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Foto: Roberto Haro |
04-04-2025
Los preparativos de las fiestas taurinas vienen precedidos de las presentaciones de carteles. Con gran boato, diferentes sectores implicados en la cuestión taurina, exponen la que siempre será la mejor feria de la temporada del mundo mundial.
Hace años que fue recuperándose el desenjaule de las reses que iban a ser lidiadas en las témporas festivas. Es lo que se conoce como desenjaule o desencajonamiento. Así, haciendo las delicias de los más pequeños (y no tan pequeños, sobre todo como un servidor, aficionado al coleccionismo de miniaturas) cuando los imponentes camiones de transporte de bravos hacen su presencia en el ruedo. Después, subidos arriba, tras la pertinente colocación de rampas, los transportistas, mayorales y vaqueros suben a las cajas para ir abriendo cada cajón. Y sí, salen airosos y desafiantes los cornúpetas; uno a uno, abantos por lo general, rasgan con sus pitones el imaginario colectivo del respetable.
Y, el respetable, que normalmente poblará con sus posaderas los sillares de la plaza en cuestión, hace sus cábalas respeto a lo que será la lidia de cada uno de los ejemplares soltados.
También pueden darse (y de hecho se dan) dos situaciones desagradables. Una, la obvia, que un toro se enfrente a un hermano de camada. Eso es bravura en estado puro con venganza genética genesiaca que huele todavía a los primeros pastos aventados por los hocicos de los uros cuando eran becerros. Otro, es que el toro sale con tanto ímpetu acrecentado por la pendiente de las rampas que, espetando sus pitones contra las tablas del burladero, pueda siniestrarse hasta quedar inválido para la lidia. «Se dan casos», que decía un viejo consiliario de secano apellido, pelo argénteo, malhumorado, bajito, fumador empedernido y altamente mal encarado con una inteligencia malévola forjada por el yunque del hambre de la postguerra.
El caso es que ahora mismo el desenjaule o desencajonamiento es de las funciones previas a la celebración de una feria que más público concita y suscita.
En nuestra Semana Santa tenemos un montón de desenjaules. De señales que indican que la celebración que vamos a vivir en pocos días está pronta a acaecer como un suspiro de diez días.
Los ensayos, los cabildos, las juntas, las presentaciones de cartel, el pregón, los mil quinientos pregones que se dan (por eso ya dejaron de ser pregones), la colocación de los estandartes o reposteros con los emblemas de las hermandades y cofradías en el ágora charra, los trescientos mil conciertos que coinciden año sí, año también, en un mismo día a la misma hora… Y, para mí sí que hay un desenjaule presto y simbólico que, con nocturnidad y alevosía, anuncia como nadie y como ningún otro gesto, nuestra Semana Santa: la colocación de la señalética viaria municipal para prohibir estacionar en determinados lugares por el paso de una procesión.
Pero sí, hay un gesto previo común a todos los señalados en el párrafo anterior. Cuando uno decide hacerse hermano por voluntad propia de una hermandad o cofradía. Entiendo perfectamente a quienes metieron en las filas de una hermandad por mor de lazos familiares. Así hice yo con mi hijo; es hermano de las dos cofradías más antiguas de León antes de pasar por el registro civil, con la condición eso sí, de adjuntar más tarde su correspondiente partida de bautismo a lo que aquí llamamos Carta de Pago, el documento originario que otorga oficialidad de pertenecer a una hermandad con sus derechos y deberes, pesquisas, requisas y obligaciones.
Puedo decir que mi primer desenjaule con la Semana Santa salmantina fue con la Cofradía de la Vera+Cruz y un buen amigo, Luis Delgado, quien me dio la oportunidad de empezar a escribir en la extinta publicación de Rincón Cofrade que él gestó y mantuvo con sudores penitenciales. La penitencial decana; la madre y maestra de todas cuando luego fueron viniendo. Allí, cuando algún día nebuloso de la Cuaresma apretaba incienso y bacalao a partes iguales, un servidor, ayudaba como podía, sin ser hermano, a bajar las imágenes para situarlos en sus tronos, carrozas o andas de los pasos. Para mí era un honor poder echar una mano en unas sagradas imágenes cuya devoción trasmitida de generación en generación, formaban parte de una Salamanca trascendental que ni el grande de Miguel de Unamuno había podido trasmitir. Previamente, acudía de forma habitual a rezar ante el Santísimo antes de que, por no sé qué motivos ni razones, se decidió que las buenas religiosas que poblaban de oraciones, mortificaciones y silencios sus reclinatorios, fueran expulsadas, como Cristo el Domingo Tortillero, del Templo de Jerusalén. No es bueno trocar monjas silentes por pecuniarios columbarios, silencio engrandecido por muerte jibarizada: como una de mis firmas en Christus.
Después, tras varias visitas a la tercera catedral de Salamanca, el Convento de los Padres Dominicos de San Esteban, y cruzar la mirada con el Jesús de la Pasión, imagen titular a la que venero desde hace casi un cuarto de siglo, y que Dios pusiera en mi camino a personas como Raúl Román en el Vía Crucis que el Amor y Paz (ahora parece que Odio y Guerra) celebraba en el claustro anejo a mi casa, el de las Dominicas Dueñas, Manuel Toral (un maestro en lo taurino y en lo cofrade, todo un apoderado en mi vida) o el mismo Javier Blázquez (excelente director de lidia y terciario franciscano cartujo de Pasión en Salamanca y su Tertulia, junto con otros como Félix, Charo, Tomás, Carlos Papón…), entré oficialmente a formar parte como hermano en la Hermandad Dominicana, hace más de dos décadas, de la mano de José Adrián Cornejo (gran persona que sufrió un buen Gólgota heredado de otras cruces). Siempre, siempre, siempre… que tengo ocasión, hago mención a mi pertenencia a la Hermandad Dominicana (su medalla preside mi escritorio), aunque esté radicalmente opuesto a su línea y su gestión en la última década (más o menos). Porque creo que esa gestión está basada en lo fallero (o follonero) y poco o nada tiene que ver con lo expresado y leído en los estatutos el día que me hice hermano tras cruzar mirada y corazón con el Señor de la Pasión, la única imagen que emula ser Vivaldi al abrazar su suplicio como pizzicato divino que interpreta la auténtica pasión con las cuerdas de un Stradivarius de cruz arbórea cada Madrugada Charra. Porque con la imposición del costal se ha aplicado la eutanasia votiva a numerosas generaciones de hermanos que venían arrastrando sus hábitos tras sus titulares desde hacía lustros. Porque con la excusa de la democracia se llevaron por delante todas las devociones dejando hueco a otras hermandades que poblaron hastiales de San Esteban. Y, porque, finalmente, nos hemos igualado (Igualá) como en las leyes educativas a todo lo malo por debajo; hacia una fosa abisal cuyos seres nos esperan para caer en lo más profundo de las iniquidades. Todo eso sí, con la connivencia de obispos, prestes y frailes predicadores a la par, porque no olviden que tanto (H)Urtasun como toda la pléyade animalista forman un tándem de iniquidad y mugido estentóreo permanente. Pertenecer a una hermandad te hace firmar un contrato con el marqués de Villena (o de Almarza) de turno para formalizar tu devoción, con medalla y hábito, a cambio de renunciar a tus principios más elementales. ¿De qué sirve costalizar si otros nos llevarán siempre la delantera por diestra y siniestra?
Todas esas personas, ampliables en León a todo un sector, el de La Horqueta de Carlos Rioja, Xuasús, Mario, Edu, Jorge, Vinagre, Gonzalos (Cayón y Márquez) y otros muchos; Agustín Nogal (cronista silente), Miguel «Zamorina» del Diario de León o Julio Cayón de La Nueva Crónica… o el del Grupo de Montaje (Priostía en Salamanca) de la Cofradía del Dulce Nombre de Jesús Nazareno. Incluso continuando en Salamanca, el propio Delfi, a quien afectuosamente (no hay nada personal) otrora témpora llamaba «mi primo», por eso de compartir devociones y apellido, forman parte de mis vivencias. También cuando di el paso de colaborar en el Despojado (y luego marché porque lo que alguno llamaba Caridad era más bien casquería de baja estofa arrollada de andar por casa), aunque me sigue uniendo la amistad a personas como Ángel. Otros cayeron en la distancia, pero siempre respetuosa y agradecida como Óscar capataz (DEP), Óscar fotógrafo, Marina… y otros en esa corporación teresiana (nadie la equipara en Fundaciones y Moradas). Cualquier hermandad que me llame será respondida con todo mi buen hacer excepto mi silencio.
Y sí. Seguiré escribiendo. A pesar de todo, este espacio es libre. Agradezco que podamos clamar con las letras un desenjaule o desencajonamiento contra el descojonamiento de la Semana Santa turisteada y costalizada a partes iguales. Y eso me lo enseñó el maestro, presbítero, fraile cordimariano y docente Paco Gazapo en la Facultad de Teología de la Ponti. El único imprescindible en la Semana Santa es el Dios hecho hombre por los penitentes arrianos que seguimos vistiendo túnica o hábito penitencial y ciñendo cíngulo o cinturón de esparto cada luna llena de primavera. Esos arrianos taciturnos siempre seremos totalmente prescindibles como las roídas y carcomidas imágenes secundarias arrinconadas en las paneras, sacristías y cocheras de los olvidos emulando soliloquios en la niebla de un teclado; pues seguimos formando cofradía en el móvil como L@s Semanasanter@s en un excelente y bien avenido grupo de WatsApp de todos los rincones de la piel bóvida hispana.
Sirva este escrito como agradecimiento también a los sayones y sayonas que empuñan los flagelos de la vida, firmen incluso como el anónimo de un alma gemela de Karla Sofía Gascón. O intenten coronarme con las espinas de la ignominia o clavarme la lanza de la censura.
Desenjaules, muchos. Pero también habrá burladeros y pitones esperando las rampas (o ramplas, en la ancestral y milenaria habla leonesa). No en vano la colocación de ramplas en las calles e iglesias era otro desenjaule de la proximidad asintótica de la Semana Santa.
El agradecimiento es el elogio de la limitación humana. De la mía también.
¡Feliz Semana Santa 2025! (Lo de la Pascua lo dejamos para más adelante, que semos arrianos).
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