Hoy estaba escribiendo un pequeño texto sobre el que posiblemente es el primer cuadro que pintó Diego Velázquez. Algunos afirman que estaría realizado en 1617 aunque no es del todo seguro. Bien es cierto que la fecha es una discusión que no nos interesa para lo que queremos plantear. La pintura es una obra que se conoce popularmente con el nombre de «La mulata», aunque el título del cuadro sea La cena de Emaús. Es un trabajo con un montón de matices que abarcan desde el tema religioso a la esclavitud en el siglo XVII, pero no son esos los aspectos que me gustaría destacar.
Observando la obra se puede ver que el tema principal del cuadro no es
la cena que, al fondo a la izquierda, está teniendo Jesús con los discípulos
que habían caminado junto a él y comentado los avatares sucedidos tras el
episodio de la Resurrección. Unos discípulos que no han sido capaces de
reconocer a Jesús en el trayecto que estaban haciendo juntos. Lo que parece
destacar el autor es la muchacha que se encuentra en primer plano, quien, con
la mirada perdida, parece que se dispone a tomar con la mano izquierda una
jarra. Estaría en un momento de descanso antes de volver a servir las mesas de
la hostería o taberna donde trabaja.
Así pues, el tema más importante, el principal, el que incluye a los
personajes que conocemos no es el más destacado, sino que parece tener un papel
secundario. La verdadera protagonista es esa chica que cuando llegue con la
jarra a la mesa ya no quedarán más que los dos discípulos, porque Jesucristo se
encuentra bendiciendo el pan y le quedan instantes para que a los apóstoles se
les abran los ojos y su espíritu desaparezca.
Pensaba en esta y otras escenas que incluyen a este tipo de personajes,
porque el filósofo Walter Benjamin escribió entre 1939 y 1940 un ensayo que se
llama la «Tesis sobre el concepto de historia», poco antes de salir huyendo de
París, perseguido por los nazis, para intentar cruzar la frontera hacia España
y poder embarcar a través de Portugal hacia Estados Unidos. Nada de ello se
pudo cumplir, pues justo en la frontera, en Port Bou, perdió la vida en 1940.
Pero centrémonos en el texto, en él viene a decir que aquello que
estudiamos y recordamos cuando aprendemos historia son una serie de
acontecimientos que incluyen los nombres de grandes personajes y héroes. Seguro
que ahora mismo nos viene a la cabeza algún gran conquistador. Pero todos estos
personajes son recordados porque a su alrededor hay una serie de seres anónimos
que también construyen la historia. No son conocidos, no sabemos sus nombres,
pero tienen una vida exactamente igual que las de aquellos que sí conocemos.
Benjamin decía que la labor del historiador es sacar a la luz a todos aquellos
que no han tenido la oportunidad de destacar y que la historia tiene una cuenta
pendiente con todos ellos. El filósofo decía que había que «cepillar la
realidad a contrapelo» y no deja de ser interesante esta forma de plantear la
historia y todos aquellos seres humanos que forman parte de ella.
Así que cuando contemplamos escenas que tratan de evocar sucesos que
consideramos históricos tal vez podríamos verlos con otros ojos, preguntándonos
por los personajes anónimos que rodean a otros más conocidos y que también
construyen nuestro pasado, son los «sin nombre» que cumplen un papel en cada
uno de los entramados que forman parte de nuestro acervo cultural.
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