martes, 11 de febrero de 2025

Viento, solo viento… pero qué viento

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Manuel J. Grilo

Fotografía: Pablo de la Peña

11-02-2025


Cuando pasa el nazareno
de la túnica morada,
con la frente ensangrentada,
y la soga al cuello echada.
(Gabriel y Galán)
 

Febrero ha llegado, signo en nuestro calendario de que vamos aproximándonos a los días de cuaresma, a los días santos.

Me encontraba sumido en la reflexión sobre cómo orientar mis palabras y, de manera inconsciente, se me acompañaba el ir y venir de ideas con sones de cornetas, tambores, trompetas, palillos… y esta es la cuestión: no soy yo quien buscaba las ideas, sino que ha sido la propia Semana Santa quien me ha encontrado ¡y de qué manera!

¿Cuántas veces hemos hablado con conocidos, con amigos e incluso con nosotros mismos en soliloquios eternos sobre esa música que acompaña los pasos que damos procesionando, sobre la música que templa nuestro espíritu, la música?

No se trata aquí de «digredir» sobre música, sino más bien de reconocer la hondura en la que nos sume una corneta, del golpe que nos da en el corazón cuando repica la caja, cuando las palilleras rompen a llorar. Porque es llanto, porque es suspiro, porque es dolor, porque es aviso: aquí vengo; aquí estoy; a ti que me escuchas, detén tu espíritu y adéntrate en mi existencia, te marco el paso con el son que te lleva el viento de la noche, que es viento, solo viento… pero qué viento.

Porque los de viento inician ese toque de Pasión en Salamanca, con las cajas al fondo, viene marchando el sonido por el aire hasta que toca a las puertas del alma, viene diciendo «ya estoy aquí», melódica, sin estruendos, animosa aterciopelada, pero segura en su compás. El clarinete está, la flauta está, la trompeta, el saxofón, el tambor… pero lo fundamental es al que le llega y le dice «¡marcha!», y es verdad, me diréis, que suena poco en nuestra Semana Santa, pero está.

No es aterciopelada, sí tiene estruendo, es en sí misma no ceremoniosa sino cargada de dramatismo, porque al son de las palilleras tiembla el alma cuando el Yacente, por la calle Calderón de la Barca ya encara su entrada en la Catedral, que está ahí, pero no llega. ¿Son lágrimas que caen o es la trompa que rasga su sonido, le responde la trompeta, rompen las cajas…? No hay palabras, hay música que se sirve del viento para nacer y que el viento la lleva. ¡Silencio, que Cristo yace y el llanto es la expresión, claro que sí, lloramos y a mares!

Hay muchos sones, hay muchos silencios entre notas que encogen el alma, hay muchos golpes de tambor, muchos gritos de cornetas que a cada uno le serán familiares, y eso es lo importante ahora: rascar en la memoria de nuestro corazón y traerlos hasta nuestro ahora, porque no son del pasado sino que en su momento llegaron a cada uno e inauguraron un eterno ahora, que siempre nos ha de traer al quicio de nuestra existencia que pronto lo tendremos que afrontar, sin duda como cada año, solo y solo si estamos para escuchar.



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