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Foto: P.G.B: |
14-04-2025
De quien lleva 364 días esperando que vuelva a ser este día. 365 los bisiestos. De quien a veces se salta un año en sus recuerdos porque aquel no hubo procesión y no vale la pena. De quién mira por la ventana y piensa ya están aquí otra vez estos. Del que va porque después de tres generaciones en el mismo banzo a ver quién es el guapo que dice que mejor estaría en la playa, o en la montaña. Del que no faltaría por nada del mundo.
De quien plancha con esmero el hábito, guarda como oro en paño el saco del costal. Del que se ha vuelto a comprar una faja a ver si esta vez no se pasa una semana entera durmiendo en el suelo para que se le pase el dolor. De quien no se acuerda bien en qué rincón del armario dejó el capirote y se le ha quedado un poco torcida la punta, pero malo será que de noche, que todos los gatos son pardos.
De quien se pasa el día mirando la aplicación meteorológica del móvil. De quien no sabe en qué día vive, ni le importa. De quien fue a apuntar a sus hijos en la cofradía antes que en el Registro Civil. De quien ha prometido que este año será el último tras el último achuchón del corazón. De quien no se ha dejado convencer para largarse a cualquier parte que no huela a incienso.
De quien ha encontrado en su cofradía una nueva familia que ayudar y por la que ser ayudado. De quien no conoce a nadie y cuando se quita el capirote solo dice un «hasta el año que viene», apenas susurrado al de al lado. De quien no falta a misa un domingo. De quien blasfema por lo alto cuando se macha un dedo, pero mataría por su Virgen. De quien pidió a los Reyes Magos la inscripción en la cofradía. De quien se olvidó de ir a buscar la papeleta de sitio.
De quien mata por las torrijas. De quien se queda con el potaje. De quien no tiene suficiente ni con seis horas. De a quien le basta con solo una mirada. De quien lleva horas esperando, porque tiene que ser ahí. De quien lo ve donde pilla.
De quien solo entiende rezar en silencio. De quien lleva Eternidad a todo volumen en el coche por lo menos desde febrero. De quien siempre lleva una estampa en el bolso, o en la cartera. De quien no es de santos, pero es que…
De quien piensa que todas las flores del mundo, que toda la cera del mundo no es suficiente. De quien piensa que un cardo ya es bastante. De quien no entiende otra forma que como lo vio hacer a sus abuelos. De quien sueña a costal y cuando cierra los ojos retumba en su cabeza ¡Al cielo! ¡A volar! ¡Pararse! De quien con un toque sutil de campana ya sabe qué tiene que hacer.
De la tradición ancestral y lo nuevo. Del brillo del metal y de la madera cruda. Del silencio y del tambor. Del día y la noche. Del rancio y de las chicas que lo pusieron todo patas arriba.
Quien no entienda que esto es de todos ellos no entiende nada. Por eso todas las palabras se quedan cortas, todas las etiquetas no alcanzan, cualquier cajón es insuficiente.
Ni tuya, ni mía. De todos y entre todos. La Semana Santa. Diversa. Un esfuerzo colectivo en el que merece la pena seguir creyendo.
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