miércoles, 16 de abril de 2025

Santo Cristo de las Casualidades

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 Abraham Coco

Fotografía: Manuel López Martín
16-04-2025

 
El polvo del olvido revestía aquella noble talla de Cristo castellano,
parte señal y parte encrucijada, lugar sin tiempo, que es solo derrota,
como esta misma tierra.

(Andrés Alén, La Carcoma, 2001)

 

Esta noche sale el Santísimo Cristo de la Agonía Redentora y las crónicas están todavía por escribir. Escribirán que sale el Cristo de las Isabeles, el de los poetas, el de quizás Balmaseda o sus discípulos, el decano de los crucificados que procesionan en Salamanca, el de la noche del 30 de marzo de 1836, el Pelos, el cinco veces centenario, el restaurado magistralmente por Uffizzi, el bautizado por Rafael Sánchez Pascual, el de Tostado, el del crucero donde tanto lo miró Mercedes Marcos, el que inaugura el Jueves Santo, el del monte de claveles que serán cruz de resurrección, el de la melena que crece (ja), el de Llorando a mares por él, el de los carteles de Óscar y de Manuel, el de la promesa de silencio en la Puerta de Ramos, el de las andas de Agustín Cruz, el del pregón de Javi, el de su sección musical, el del martillo de Ramón y la ayuda de Felipe, el de los desvelos de Roberto, de Julián, de Sara…, el de sus cuarenta y ocho hermanos de carga y de todos los demás.

Y siendo esto verdad, lo más cierto es que sale nuestro Cristo, el Santo Cristo de las casualidades que nos ha ido eligiendo para reunirnos en torno a él a lo largo de varias décadas. Bálsamo y herida, como resumió Víctor Herrero el Domingo de Pasión. Nuestro cómplice, que escribiera Andrés Alén en el relato semanasantero donde ficciona sobre el milagro de la recuperación inesperada de este crucificado, olvidado durante décadas y al que ya nunca más ‒debemos convencernos, nunca más‒ volveremos a abandonar. 

La procesión es un rito anual cargado de simbolismo, en lo colectivo y en lo individual. Cada cual acude con su cruz a cuestas, nuevas y recurrentes: preocupaciones diarias, anhelos e ilusiones, aciertos y errores, quehaceres, retos y miedos. Muchos de ellos tal vez solo compartidos en oración precisamente con el Cristo. La suma crea el grupo, que se reencuentra una vez más para hacer posible una creación efímera: el desfile que verán vecinos y turistas por un puñado de calles antiguas durante algo más de tres horas.

Y así a lo largo del tiempo. Lo pensaba hace unos días durante el traslado de las andas del Arrabal a la Catedral, y de nuevo ayer en la tarde, mientras sobraban manos para adornar los pasos. Caras nuevas y viejos conocidos de diez, quince, veinte, treinta y hasta cuarenta años los más veteranos. Vidas vividas en la presencia constante de la hermandad, donde los niños de entonces son ya padres que cargan al Cristo e incluso dirigen la cofradía; donde los padres son ahora orgullosos abuelos de los debutantes. Una familia ‒con todo lo que eso conlleva‒ construida con afecto en torno a la presencia de este Santo Cristo, al que cada uno de nosotros llegó por un camino, con frecuencia casual.

En este rito anual se encierra buena parte del valor de la Semana Santa, que le da sentido más allá de fe y espectáculo, que explica por qué esta noche volveremos. Aunque lo más seguro es que de eso no hablen las crónicas. Que comience de nuevo la procesión.


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