Durante décadas habíamos visto
acuerdos de libre comercio que incluían la supresión de aranceles. Estos
acuerdos eran noticias relevantes que aparecían en los medios de comunicación
generando expectativas de crecimiento etc. Pero ahora vemos justamente las
noticias contrarias y con ellas las amenazas de guerras arancelarias donde unos
países se protegen contra otros que también se protegen, independientemente la
motivación que tengan o de quien las haya iniciado.
Parece ser que la economía
también cumple las reglas del evangelio: «Tratad a los hombres de la manera de
que vosotros queréis ser de ellos tratados» (Lc 6,31). Es la conocida como regla
de oro, no es exclusiva del cristianismo como veremos.
No tendría que protegerme de nadie si nadie tuviese que
protegerse de mí. Este podría ser un primer punto de llegada. ¿Por qué me tengo
que proteger? Porque hay algo que poseo, me afecta, he realizado, logrado,
tengo… y que a otro le interesa. No se trata de ser ingenuo, sino de tomar
conciencia de que la acción cotidiana es determinante de las grandes
decisiones.
El Nuevo Testamento que nos lega el Mandamiento Nuevo elimina
toda guerra arancelaria o no. Las elimina porque hemos de compartir como
hermanos el ser y el tener. ¿Por qué hay inmigrantes? Porque vienen a buscar lo
que no tienen y también, como nosotros, quieren una vida mejor. Por otra parte,
hay deportaciones porque solo queremos que vengan los que necesitamos para
vivir cómodamente y alguien tiene que hacer determinados trabajos.
La filosofía moderna sacó a la
conocida como regla de oro del ámbito religioso y la convirtió en fundamento de
la norma, entendida como sistema de principios, que todos los hombres pueden
compartir a la hora de ordenar su actividad personal y social. Sin embargo, sería
en la filosofía del criticismo donde la regla de oro adquiera un carácter
indiscutible: actúa de tal modo que puedas igualmente querer que tu máxima de
acción se vuelva una ley universal.
Después de la Ilustración la
filosofía distinguía diferentes formulaciones de la regla de oro: lo que tú mismo
temas, no lo hagas a los demás, lo que deseas para ti, hazlo a los demás, lo
que reprochas a otros, no lo hagas tú mismo; debes actuar como juzgas que los
demás deben hacerlo. En la última década del siglo XX la regla de oro
queda formulada como mandamiento para las relaciones interpersonales en
ausencia de empatía: «¡Respeta al otro como a ti mismo!».
No podemos seguir quejándonos
de lo que está pasando mientras nuestra vida cotidiana siga carente de la regla
de oro puesto que si tuviésemos más poder incurriríamos en los mismos errores.
No se trata de esperar a que cambie el mundo para que yo cambie, se trata de
cambiar yo para que el mundo cambie un poco.
Más aún, se trata de vivir
como vivió Él, aunque le supuso la cruz. Mirándolo a Él encontramos al único
hombre que vivió sin aranceles, sin protecciones, solo con la protección del
Padre… y lo Resucitó.
0 comments: