asociarse a otros, de responder a una decisión individual abriéndose a los demás, esa acogida merece el mayor de los cuidados.

Algunos de los que fueron algún día cofrades y dejaron de salir en procesión, de pagar la cuota, de formar parte de las listas, en ese orden o en cualquier otro, quizá no hayan sentido el impulso del regreso o, si lo han experimentado, otros motivos lo han ido apagando o postergando: malos recuerdos, decepciones personales, contexto familiar desfavorable, cambios de residencia... Sin embargo, otros lo viven, de manera más o menos visible, como una suerte de exilio, ya que permanecen las razones que los alejaron pero no han desaparecido tampoco las que aseguran su cercanía, su afinidad, su amor sincero a la cofradía. No están, pero no han dejado de ser. No son de derecho, pero la fuerza del hecho les ha marcado. No han vuelto, pero pueden volver.

Nunca he dejado de pensar, como miembro de la Vera Cruz, en toda esa diáspora azul que añoro, no como mera nostalgia, sino porque la fraternidad no es revocable y siempre serán mis hermanos. Desde que los cofrades me eligieron para servir en la presidencia y nuestro obispo ratificó aquel acuerdo he seguido pensando en ellos, deseando que, si Dios así se lo suscita, un día regresen a su casa. Tendrán las puertas abiertas.

Porque abierta ha de estar siempre la puerta, aunque suponga un sacrificio. Uno de los asistentes a la misa del citado 29-D se nos acercó a algunos azules, al vernos de pie en el crucero, pensando si tendríamos algún tipo de autoridad que nos capacitara para ordenar el cierre de la puerta, porque entraba mucho frío. Informado de nuestra condición de fieles rasos, no sé si por el resto de la celebración pudo captar el sentido de que aquella puerta, en un domingo tan gélido, permaneciera abierta, como un signo que invita a la reconciliación, a pedir y recibir el perdón (y a darlo), a sentir la penitencia como puerta de la alegría.

Abierta la puerta de la Iglesia, que imita a la del Cielo si de verdad hace fiesta por cada pecador que vuelve, y abiertas las puertas de las cofradías, que todas tienen su diáspora y sus exiliados, sus heridas que sanar y sus huecos que hacer, puesta siempre la mesa para el regreso. Porque a su Hijo llamó de Egipto, y tras la huida hubo una vuelta hacia el ejemplar silencio del hogar de Nazaret.


0 comments:

¿Qué buscas?

Twitter YouTube Facebook
Proyecto editado por la Tertulia Cofrade Pasión