Hoy es la solemnidad de la Epifanía. La luz, que es Jesús, emana
desde la honda y oscura cueva de Belén y por medio de los magos procedentes de
Oriente llega a toda la humanidad. La primera lectura de la Eucaristía de este
día, tomada del libro del profeta Isaías, y el pasaje del Evangelio de san
Mateo, ponen en relación y tensión la promesa y su cumplimiento. En comparación
con la visión tan magnífica de Isaías, en la que todos los pueblos de la tierra
traerán grandes tesoros reconociendo al Mesías, la que nos presenta el
evangelista san Mateo es pobre y humilde: nos parece imposible reconocer allí
el cumplimiento de las palabras del profeta. En verdad los que llegan a Belén no
son los poderosos y los reyes de la tierra, sino unos magos, personajes enigmáticos
y desconocidos, tal vez hasta vistos con sospecha. En cualquier caso, no
merecieron particular atención por parte de los habitantes de Jerusalén.
Pero conviene prestar atención a lo que las dos lecturas de la
Escritura de este día nos quieren decir en el fondo. En realidad, ¿qué vio
Isaías con su mirada profética? Es capaz de ver un acontecimiento destinado a
marcar toda historia de la humanidad. Y lo mismo le pasa a san Mateo, lo que nos
narra no es un cuento que termina con el regreso apresurado de unos magos a sus
tierras. Al contrario, son relatos que dejan abierto el final, que están llenos
de esperanza, porque se trata de comenzar. Esos personajes se convirtieron en
los primeros de una gran procesión de aquellos que, a lo largo de todas las
épocas de la historia, saben reconocer en la estrella, junto con la Escritura,
que los signos de los tiempos son signos de esperanza, es decir, no se encierran
y bloquean ante los problemas, sino que saben salir de sí mismos, avanzar más
allá, gracias a aquel que ha nacido débil y frágil, pero en cambio ofrece la
luz más grande y más profunda al corazón de la humanidad. En Jesús se
manifiesta la realidad maravillosa de que Dios nos conoce y está cerca de
nosotros, de que su grandeza y su poder no se manifiestan con la lógica del
mundo, sino con la lógica de un niño necesitado, cuya fuerza es solo la del
amor que se pone en nuestras manos. Los magos ya no pueden continuar por el
camino de antes, ya no pueden volver a Herodes, el soberano rico, poderoso y
cruel. Han sido llevados para siempre al nuevo camino del Niño, al camino que
les hará abandonar a los ricos, grandes y los poderosos de este mundo y los
llevará a aquel que nos espera entre los pobres, al camino luminoso del amor,
el único que puede transformar el mundo.
Esta mirada es la que ha llevado al papa Francisco a abrir la Puerta
Santa para la humanidad y la Iglesia con motivo de la celebración de los 2025
años del nacimiento de Jesucristo, dedicándolo al don teologal de la esperanza.
Según nos propone en su carta-bula del jubileo, los cristianos debemos parecernos
a los magos, que buscaron y encontraron la luz en Jesús. Por eso, se
convirtieron después en peregrinos de la esperanza, es decir, regresaron a sus
casas para llevar a cabo gestos nuevos, concretos y luminosos en medio de la
falta de esperanza en el mundo. El papa enumera una serie de signos de
esperanza para que no nos quedemos paralizados como siempre, divagando con
nuestros sentimientos e ideas, y los pongamos ya en práctica. En total son ocho
los signos que debemos vivir como una llamada actual del Señor Jesús a la
justicia y la fraternidad en la Iglesia y el mundo: la paz, la vida, los
presos, los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los ancianos y los pobres. Os
invito a interiorizar personalmente, en la oración de cada día, y a profundizar
en los encuentros que tenéis de formación en las cofradías de Semana Santa,
estos signos de esperanza que nos ofrece el papa Francisco. Mi propuesta sería
tomar alguno de ellos, no el que más os guste, sino aquel que más os interpela,
dependiendo a lo mejor de las advocaciones de vuestras imágenes o el sentido
espiritual y material por el que existís, para convertirlo en gestos de caridad
y esperanza que os comprometan con verdad y autenticidad.
Celebrar la solemnidad de la Epifanía en este año jubilar 2025 de la
esperanza no es plantear un sueño irrealizable, ni tampoco un juego vano de
sensaciones y emociones ayudando a los pobres y necesitados puntualmente, sino
que es la Verdad que se irradia en el mundo. Porque solamente desde el Niño se
manifiesta la fuerza de Dios, que reúne a la humanidad de todos los siglos, para
que bajo su señorío recorramos juntos el camino del servicio y el amor, que
transfigura el mundo en paz, vida, libertad, sanación, porvenir, acogida,
sabiduría, justicia...
Todavía hoy muchos ven la estrella, pero son pocos los que acaban
de entender su mensaje y dar el paso. Es probable que no acabemos de atrevernos,
porque lo que nos falta es la humildad que nos lleva a creer en lo que es
verdaderamente grande, aunque se manifieste en un niño pequeño e
insignificante. Nos falta la capacidad evangélica de ser niños en el corazón,
de asombrarnos y de salir de nosotros mismos y nuestras zonas confortables,
para avanzar por el camino nuevo que indica la estrella, el camino de Dios. Sin
embargo, el Señor tiene el poder de hacernos capaces de ver y de salvarnos. Así
pues, pidámosle que nos dé un corazón sabio e inocente, que nos permita ver los
signos de su esperanza en medio de nuestro mundo, para seguir su camino, para
encontrarlo y ser inundados por la gran luz y por la verdadera alegría que él
ha traído a este mundo.
Un abrazo en el Señor que se ha manifestado a toda la humanidad
como luz y amor.
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