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Fotografía: Pablo de la Peña |
07-03-2025
La canción de Rosendo, Agradecido es un clásico que nunca falla. Cualquiera que, tras los compases de pasodobles y valses en las plazas festivas cualquier pueblo de estas llanuras, montañas y valles que conforman los reinos más antiguos de Europa compartiendo matrimonio forzoso en una autonomía en vía muerta, haya, en estado de embriaguez sanamente mejorable, entonado con gritos guturales de profundas faringes aventadas por la fría brisa de las jocosas e iracundas madrugadas estivales esta vetusta canción, sabrá que agradecer es uno de los actos humanos por excelencia.
Recientemente, un ganadero de bravo, Pincha de la Casta Navarra, ha expresado su agradecimiento porque Florito, el eterno veedor de Las Ventas (no es trigo de todo campo), le propuso lidiar una corrida o novillada entera en dicho coso, el más importante del mundo en cuanto a prestigio y dureza se refiere. Hete aquí, que dicho ganadero, un navarro recio, que rememora a esos véteros vascones que hicieron frente al germen del Sacro Imperio en La Chanson de Roland, mostró ese agradecimiento para tornar sus sueños de futuro en la realidad limitada del presente. Por ello optó finalmente por acudir a una corrida concurso, donde no tendrá que presentar más que un buen ejemplar. Él mismo, que conoce bien lo que cría, sabe que un toro suyo, con el mero hecho de doblar la testuz frente al peto de un caballo y acudir después presto al tercio de banderillas será ya en sí todo un triunfo. Porque si algo destaca en estos toros es su abantez e imprevisibilidad.
Pincha supone (y supone bien) que sus toros están destinados a plazas donde el riesgo de lo imprevisible del futuro inmediato es el presente que te puede llevar al pasado del olvido mortecino en un tercio de milésima de nanosegundo. Salvo Ceret, y poco más, las plazas navarras y aragonesas son las que, frente a todo convencionalismo actual, han apostado por este encaste desencastado. Más que encaste, es raza. Raza con mayúscula, puntito de soberbia para acometer lo que en sí mismo es inabarcable por estar dibujado por un Alzheimer de realismo trocado en feroz locura permanente.
En las cofradías y hermandades, poco se habla de agradecimiento. La soberbia es la reina bajo palio que día tras día se mece y percute cascabeles, borlas y bambalinas en todos los ámbitos de una hermandad. Y para aquellos que piensan que todo, sí todo, es labor de juntas de gobierno o desgobierno, la labor diaria de una hermandad la llevan, llevamos muchas veces hermanos cuasi anónimos habitantes de una Laguna Estigia de ostracismo permanente.
Porque las cofradías y hermandades, ya no les digo, juntas de Semana Santa, juntas de cofradías, organismos onanistas variopintos o consejos de prestes, frailes y obispillos que piensan que todo lo hacen ellos, como Florito con mando en plaza.
Nadie duda de que Florito hace magia con los cabestros. Preciosa metáfora de la vida respecto a nuestras juntas, presidentes de las mismas y hermanos mayores. Incluso dizque ministros como mi querido (H)Urtasun, el pijo-progre cancerbero. Pero aquí hay toros, muchos de ellos bravos (no siempre) y algunos vamos a lo Casta Navarra, a lo abanto, a lo impredecible.
Ser agradecido siempre implica limitación. Porque ser agradecido es pensar, en palabras de Ernesto Balducci (nada que ver con el maleducado ministro restado o mermado), es poner tu vida en la de otro. Poner mis decisiones en las orillas de otra ribera. Por eso, cuando reconocemos el agradecimiento, reconocemos explícitamente nuestros límites. Agradezco porque yo solo no puedo; y te doy gracias porque gracias a ti, he sido capaz de romper mis alambradas mentales, cognitivas y sobre todo existenciales, para llevar mi vida, mis decisiones, mis acciones, mis palabras y mi todo, hacia otra dimensión, muchas veces ignota como la embestida de los toros navarricos.
Cofradías y hermandades actuales, y sus juntas, no son capaces de agradecer. Por el principal pecado, la soberbia. Porque tienen miedo de caer en el ostracismo de su cuita de afán de protagonismo desmedido. Se embarcan en proyectos alejados de la realidad fundante de la propia gestación de la hermandad en origen proyectando un destino de seguridades ancladas en frágiles palafitos de tortuosas aguas bravías.
En nuestra Salamanca sobran proyectos que miran hacia capillas de marineros en un Tormes que nunca dejará de ser tan pícaro como agrario, tan ganadero como gandul. El Lazarillo era un andrajoso, listo eso sí, que nunca trocó sus roídas vestiduras en trajes añiles de capataz o albos de costal, faja y zapatilla. Siempre ejerció de veedor de la oportunidad.
Recientemente ha salido que la antigua Capilla de la Misericordia será reconvertida en apartamentos turísticos. Hubiera sido más deseable hacer de esa capilla la auténtica casa de hermandad, hogar cofrade, de los hermanos y hermanas de los Marqueses de Almarza, recuperando así su propia identidad, cercana en lo histórico, geográfico y espiritual. En vez de eso ha apostado por cargar vigas sobre sus cuellos sin probar la jeta en sus paladares.
Es más fácil acudir a una visión meridional para darse cuenta, cuando estás al lado de cualquier Misterio de Triana, que tras el Carnaval siempre viene la Semana Santa como prolongación, muchas veces de las propias carnestolendas (a veces anticipadas en mascaradas de invierno tornadas en procesiones jubilosas).
En fin. Rosendo sigue sonando. Rosendo nos sigue invitando a crear, presentar, reconocer y afrontar los límites. Solo se afrontan los límites cuando, desde origen, somos capaces de identificarlos y reconocerlos.
Como Pincha, podemos asentar proyectos sobre la realidad imaginaria de los sueños construidos con adobes y sillares de trabajo, esfuerzo, raíz y origen. Si renunciamos a la realidad, solo tendremos imaginancias de un declive veneciano. Mucha belleza tétrica se asomará a los balcones de los interiores del alma de nuestra Semana Santa. Esa misma Semana Santa a la que se le va despojando de su magia enraizada en la primera luna llena del Nisán o Pascua Judía para convergerla en no sé qué ecumenismo mal entendido. Porque como decía un sabio presbítero compañero de estudios de quien escribe con puya encastrada en punta de vara de fresno, el mejor ecumenismo consiste en que los demás hagan barbaridades para que tornen los sensatos a la Iglesia Católica. Ahora parece que consiste en lo contrario para echar (nos) a los sensatos. Quizás en este presente presto y fluido hayamos tornado en locos. Como la Semana Santa. Como las cofradías. Como la vida misma.
Como Rosendo, prometo estarte agradecido.
¡Gracias!
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