Hace no mucho tiempo, en el sitio web de
referencia de información taurina digital,
www.mundotoro.com, se hablaba con datos de la situación
agónica de las corridas de toros de rejones. Tras una exposición de hechos, a
mi juicio totalmente acertada, se mentaban poco las causas (y por ende de las
soluciones) de dicha debacle. Porque, como en tantas ocasiones, se trata de ver
quién coge al toro por los cuernos. Y el problema, sí, el problema es que aquí
no hay cuernos.
Son muchos los autores que han esbozado
(de una u otra manera) que los toros son el espejo de la sociedad. Hoy, más de
un avezado lector, diría que no, que es el fútbol. Viendo lo acaecido en el
Camp Barça de Barcelona hace poco tiempo, y en la Monumental de Barcelona hace
más de diez años, sigo afirmando que los toros, sí los toros, incluso hoy en
día, son el espejo de la sociedad; y el balompié es el reflejo (cóncavo o
convexo) del albañal político. Porque lo sucedido con no sé qué cautelarísima
está más cercano a las decisiones de Palacio Episcopal que lo que pasa en el
albero, más próximo a nuestra vida diaria. Que conste que no sigo el fútbol ni
me importa, pero en este caso, la política populista pijo-progre, ha pesado,
otra vez más, que las resoluciones normativas.
Viendo lo que Ortega mascullaba, aquello
de que los toros condensaban el sentir social ibérico, hispano y vetón, en
nuestro caso charro, hoy en día siguen siendo un reflejo (para minorías) de lo
que socialmente acaece. También Picasso, Lorca… y tantos otros desde Goya o,
antes Alfonso X el Sabio (frente a [H]Urtasun el ministro de diversas
capacidades dizque culturales). Hasta en Altamira hay rasgos taurinos.
Veamos pues.
Resulta que, antaño, no había feria que
programara sus carteles sin su correspondiente festejo de rejones. Así, tarde
tras tarde, podíamos ver dos tipos de público: el serio en la lidia ordinaria
de a pie, y un público heterogéneo, mayormente infantil y femenino (con mamás jóvenas extraordinariamente enjaezadas,
como los cuadrúpedos de los rejoneadores) que poblaban tendidos y andanadas.
Dimos por bueno que la corrida de toros de rejones fuera el circo bis de las
fiestas, validando todo lo inválido con el fin de divertir al personal. Hasta
en el palco presidencial se concedía casquería sin apenas remorder conciencias
de unos mínimos de exigencias. Salían bueyes esmochados, sin cornamenta, lentos, galopantes, sin embestida clara…
y lo importante era la coreografía que tarde tras tarde excretaban los
centauros sobre sus cabalgaduras. Daba igual cómo se clavaba. Los rejones de
castigo desprendidos, un abuso inusitado de los mismos (a veces hasta tres para
parar un buldócer), banderillas en lomos como si fuera una competición de
dardos de invidentes, rejones de muerte que terminaban en agujeros negros de
ignominia…) y el respetable que apenas sabía lo que era enfrentarse a la
muerte, aplaudía, aplaudía y aplaudía con todo lo que tuviera a mano, desde los
labios de la vulva hasta las orejas, pasando por las manos o las rótulas de las
rodillas. De hecho, valía cualquier elemento para pedir las orejas, hasta los
bolsos de Michael Kors o de Luis Vuitton de las féminas (impresionantes). Los
niños, niñas, niñes (ahora ninis),
solicitaban la melliza casquería, rabo incluido, con muñecos de feria o
peluches de tres al cuarto. Y, así iba el toro, camino del desolladero, con
alguna arroba menos gracias a la infame concesión de trofeos, y al previo
afeitado, más bien rasurado de sus pitones. Todo muy canónico (reglamentario),
eso sí. Al igual que sacar cristos y vírgenes por doquier bajo los arcos de las
luces de Navidad.
Y, se consentía que dos lidiadores
arremetieran contra un saco de carnes. Collera lo llamaban y ha sido de los
inventos más infames que ha habido (y se han permitido) en la normativa
taurina. Mejor dos por uno, un «Carrefour», que así es más vistoso.
Pero, si algo son los toros, son verdad.
Verdad sin artículo alguno. Porque cada tarde, se masca la tragedia, se pasea
la muerte; y el valor y el miedo maridan con alianzas de respeto y arras de
entierro. La parca es el sumo
sacerdote y Caronte espera en forma de ambulancia en el patio de cuadrillas. Y
todos aquellos que pidieron casquería desaparecieron paulatinamente, quedando
la fiesta a merced de los que nos gusta el solomillo o el chuletón de Aliste. Por
muy buena que esté una ración de oreja en La
Viga de San Justo (excelente, como la jeta en el extinto Bernar-2 del Paseo de la Estación o en
el Regalado de Filiberto Villalobos),
un buen chuletón no lo iguala.
La Semana Santa actual se ha basado en
coreografías que han ido haciendo de la procesión, dizque estación de
penitencia, una experiencia única centrada en el costal y todo lo que rodea a este.
Ensayos, ropas, capataces, léxicos, juntas de gobierno costalizadas, priostías centradas en hacer de cada capilla un
rastro, do venden muñecos de Playmobil (ahora Nancys o Barbies por eso de la
inclusión woke) tocados de las más absurdas vestimentas, sin aspirar a oler a
Baratillo… todo sea por el bien de la coreografía. De hecho, ahora se podría
diseñar un emblema mezclado de todos los que cargan pasos a costal en Salamanca,
juntando todos los emblemas de las cofradías y daría como resultado casi el de
la Junta. Gracias a esto, y a que solo se ha promocionado (incluso en las
placas de obituarios) este tipo de vivencia, excluyendo prácticamente a todo lo
demás, tenemos que si no eres un macho
alfa (o hembra beta) de gimnasio,
luciendo palmito, abdominales, musculatura prominente, tríceps, cuádriceps y
todo un salterio de vértebras, no eres nadie. Se acusó en épocas pretéritas de
que había cofradías (y, sí que las hubo), que trataban de excluir a quienes,
según el Derecho Canónico, no llevaban un cumplimiento de la normativa
eclesiástica, hasta que Palacio hizo (al igual que otros muchos palacios
episcopales) un Dani Olmo con la
Franciscana o con otras hermandades y sus procesos electivos (en algunas más
selectivos que electivos). Gentes que tratábamos de cumplir los preceptos
eclesiásticos éramos arrinconados, mientras que aquellos que públicamente no
los cumplían, pero que enjaezaban bien sus penachos de costal, morcilla,
pantalón y zapatilla, eran ensalzados como lo mejor de la Pasión.
Y sí, los rejones murieron. Porque la
gente no paga para que les engañen; como mucho votan. Y porque los toros de
rejones han devenido en bueyes de tiro y arrastre euskaldún cuyas defensas sin
raíz, han dejado de trasmitir emoción, riesgo, miedo, temor o terror a partes
iguales. Si se acaba la muerte como vivencia de las dos orillas (toro y
matador), se acaba la vida; se acaban los toros. También los grandes toreros a
caballo nunca quisieron darse mutua batalla para potenciar sus coreografías
individuales.
La Semana Santa turística de coreografía
actual que estamos viviendo es fruto de una concatenación de toma de decisiones
deicidas y sobre todo de silencios cómplices que han ido, a partes iguales,
ahogando la verdad. Y, cuando al turista no le interese esto, y no haya esencia
de muerte, pues al fin y al cabo es lo que celebramos, la muerte de Jesucristo,
con la incardinación del sufrimiento de la Pasión en nuestras almas y cuerpos,
nos quedaremos desnudos de cualquier sentido otorgado por aquel que, en el
siglo I, decidió ser Dios y hacerse hombre en la cruz. Kénosis lo llama san Pablo. Nosotros, cofradizar, en palabras del bueno de Fructuoso, como nos recordaba
el eremita Blázquez hace escasas témporas.
Llegará la debacle. Y será por colleras.
Que se lo pregunten a la Seráfica. Y a otras. Si los pitones de tu vecino ves
menguar, pon los tuyos a ablandar, que los rejones y ruedas vendrán. Y sí,
rueda de peones o rueda de neumático (o la noria de la indiferencia) es lo que
les espera a aquellos que costalizaron
y malversaron fondos y creencias. Afeitar pitones nunca fue buen negocio.
Buscando un minuto de gloria en la vida a través de escribir con maldad e intentar hacer daño, que vidas más tristes detrás de estos textos de junta letras de sofá.
ResponderEliminarNo me queda claro la relación existente entre una revista que se denomina PASIÓN EN SALAMANCA con una columna deleznable de la revista Aplausos, no se si te crees Paco Cañamero o el inventor de la Semana Santa que solo vale tu punto de vista. Otro de los eruditos de esta Semana Santa que tanto defienden pero que copian a Zamora, consejos vendo que para mi no tengo.
ResponderEliminarTanto que te gusta el refrán zapatero a tus zapatos, si tanto hablas de la tauromaquia, escribe para ella, porque tu artículo se basa más en la crónica del 21 de septiembre que de una revista de Semana Santa pero enfín, esta claro que no te da para más.
Claro dejas tu forma de ser con el pequeño reflejo que haces a fallecidos, te has quedado retratado y sabes cuál es tu problema, la ignorancia, que además es muy sabia. Tu enfermedad se basa en el costal, pero no entiendo porque no escribes otro artículo, de paso nos hablas del desenjaule del 8 de septiembre, que parece que es de lo único que sabes, y a su vez nos hablas de las cofradías castellanas (gustoso estaría de que me explicaras ese concepto que tanto se os llena la boca) con coreografías, gritos delante de los pasos, dentro de los pasos, o borracheras debajo de los capirotes. Ansiosa espero ese artículo, igual también lo puedes comparar con el concurso de cortes, en homenaje a lo corto que eres.
Saludos querido Alex Javier