Va para sesenta años que la Semana Santa de Salamanca se
anuncia oficialmente mediante un cartel elaborado ex profeso y, de todos ellos,
salvo alguno de los primeros años en los que la cortedad, no sé si económica o
artística, no iba más allá de la representación del emblema de la Junta
Permanente, una fotografía de mayor o menor calidad de nuestras imágenes
procesionales era la protagonista indiscutible de dicho cartel. Cierto es que
en los años en que la fotografía era analógica —aquí quiero enlazar con el
excelente texto de hace apenas una semana escrito por mi compañero de columnas
Abraham Coco, «La dupla Quintano-García», y recomendar su lectura— y no existía la facilidad de
acceso a esa capacidad de producción gráfica que desde hace un tiempo nos
ofrece internet, el monopolio estaba en manos de aquella Junta Permanente y
hacía lo que podía (o quería) con sus recursos y su capacidad para dar
visibilidad a nuestra semana de Pasión.
Aquella exclusividad vinieron a romperla, para bien, unos
concursos de imágenes en diapositivas (quizá con la intención de no competir
con lo oficial) que la Tertulia que ampara esta colaboración comenzó a realizar
hace algo más de treinta años con la idea de realizar su propio cartel
anunciador «Pasión en Salamanca». Una excelente iniciativa que con el tiempo vino
a verse acompañada de, incluso, un aluvión de carteles anunciadores
confeccionados con más cariño que conocimiento —virtualmente en su mayoría— por
cofradías, asociaciones e incluso cofrades a título individual, con la más que
loable intención de diversificar el anuncio, intentando seguramente alcanzar
horizontes más lejanos que los conocidos. Dignas iniciativas con mayor o menor
arraigo con el paso de los años, aunque intermitentes casi siempre si no
esporádicas.
Cuando a partir de 2002, la Tertulia cofrade Pasión se
lanza a la aventura de hacer sus carteles por encargo a prestigiosos artistas,
se da un paso más allá en la promoción de nuestra Semana Santa o, si así lo
queremos, de Pasión en Salamanca. Un paso arriesgado en el que el futuro era
más incierto que luminoso, pues esto es así cuando uno depende de terceras
personas para llevar adelante sus propósitos. Y aún así, son ya más de veinte años
en los que un excelente listado de reconocidos artistas, que van desde Andrés
Alén (primer cartelista y excelente asesor perpetuo) hasta Ángel Luis, pasando
por otros veinte nombres que no relato para no dejar a ninguno en el tintero,
se han prestado a poner su capacidad artística al servicio de esta intención
cofrade. Obras rompedoras o costumbristas, controvertidas o indiscutibles,
coloristas o tenebrosas, figurativas o casi abstractas, y así un largo etcétera
de posibles adjetivos confrontables, forman parte ya de la historia del arte
cofrade mucho más allá de las doradas piedras y de las delicadas imágenes
procesionales que atesoramos y de las que no necesitamos hacer más gala pues
están ahí, en sus templos, para la admiración rendida de propios y extraños. Esto
es otra cosa. Son obras de arte que quedan, trascendiendo al propio cartel
anunciador. Unas en los talleres de los artistas, otras en museos y otras más
en las paredes de locales y casas cofrades donde, orgullosamente, no se duda en
mostrarlas a quienes las quieran admirar. Un patrimonio ligado a la Semana
Santa que amplía sin interferir cuanto de artístico procesional atesoran
nuestras cofradías y hermandades.
Nunca he ocultado que, más allá de continuar con un
concurso fotográfico que forma parte de nuestras tradiciones más cercanas y del
que participan excelentes artistas gráficos, este modelo de sumar obras de arte
mediante encargo a artistas consolidados (e incluso emergentes si su proyección
es buena), sería un excelente mecanismo para el enriquecimiento patrimonial de
nuestra Junta de Semana Santa o de nuestras cofradías en lo que a este campo
del arte se refiere y no precisamente pensando en el valor económico de las
obras sino en el tesoro pictórico que sería orgullo de muchos. Dicho en román
paladino, nuestras instituciones cofrades podrían ir haciendo colección de arte
sacro-pasional gracias a estos encargos más allá de otras actividades que dejan
mucho menos poso en el recuerdo aplazado.
No es necesario, por supuesto, pero creo que sería un
verdadero orgullo. Por eso, me alegré sinceramente cuando leí en prensa el
comunicado de la Hermandad de Jesús Despojado en el que hacían público que
Florencio Maíllo sería el autor de su cartel para su próxima estación de
penitencia del Domingo de Ramos. Sé que no es el primer cartel no fotográfico de
esta hermandad, como sé que no es la única hermandad salmantina que ha apostado
en algún momento por ir más allá de la fotografía para hacer su anuncio de la
Pasión, pero no se me negará que no es lo habitual y que, por ello llama la
atención. Por eso, mi doble alegría. Por Florencio —a quien aprecio con cariño—
y su compromiso, y por la Hermandad de Jesús Despojado al apostar por este
modelo de expresión que espero puedan y quieran mantener en el transcurso de
los años.
Así, como cuando las diapositivas fueron «alternativa» a
la cartelería oficial, la Tertulia cofrade Pasión estuvo ahí abriendo una
alternativa, ahora es la Hermandad de Jesús Despojado la que atraviesa el
umbral de esa puerta pictórica que abrió Andrés Alén hace años y cuyo pomo, por
ahora y a falta de hacerse público quién será el autor del cartel Pasión en
Salamanca para 2025, agarran con fuerza y con éxito seguro Florencio Maíllo y
la Hermandad de Jesús Despojado. Ojalá cunda el ejemplo.
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