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Detalles de los verduguillos en la carga de pasos | RHP |
21-03-2025
Decía en mi artículo precedente, en este mismo espacio, hace ya unas semanas, que en las cofradías todo tiene un porqué, todo tiene un significado y, además, forma parte en muchos casos de la liturgia de la Iglesia. Recuerden, las procesiones son el rito exterior de la cofradía que simbolizamos y nos lleva a lo interior, al misterio y en el que se ve reflejada la fe, la devoción, la oración.
Y, por tanto, aunque las hermandades tengan su orden y sus formas de hacer las cosas por costumbre o por tradición, no existe una liturgia cofrade. Las cofradías no tienen liturgia propia, sino que llevan a cabo la liturgia de la Iglesia.
Eso no impide que sí exista «una (belleza) litúrgica cofrade» que se pone de manifiesto desde el miércoles de ceniza y sigue sin solución de continuidad hasta bien entrada la Pascua. Exacerbación de los múltiples y numerosos actos cofrades, resaltando de forma más intensa la liturgia de la Iglesia. En algunos casos, una liturgia que algunas de nuestras congregaciones cuidan de forma muy especial y palpable. Otras van más a lo extemporáneo, como ejemplo poner unos cultos en los que se realizan procesión de entrada con ciriales e incensarios, algo que «es raro ver un domingo cualquiera en una iglesia».
Pero hay que tener mucho cuidado, porque esta liturgia se queda absolutamente hueca si nos quedamos en los ritos externos sin saber por qué hacemos esos actos. En este sentido, se corren varios peligros:
● Por una parte, la puesta en escena puede rozar lo ridículo, que no sea un rito donde todo queda muy hermoso y rimbombante de cara a la galería para lucirse, pero carente de sentido.
● Por otra, se montan altares de culto donde el centro no es la imagen sagrada y se recarga quitándole protagonismo a esta. Incluso desmontando o desplazando el altar o parte del presbiterio para mayor gloria de la cofradía.
● Mala o nula formación de todos los intervinientes en el acto, ya que hay que cuidarlo todo bien, muy bien, desde los colores, los ornamentos, los aromas, las luces y sombras, etc...
Y lo mismo que se deben cuidar el rito y los signos en una misa también en las procesiones. Una procesión siempre la abre la cruz ‒que es la que nos ha traído la salvación y nos va a llevar al cielo‒ escoltada por luminarias con faroles o ciriales. Delante del paso pueden ir los ciriales (no necesarios), pero sí la presidencia, que camina delante del Señor. El capellán o sacerdote es el que puede elegir ir en la presidencia o detrás del paso.
Todo ello acompañado visualmente de los colores litúrgicos que corresponden a cada día. Así, el Domingo de Ramos las vestimentas deben ser rojas, de Lunes a Miércoles Santo son de color morado, pues sigue siendo Cuaresma, el Jueves Santo las vestiduras son blancas por ser el día de la Eucaristía, el Viernes Santo vuelven a ser rojas (aunque el negro está permitido y en alguna ocasión se ve), y el Domingo de Resurrección blancas.
Y todo esto sin olvidarnos, claro está, de que en muchas ocasiones toda esta liturgia se la saltan o la alteran al contagiarse de cual -itis, pensando en influencias de otras ciudades, modas o manías de los priostes, custodios u organizadores de los actos y cultos. Y ya no hablamos de la medallitis, sudaderitis, etc., que se imponen como prendas de culto en las próximas semanas, como si fuera el carnet de identidad y presentación que todo capillita de turno debe llevar si quiere ser alguien en su cofradía. Si es que hay gente que se la pone el miércoles de ceniza y no se la quita hasta Pascua florida.
Y sí, estimado lector, todo esto veremos nuevamente en esta bendita nuestra ciudad en estos cincuenta días que preceden a la Pascua.
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