miércoles, 2 de abril de 2025

Nueve

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 Tomás González Blázquez

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 02-04-2025

A la vista de ellos, fue elevado al cielo, hasta que una nube se lo quitó de la vista… Entonces se volvieron a Jerusalén… Todos ellos perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y María, la madre de Jesús… Al cumplirse el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar… Se llenaron todos de Espíritu Santo…

Al terminar el capítulo primero y comenzar el segundo de los Hechos de los Apóstoles, gracias a la precisión temporal de que el Resucitado se apareció durante cuarenta días y al calendario festivo judío, sabemos que fueron nueve jornadas las que separaron la Ascensión del Señor del cumplimiento de su promesa, la Venida del Espíritu Santo. Nueve días en que los discípulos de Cristo perseveraron orantes, como con una sola alma, acompañados por la Madre de su maestro. Al completarlos, les llenó el Espíritu Santo, a ella de manera no redundante sino complementaria, pues si fue cubierta con su sombra en Nazaret para ser Madre de Dios ahora en Jerusalén la lengua de fuego la constituye en Madre de la Iglesia.

No es que quiera que sea ya Pascua florida o incluso granada, aunque mentiría si ocultara que esa imposible posibilidad me resulta muy tentadora, en plena temporada alta del «cofradismo» por lo penitencial. Sencillamente acudo a esa primera novena de Pentecostés, rezada por la propia Virgen, en la estancia superior donde se alojaban los once apóstoles, para adentrarme en la novena que, como preparación inmediata para los días santos de la Pascua, acoge del 3 al 11 de abril la capilla de la Vera Cruz.

En nuestras hermandades de la Semana Santa salmantina no hay otro novenario sino el dedicado a la Santísima Virgen de los Dolores, la de las siete espadas, la que motiva los siete nudos en el cíngulo azul con que los cofrades de la Vera Cruz ceñimos nuestra blanca túnica. De larga trayectoria histórica, incluso con épocas en que los cultos se celebraban en templos más amplios que la reducida capilla del Campo de San Francisco por la amplia asamblea que concitaban, la esencia de la novena retorna siempre a aquella primera vez en que, durante nueve días, la celebró una Iglesia todavía embrionaria, engendrada en la Cruz, cuando del costado de Cristo brotaron el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía.

Perseverar. Porque cada día, en estos nueve, y en los otros trescientos cincuenta y seis del año, surge la tentación de esquivar, de dar un rodeo, de pasar de puntillas, de cumplir con el expediente, de… Perseverar es quedarse, permanecer, no puede ser acaparar pero tampoco desentenderse, no consiste en aburrir pero sí va de insistir.

Unánimes. Una sola alma que no suprime el alma propia de cada uno, regalo intransferible de Dios, sino que pone a todas en contemplación y alabanza de su Creador, de su Redentor, de su Señor y Dador de vida. La unanimidad no equivale a la uniformidad, ni a la planicie, ni a la ausencia de conflictos por incomparecencia. Entiende de diferencias, pero es capaz de devolverlas a la senda del bien común sin anular la libertad.

En la oración. Es decir, en el encuentro con Dios. Porque la estancia superior en la que oraba María, apenas seis semanas después de haber sido atravesada por la espada que le profetizara Simeón, traspasada de dolor en el Calvario, es un lugar de cercanía con él, de esperanza en el cumplimiento de su promesa, de consolación y auxilio.

Nueve días. Desde este jueves de la cuarta semana de cuaresma y hasta el viernes de la quinta, Viernes de Dolores. En la Vera Cruz a las siete y media de la tarde, salvo el domingo que será al mediodía y el último día, una hora antes de la habitual vespertina para luego salir en procesión popular por las calles de Salamanca. En su carroza procesional espera la Madre, aferrada su mano derecha a las siete espadas. El dolor de cada uno de nosotros es la octava. Y el amor con que nos cuida, la novena.

 

 

 

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