Leyendo el reportaje que Christus, nuestra revista oficial, dedica a aquella Dolorosa de Carmona custodiada por las Agustinas Recoletas con tanto celo que solo unos cuantos privilegiados han podido ver intramuros y que protagonizó la procesión de comerciantes del Jueves Santo en sus primeros años, me encuentro en redes con una llamada que, desde hace unos días, lanza el reclamo, agobiado diría yo, para que los cofrades de buena fe echen una mano, o quizá sus hombros por mejor decir, a la Seráfica Hermandad de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Agonía, amplíen esa voluntad cargadora siempre solidaria de los cofrades salmantinos y con ello ayuden a que la imagen de Nuestra Señora de los Dolores, nuestra querida y popular Romana «La Tintorera», no se quede sin salir por falta de porteadores.
Duele leer estas llamadas. Uno imagina a esos directivos de
la hermandad haciendo de tripas corazón para pedir ayuda a las otras cofradías
y hermandades, y no puede por menos que sentirse junto a ellos, más allá de
cualesquiera otras consideraciones que seguramente están siendo puestas sobre
los tapetes de las mesas en las que tantos semanasanteros se reúnen al amor de
unas cervezas.
Bien es cierto que esto no es nuevo. Que hace ya varias
décadas, cuando el resurgir de los años ochenta estaba aún por llegar, ya
tuvimos que arrimar los hombros para, entre muchos jóvenes de otras cofradías y
hermandades salmantinas, encargarnos de que la de Soriano Montagut pudiera
salir a la calle. Y así durante algunos años si mal no recuerdo. Después, casi
sin que supiéramos por dónde, vinieron las vacas gordas, las nóminas de
hermanos crecieron exponencialmente y se aprovechó para recuperar lo que tiempo
atrás hubo que arrinconar. Se desempolvaron las imágenes del conjunto de El
beso de Judas primero (aunque en aquel regreso todavía comenzase a desfilar
sobre uno de aquellos chasis de «haiga» cincuentero de cuyo volante fui
orgulloso responsable, como bien recuerda Bernardo García cada vez que sale el
tema) y las de Jesús ante Pilato, al poco tiempo. Todo iba bien… aunque
puede que no tanto. Quizá la fachada, con esos nuevos revocos, pareciera
deslumbrante, pero aquello duró lo que duró y más pronto que tarde, las filas
decrecieron y las cargas comenzaron a ir tan ajustadas que había que hacer
algún que otro encaje para que la procesión saliera a la calle con toda la
dignidad posible. Y eso, con suerte y hasta hoy.
También es cierto, no nos vamos a engañar, que desde la
hermandad (o así parece visto desde fuera) se ha potenciado la presencia de
hermanos de carga en estos dos últimos pasos o quizá sea que las nuevas
generaciones han apostado claramente por esos pasos majestuosos para llevarlos
por las calles salmantinas, mientras que la octogenaria titular se ha ido
quedando atrás, rezagada y siempre renqueando con dignidad, sabiendo que bajo
las andas las cosas iban tan ajustadas como en el resto del cortejo, nunca
sobrado de nazarenos.
Es una pena, dicho con cariño y sin ánimo ninguno de hacer
más daño del que hay, que mientras unos pasos se ven completos y hasta
exultantes si miramos las cifras y las novedades, otros se vean casi en trance
de mendigar ayudas que, por otra parte, siempre suelen ser bien acogidas por
los cofrades salmantinos, como bien pueden testimoniar desde otras cofradías
centenarias de nuestra Semana Santa.
Vaya pues mi ánimo solidario para con esa Seráfica
Hermandad, mi abrazo a todos cuantos han dado su tiempo y esfuerzo por ella,
encabezados por mi querido Bernardo, a quien esto duele más que a nadie, y mi
recuerdo cariñoso a los que hace décadas acudieron a la llamada para que la
Virgen pudiera salir a recorrer las calles de Salamanca como siempre había
hecho desde que tomó el relevo a aquella otra de Salvador Carmona que muchos
quisiéramos haber visto.
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