Este año 2025 la Cuaresma se ha dejado esperar más que otros años. Es muy tardía, empieza el 5 de marzo, la comenzamos casi con un mes de retraso respecto a lo normal de otros años. Ya sabemos que todo depende de cuándo celebraremos la fiesta de la Pascua de Resurrección, que será el 20 de abril, conforme decretó el Concilio de Nicea (325) hace mil setecientos años, estableciendo esta fecha como el primer domingo después de la luna llena tras el equinoccio de primavera.
Seguro
que muchos de vosotros, pertenecientes a las cofradías de Semana Santa, habréis
agradecido que este año haya sucedido con más calma. A veces se tiene la
sensación, en nuestro mundo, de que no se tiene tiempo para nada, porque no se
ha salido de la Navidad y ya entramos en el ajetreo propio de la Cuaresma,
tiempo muy importante y central porque nos preparamos, interior y exteriormente,
para renovar la vida cristiana con los misterios centrales de nuestra fe, que
dan comienzo el Domingo de Ramos, con la entrada del Señor en Jerusalén, y
culminan en el Triduo Pascual.
Sin
embargo, este año hemos tenido la suerte de tener una Cuaresma y Semana Santa retardadas.
Como decía al principio, se han dejado esperar, y la temática de este año
jubilar está dedicado precisamente a esto, a la esperanza. Confío que estos
cuarenta días no caigan en saco roto para acoger esta virtud, que nos viene
como un don de la relación con Dios en la oración, se mantiene cuando la
compartimos junto a nuestros hermanos y la servimos a los que menos la tienen,
los pobres.
El
mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2025 va enfocado por ahí. Toma cada
una de las palabras que componen el lema cuaresmal de este año, sacado de la
unión del recién terminado Sínodo y del Año Jubilar: «Caminemos juntos en la
esperanza». Primero, el papa nos invita a la conversión, que da comienzo este
Miércoles de Ceniza con el signo penitencial de las cenizas en la cabeza.
Después
viene por dónde debemos plantear ese dejar que el Señor vuelva a nosotros y
nosotros a él: desde el caminar para salir, desde el hacerlo juntos al
lado de los hermanos y desde la esperanza de que el Señor Jesús nos
acompaña. En el fondo eso es lo que significa cualquier procesión que ya estáis
preparando estos días. No es cuestión de desfilar ante el mundo por las calles
de las ciudades y los pueblos de nuestra diócesis de Salamanca, sino de caminar
como peregrinos en la vida, siguiendo las huellas de Jesús, abandonando nuestra
parálisis por el confort o el miedo.
Estamos
llamados a caminar juntos. Una procesión no es procesión con una sola persona,
o mandando unos pocos sobre la mayoría, sino con los hermanos de la cofradía,
porque no somos viajeros solitarios, somos Iglesia, caminar codo a codo, sin
pisar ni dominar a otros en la competición, sacando del corazón las envidias e
hipocresías. Vamos juntos o no vamos, con amor y paciencia. Y caminamos movidos
por la esperanza de que el Señor mismo nos acompaña con las imágenes de la
representación de su pasión, muerte y resurrección.
¿Vivimos
en esta esperanza que nos ayuda a leer lo que pasa en este mundo a la luz del
Señor y nos impulsa al compromiso por la fraternidad, la justicia y el cuidado
de la casa común?
Que
este camino cuaresmal nadie se quede atrás, para caminar juntos en la esperanza,
que no defrauda y es ancla que nos da seguridad y firmeza.
Unidos
en la alabanza de este tiempo dedicado más a la oración y amor fraterno.
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