La primera vez nunca se olvida. La mía
fue en miércoles, un 4 de junio en el servicio de Urgencias del Hospital Virgen
de la Concha. Al desayuno del jueves me invitó Paloma. Acababa de terminar su
primera guardia como residente de Medicina Interna pero en aquella secuencia de
tarde y noche, diecisiete horas eternas, el novato era yo y ella la compañera más
experimentada. Fue mi ángel de la guarda, como yo intenté ser, en los veranos
siguientes, con quienes pasaban sucesivamente por el mismo trance del
estreno.
Más de dieciséis años después vuelvo a
ser «erre uno», en este caso de presidencia de cofradía, que en el trato
cotidiano con las personas, complejo, apasionante, condenado a los errores
frecuentes y a los aciertos ocasionales, se parece no poco a la Medicina
Familiar y Comunitaria. O al menos a mí me sirve pensarlo para hacer el intento
de aumentar el número de los aciertos y disminuir el de los errores, con
resultado todavía por ver. Me consuela que esa primera guardia la hice a los
pocos meses de licenciarme y este servicio, para el que me han elegido en la
Vera Cruz y en el que me ha confirmado el obispo, lo asumo a punto de cumplir
treinta años de cofrade.
De las primeras guardias siempre hay
situaciones que se quedan grabadas. Si fueran sacramentos, diríamos que
imprimen carácter, como el bautismo, la confirmación y el orden. Expresiones
usadas por los pacientes, miradas de dolor o de consolación, gestos de sus
familiares, comentarios de algún compañero, lugares concretos (el box 4B)…
Ahora atravieso otras guardias primeras que, a su manera, también revelan las
luces y las sombras propias y ajenas de cuantos iluminamos y oscurecemos este
mundo cofrade. Guardias diarias de veinticuatro horas que requieren regular
bien los descansos y los alivios, aunque a menudo no se dé con la tecla
adecuada para conseguirlo. Guardias de quejas y de propuestas, de agobios y de
esperanzas, de reuniones (muchas) y uniones (algunas), de realismo prudente y
de ambición natural.
Hace un par de semanas hice una de las
guardias más amables, el café al que invita a cada novato en el cargo la
hospitalaria señora de esta casa, la Tertulia Cofrade «Pasión», en su hogar del
Patio Chico. Concluía Félix, vecino de columna por estos lares, moderador del
encuentro como presidente anfitrión, que me daban su particular visto bueno,
aunque allí nada votaron ni debatieron. El caso es que a mí, necesitado de
empaparme de saberes, como buen «erre uno», me vino bien escuchar sobre gestión
de cuentas, e incluso se mencionó ese formulario común con que habríamos de
contar las hermandades para su presentación más homogénea ante la autoridad
diocesana que habría de supervisarlas. También tomé nota de los pareceres,
diversos, sobre formación cofrade, la gran olvidada sea cual sea el enfoque que
se proponga darle. Y me agradó ver tan integrado, y con actitud de «erre uno»
también, a nuestro delegado diocesano de Laicos, el laico Santi Casanova.
Pronto vendrán nuevas guardias, nuevos
retos, nuevas cruces, que es lo que mejor se ajusta al sentido pleno de servir
en un cargo directivo. Estar en guardia para negarse a uno mismo, que tanto me
cuesta, y tomar la cruz, que tanto le pesa a mi alma necesitada de ella.
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