viernes, 28 de febrero de 2025

Religión, religiosidad, piedad y Pasión

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Nacho Pérez de la Sota

Cristo de los Doctrinos | Fotografía: Pablo de la Peña

28-02-2025


Ya se acerca «la fecha». Estamos a punto. Va llegando el momento esperado a lo largo de todo el año. Y por eso conviene recordar algunos principios que se hacen estos días más patentes, pero que ‒como decimos siempre‒ debemos tener presentes constantemente, no solo en la semana de procesiones, sino durante todo el año litúrgico, en nuestra vida de creyentes.

Este tema ya se ha tocado aquí varias veces, sí. Pero precisamente por su importancia y porque habrá muchos que se hayan incorporado más tardíamente hay que traerlo a colación una vez más.

Hablamos, claro, de las expresiones de piedad y religiosidad ‒llamada‒ popular y su imprescindible concordancia con el verdadero objetivo de nuestra vida de cristianos. No debemos ‒ni podemos‒ olvidar cuál es el genuino fin de todos nuestros actos en el marco de la Pasión (y el resto del año, claro está). Es necesario no descuidar que nuestra participación cofrade no puede tener otra meta que la vivencia profunda y asentamiento de nuestra fe cristiana. Y solo eso.

Como nos recuerda la Conferencia Episcopal Española, «cuando la fe se encarna en la cultura popular surge una religiosidad que tiene una forma propia y unas expresiones impulsadas por el pueblo que la acoge y el contexto en que se viven. Los ejercicios de piedad en torno a las fiestas litúrgicas […], tienen como objetivo acercar al pueblo cristiano al conocimiento de Dios y a su adoración. La religiosidad popular pone en relación las expresiones populares de la fe y los misterios centrales de la vida cristiana. De las prácticas de piedad, […] cofradías o salidas procesionales se lleva a contemplar y adorar el misterio de la redención, la presencia en la Eucaristía, la veneración de la Madre de Dios».

Es decir, la religiosidad popular pone en relación las expresiones populares de la fe y los misterios centrales de la vida cristiana. Y así debe ser.

Aunque mucho tiempo denostada o minusvalorada (o hasta despreciada) esta forma de acercarse a Dios, fue fundamentalmente Pablo VI quien comenzó a darle carta de naturaleza entre las expresiones de fe eclesiales. En su exhortación apostólica de 1975, Evangelii nuntiandi, dedicó un apartado a este tema en el que, entre otras cosas, afirmaba (48): «[la religiosidad popular] refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente "piedad popular", es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad».

Desde ese momento, la Iglesia se ha preocupado de favorecer, pero también de orientar esta expresión fiducial. Por eso, en 2002 ‒bajo el pontificado de san Juan Pablo II‒, la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos promulgó un extenso y enjundioso Directorio sobre la Piedad Popular y la Liturgia, que afirma en sus puntos 4 y 5:

«La religiosidad popular, que se expresa de formas diversas y diferenciadas, tiene como fuente, cuando es genuina, la fe y debe ser, por lo tanto, apreciada y favorecida. En sus manifestaciones más auténticas, no se contrapone a la centralidad de la Sagrada Liturgia, sino que, favoreciendo la fe del pueblo, que la considera como propia y natural expresión religiosa, predispone a la celebración de los Sagrados misterios.

La correcta relación entre estas dos expresiones de fe, debe tener presente algunos puntos firmes y, entre ellos, ante todo, que la Liturgia es el centro de la vida de la Iglesia y ninguna otra expresión religiosa puede sustituirla o ser considerada a su nivel.

Es importante subrayar, además, que la religiosidad popular tiene su natural culminación en la celebración litúrgica, hacia la cual, aunque no confluya habitualmente, debe idealmente orientarse, y ello se debe enseñar con una adecuada catequesis.»

Es responsabilidad de las propias congregaciones, hermandades y cofradías proporcionar a sus miembros esa catequesis para que estos puedan desarrollar ‒en el marco de los actos propios de cada agrupación‒ una completa y correcta vida de fe centrada en los misterios esenciales de la doctrina cristiana. Para que, como dice este Directorio en su punto 138 (referido a la Semana Santa):

«Es muy intensa la participación del pueblo en los ritos de la Semana Santa. Algunos muestran todavía señales de su origen en el ámbito de la piedad popular. Sin embargo, ha sucedido que, a lo largo de los siglos, se ha producido en los ritos de la Semana Santa una especie de paralelismo celebrativo, por lo cual se dan prácticamente dos ciclos con planteamiento diverso: uno rigurosamente litúrgico, otro caracterizado por ejercicios de piedad específicos, sobre todo las procesiones.

Esta diferencia se debería reconducir a una correcta armonización entre las celebraciones litúrgicas y los ejercicios de piedad. En relación con la Semana Santa, el amor y el cuidado de las manifestaciones de piedad tradicionalmente estimadas por el pueblo debe llevar necesariamente a valorar las acciones litúrgicas, sostenidas ciertamente por los actos de piedad popular».

Por todo ello, tenemos que esforzarnos mucho en evitar un peligro que ‒así mismo‒ señala el Directorio: «Las expresiones de la religiosidad popular aparecen, a veces, contaminadas por elementos no coherentes con la doctrina católica». O, como advirtiera el propio Pablo VI, «[la religiosidad popular] está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, es decir, a las supersticiones. Se queda frecuentemente a un nivel de manifestaciones culturales, sin llegar a una verdadera adhesión de fe. Puede incluso conducir a la formación de sectas y poner en peligro la verdadera comunidad eclesial». (Evangelii nuntiandi, 48).

Esa deformación es nuestra verdadera enemiga. Preocupémonos (y hasta obsesionémonos) de no caer en ella, y hacer de nuestra participación en nuestras cofradías un verdadero camino de vida de fe, de manifestación del mensaje evangélico y de ejemplo cristiano para el pueblo que nos está viendo. Es tarea inequívoca ‒como señalamos más arriba‒ de los responsables de las congregaciones, hermandades y cofradías; pero, a no dudarlo, la responsabilidad primigenia y real comienza en cada uno de nosotros. Que el fervor y el ansia de Semana Santa no nos lleve a olvidarlo.

 

 

 


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