Los cargos y responsabilidades, da lo mismo en cofradías que en cualquier otro ámbito de la vida, tienen fecha de caducidad. Con enorme agudeza, Julio López, ya flamante pregonero de este año, incidió al respecto, durante el transcurso de la tertulia que compartimos con él hace escasas fechas. Él fue muchos años concejal de Cultura y Turismo y acabó conociendo a cuantos pululamos por el mundo cofrade de esta bendita ciudad. Y, según confesó, no podía entender cómo la fidelidad a la hermandad y sus valores se vinculaba al cargo. Cofrades comprometidos, cuya vida giraba en torno a la cofradía, terminaban pidiendo la baja al poco de cesar en su función. Discrepancias, falta de comprensión… qué más da. Nunca habrá razones que puedan justificarlo.
Naturalmente, hay ejemplos de
todo lo contrario. Históricos que nos precedieron, como Primo Andrés Ramos o
Adrián Juanes, fundadores de la Borriquilla y la Universitaria, siguieron dando
el callo por la hermandad hasta el final de sus días, sirviéndola en lo grande
y lo pequeño y representándola por derecho propio, con orgullo y honor, en
cualquier lugar donde estuvieran. Más cercanos tenemos a Bernardo García, que
fue todo en la Seráfica, Manolo Ferreira en la Franciscana o José Cornejo en la
Dominicana, que volvió a ella como comisario cuando se produjo el vacío de
poder. Hay más, lo sé, solo son algún ejemplo extraído de entre los cercanos.
La realidad es que cuando uno
accede a un cargo o responsabilidad debe tener puesta la mirada en la puerta de
salida. Rezo para que así sea, porque estas cosas son, en definitiva, servicios
que se prestan y nada debería esperarse a cambio. Quienes tenemos ya una
trayectoria y algún que otro reconocimiento lo entendemos así, como un servicio
desempeñado por convicción que no conlleva mucho más que el tiempo dedicado y,
eso sí, la satisfacción de contribuir en algo que se quiere y en lo que se
cree, pero siempre conscientes de que igual que es, puede no ser.
Sin embargo, ya sabemos, la
condición humana tiende al reconocimiento, aunque sea solo en un entorno
reducido, y a veces cierra inconscientemente la puerta de salida. Y esto sí
puede ser un problema, porque al final alguien la acaba señalando y hasta abriendo
porque no queda más remedio, porque la vida es así y los cometidos vitalicios
pasaron a la historia. Tan importante es saber cuándo hay que dar el paso al
frente, como al lado o hacia atrás. En este sentido, no está de más recordar la
máxima de lo conveniente que resulta saber salir cuando todo está bien y se
puede continuar. Así es como llega el reconocimiento y no el olvido al que se
refería Julio López. Resulta inconcebible que fundadores de hermandades hayan
desaparecido por completo o causado baja, intentando incluso causar algún
perjuicio para que su valía se eche de menos. Varios casos conocemos en nuestra
ciudad, lamentablemente, aunque el resultado también lo conocemos. La hermandad
continúa, otros pasan a realizar su función y el recuerdo de quienes no
supieron salir termina diluyéndose entre las brumas del olvido.
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